“A falta de pan, pues démosle al pueblo circo”, son las palabras de un político argentino que así se pronunciara hace unos cuantos días. No es nada extraño que un político diga esto. No podemos negar que en muchas ocasiones ocurre lo mencionado. Pero lo que se quiere preguntar es cómo se estructura un mensaje que sale día a día a la población en una prensa –y ahora en unas redes– que dominan la realidad en todos sus órdenes. 

Pecarían de ingenuos los políticos criollos al no saber que la realidad social y política, es manufactura de los medios (y ahora de los influencers). Algunos no tienen respuesta a esto y actúan como si estuvieran “más perdidos que el hijo de Lindbergh”, el aviador que cruzó el Atlántico en un aeroplano en 1927. No hay misterio en el asunto, sino que la población espera –o tendría la esperanza– que se le dijera cual es el plan para que su vida mejore. La gente entiende que se está trabajando por ella y se atreverían a apostar que los candidatos que se votarán –es decir, los que serán sufragados– tienen el compromiso de dar lo mejor para que el país cambie. Es decir, que se vota para que se haga un cambio.

El aviador Lindbergh, tenía las cosas bien claras cuando se sometió a la búsqueda de un destino espectacular. Voló solo, pero en tema de aviación practicó con lo mejor de la época. Cruzar el Atlántico desde Nueva York a París, no era nada extraño sino extrañísimo: nunca antes hecho. Podía quedarse en el medio del cielo y no llegar a su destino. Había declarado que era tan minucioso con la estructura del avión y su motor de tanto combustible “porque no sabía nadar”. Y la gente aplaudió una hazaña que duró bastante –fueron varios días de incertidumbre– hasta que pudo llegar a París. Lo mejor de todo es que se han hecho varias películas, pero se recomienda ‘El Aguila solitaria’ de 1957.

Hay que verla y preguntarle al director Billy Wilder –el protagonista es James Stewart– en que se basó para que la película fuera hecha. No es sino un misterio para muchas generaciones, aquella frase que dice anda “más perdido que el hijo de Lindbergh”, el hijo del aviador que perdieron sus padres: Charles Jr. La frase no es única en relación a la política que tiene que ver con aviación. Algunas frases son chocantes, otras nos parecen únicas. “Abróchense los cinturones”, podría ser otra. O “Donde está el piloto?”, podría ser otra, título de la famosa película de 1980 con dirección de David Zucker y guión de Arthur Hailey y Jim Abrahams.

Hoy se tiene experiencia en el asunto de la metáfora, un tropo que permite emparentar dos situaciones parecidas. En el tema político, se dice muchas veces que fulano anda “perdido como el hijo de Lindbergh” –el niño nunca fue encontrado y se condenó a un individuo por secuestro y asesinato–, y es también entendido que alguno se diga, con mucha razón y risa, que fulano de tal está pegado de la teta del gobierno y por lo tanto no anda tan “perdido”. Hay sueldos de muchos dólares en el servicio exterior de gente que no asiste a su trabajo en el extranjero, por ejemplo.

No es un misterio que dicha hambrienta ubre mantenga a muchos ensoberbecidos, o que en todo caso se muestren en el dominio de un patio local “sin revisiones” que les permite soñar con la perpetuación en sus cargos. Nada extraño en este país que siempre está en medio de campaña y que espera que se les hable del déficit y de las herramientas para hacerlo descender por la escalera del gasto público. Alguno dirá que Trujillo pagó la deuda externa en 1947, esos que tienen una nostalgia atardecida que se parece mucho a una película de época.

Lindbergh tenía claro que debía acometer toda la propuesta que había hecho cuando decidió analizar su posibilidad de acometer la hazaña. Aunque se debe decir cuando emprendió vuelo –había preguntado a algunos navegantes dónde quedaba Escocia–, no menos cierto es que el lenguaje de la aviación es muy diferente al de la navegación: no es lo mismo “zarpar” que “despegar”. Queda claro que Lindbergh tenía una vasta experiencia en el manejo del avión que lo conduciría a la victoria.  

No hay que olvidar que ganó en 1954 el premio Pulitzer por su obra literaria Spirit of St. Louis, donde habla del vuelo que unió a Europa con América. Luego recorrió 16 países de América Latina, en el Good Will Tour, que hizo una parada en México donde conoció a quien sería su esposa, su querida Anne.