El artista es un obrero de su casa interior, su intelecto. Usa los materiales disponibles en ese centro de trabajo: memoria, experiencias y sensibilidad. Lo hace sin darse cuenta, sin parar. Su trajinar no tiene horarios porque es un empleado a tiempo completo de una empresa no regulada por las leyes laborales. La empresa es su compromiso estético.
Roger Zayas-Bazán trabaja constantemente, porque su faena consiste en sacarnos de las minucias espaciotemporales, a través de lo que observa su lente en cualquier calle y ciudad. Este fotógrafo y su Canon 6D, integrados como una maquinaria orgánica, salieron juntos recientemente hasta traer al Centro de la Imagen un revelado musical.
En Vivo, exposición gratuita que se exhibe en la mencionada galería de la Zona Colonial de Santo Domingo, configura un conjunto de imágenes sonoras. Las puertas y ventanas del recinto colonial vaporean aire Covid-free. Junto a la filarmonía que brota de los retratos, el visitante se relaja en este período de más alto contagio en el país durante la pandemia. Estos detalles se agradecen. El verano quema, la situación asfixia.
Un artefacto es una entidad producida intencionalmente para servir a algún propósito particular, por ejemplo, una silla o una casa. Esto lo describe Teresa Rodríguez, maestra de filosofía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en un ensayo donde considera a Aristóteles un artefacto filosófico del Renacimiento.
La catedrática explica, que lo sabido hoy del pensador no se refiere al individuo biológico-histórico que vivió hace siglos en Grecia. Lo que sabemos a partir de su obra o legado, Rodríguez lo considera un instrumento autónomo, construido para satisfacer las necesidades del hombre renacentista.
La explicación de la maestra mexicana me permite interpretar la funcionalidad de la exposición fotográfica.
La colección nos transfiere información étnica, social, económica, y sobre todo musical, acerca del objetivo de la exposición: la ética del músico que toca en las calles de nuestra ciudad y otras urbes.
El artista que tomó las fotos y los que aparecen en ellas, son todos hombres-artefacto y mujeres-artefacto. Pegados a su cámara el primero y a sus instrumentos musicales los otros, se transforman en entidades artísticas, junto a esas cajas de luz y sonido, respectivamente.
El que elige ser músico debe serlo todos los días. El instrumento le espera para ensayar, para tocar, aunque sea en un metro o en un parque, porque la ejecución no solo es faena, es lenguaje y necesita expresarse sin cesar.
Al observar cada retrato escuché las cuerdas, los metales o la piel de chivo vibrar. La misma simbiosis de hombre-artefacto de aquel que cuenta la historia, aparece en los músicos retratados.
Zayas-Bazán fue un niño educado en la ejecución y lectura de música clásica, cantante de jingles y miembro de varias bandas de rock en su adolescencia, iniciando en Juventud 75. Alcanzo a recordarlo en su segunda banda, Nasty, cantando en vivo (live performance) en Teleinde canal 13, primer canal UHF con transmisión en blanco y negro del país.
Luego, lo escuché en vivo por primera vez cuando pasó a la agrupación Friends, banda de rock que llegó hasta el Teatro Nacional, un hito de ese género. Sin embargo, no fue en la presentación en esta primera sala de la capital dominicana que los convirtió en leyenda urbana, donde vi primera vez al artista. Fue en la épica presentación de Friends en el Auditorio de Domínico Americano en el verano de 1981, de la que no solo fui asistente, sino que, accidentalmente, he resultado reportera histórica.
Hace unos años atrás, le enseñé al fotógrafo y vocalista de la agrupación Juan Luis Guerra y 4-40 desde hace tres décadas, una entrada a mi diario de adolescente, reportando la experiencia de ese concierto y el cancionero de ese día: Limelight de Rush, Dreamer de Supertramp y Bohemian Rapshody de Queen. Cuarenta veranos después hago este segundo trabajo.
En las fotos de la exposición de En Vivo, oí claramente el blues dándole pan a músicos callejeros en las calles de New Orleans. Se confundió con la bocina del autobús que supuse esperaba el dueño de una tuba. Tres violinistas descalzas, en vestidos cortos, en un día estival en Italia sugirieron a Vivaldi en mis oídos.
La curaduría de Mayra Johnson es afinada. Las dos fotos protagónicas, tanto el conjunto de músicos en una plaza de Praga, como el retrato de Camilo Rijo Fulcar, joven maestro de la escuelita musical de la calle El Conde de Santo Domingo, guardan una proporcionalidad renacentista e idealizan el compromiso filarmónico de estos artistas callejeros.
La simbiosis de estos artistas y sus instrumentos es lo que me queda del paseo guiado por la exposición. La piel de la tambora y del tamborero pegadas como una vieja postilla. Los dedos arrugados y el latón de bronce adheridos en una sola existencia común, de la trompeta y del trompetista, así como la más hermosa de todas, las manos del luthier Cundeng Minier, sobre las cuerdas de la guitarra hecha con sus manos, en su casa de Villa Mella.
Hace poco me enseñaron que lo primero que aprende un ejecutante de guitarra es la norma de independencia. Esto es, educar más allá de la independencia anatómica que no tienen algunos dedos, solo el pulgar y el índice, a ejecutar y vencer sus limitaciones derivadas de la unidad en algunos tendones. Pensé en Minier, en Rijo, en Zayas-Bazán y en el resto de los músicos callejeros retratados en la exposición En Vivo, en su vida adherida a un artefacto que les ha enseñado a ser libres, comprometidos, constantes…
Me siento a gusto con el hecho de que ellos resulten en el futuro, la representación de nuestro tiempo y circunstancia. Las fotos de Zayas-Bazán son documentos de delicado valor.
En tanto, enseñemos a las partes no entrenadas de nuestra personalidad, a ser independientes, comprometidos y constantes, con el que sea nuestro arte u oficio.
Gracias, Roger.