A mediados del mes de Enero del presente año conocí aquí en la ciudad de Santo Domingo un matero, no por ser así adicto al mate la popular infusión suramericana, sino por provenir del municipio de Las Matas de Farfán, quien con el paso de los meses me ha procurado fehacientes demostraciones de estar en posesión de envidiables cualidades personales como son, entre otras, su capacidad de sacrificio y su espíritu de solidaridad.

Se trató de un reconocimiento súbito, sorpresivo, acontecido en el momento en que su furgoneta refrigerada esperaba turno para entregar una partida de pollos matados de su empresa en los depósitos de un supermercado, mientras que de mi parte intentaba localizar un espacio con el objetivo de estacionarme, lográndolo precisamente detrás del suyo generando la apertura de un diálogo finalizado con la entrega del número de su celular.

Entre otras cosas confesó tener 39 años cumplidos, que su escolaridad apenas alcanzaba un octavo curso lo cual se transparentaba por sus evidentes carencias formativas, al igual que la generalidad de los dominicanos oriundos de provincias y limitada preparación académica. Yovanny era una figura asendereada, es decir, sobrellevado numerosas dificultades y adversidades en la vida, pero a diferencia de muchos la desesperación no se había apoderado de su ánimo.

Por el tema del chateo, los WhatsApp y demás, me enteraba de las frivolidades propias que se estilan al iniciarse relaciones amistosas, asombrándome la profundidad y filosofía de los mensajes que me remetía, ya que si en verdad no poseía los conocimientos necesarios para redactarlos, sí tenía la sagacidad, la astucia de enviarme aquellos que su psicología consideraba consecuentes con su sentir y sensibilidad.

También me parecía insólito que en sus mensajes y textos no hubiesen errores gramaticales garrafales que como sabemos es el común denominador en la intercomunicación de los jóvenes estudiantes e incluso de profesores universitarios. Una respetuosidad y afabilidad poco habituales en individuos de su condición socio- económica, así como un vivo empeño en mejorar su expresión oral, formateaban su peculiar personalidad.

Todo lo reseñado hasta ahora no califica al Señor Montero para ser considerado como un héroe por la población dominicana, rango que a mi juicio ha conquistado cuando el distanciamiento social, la parálisis comercial y el aislamiento doméstico aconsejados por las autoridades de Salud Pública para enfrentar la pandemia del coronavirus, hizo temer por un pronto desabastecimiento de los principales productos de la canasta familiar en los lugares de expendio.

Como sabemos, la carne de pollo es la principal fuente de proteína animal demandada por los dominicanos, siendo prioridad nacional el mantenimiento de la cadena de suministros desde el avicultor al consumidor, representando la logística de su distribución el eslabón imprescindible para el sostenimiento de su abasto sin que se comprometa su frescura, calidad nutritiva y sobre todo el precio a pagar.

Desde que se implementó el toque de queda Yovanny, junto al chofer que conduce el pequeño Thermo-King, diseñaba el itinerario para proveer de pollos enteros a los establecimientos destinados a su venta en distintas zonas de la capital, y un par de veces por semana incluían poblaciones cercanas como San Cristóbal, Baní, Azua, y en una oportunidad hasta San José de Ocoa. Recuerdo una ocasión en que me dijo ir al Cibao Central.

Aunque en verdad el tránsito estaba bastante fluido por la consigna “Quédate en casa”, debía hacer frente a constantes requisiciones por los retenes a la entrada de los pueblos, a roces y disputas entre proveedores apresurados en los estacionamientos de los grandes almacenes de los supermercados, así como también a los problemas e inconvenientes mecánicos que a menudo se les presentaban por el intensivo y continuo uso del pequeño furgón.

A veces sin comer y fatigado hasta la extenuación llegaba a su casa hecho polvo, disponiendo de escaso tiempo para reponerse y alternar con los suyos a sabiendas  que después de un ligero sueño debía incorporarse nuevamente al siguiente día -sólo libraba los domingos- a sus agotadores esfuerzos de logística y distribución, actividades que con similar heroísmo desplegaban otros colectivos que en resumidas cuentas son el soporte real del funcionamiento comercial.

Luego de conocer a este amigo matero me he explicado  finalmente que una de las diferencias entre los que han luchado toda la vida y aquellos que no se han esforzado tanto, es que a estos últimos les desconciertan y apabullan los obstáculos, los árboles caídos en medio del camino, las dificultades, en fin los problemas, mientras que los primeros son más tenaces, perseverantes, no se dan nunca por vencidos y por ello al final se llevan la victoria.

Deseo concluir este artículo señalando que es un error creer que únicamente son héroes aquellos que defienden con tesón nuestro suelo patrio de la voracidad ajena, ya que aquellas madres que ponen inyecciones, lavan, planchan y rifan para levantar  una familia también lo son. También adquieren este calificativo aquellos que como Montero, desafíando el peligro mortal que representa abandonar la casa exponen su vida para que en la alimentación de nuestros hogares no falte la proteína dominicana por excelencia: la carne de pollo.