En días pasados recibí en la consulta a una madre con su hija de 13 años, que luego del momento inicial de la entrevista me pidió hablar a solas conmigo. La adolescente con rostro iluminado y conversar inteligente me dice “Yo soy bisexual”. Yo la miro con cierta ternura y le pregunto, qué le hace categorizarse en esta preferencia sexual.
Lo que continúa en la conversación es material confidencial que no reproduciré, pero para orientación a familias, chicos y chicas que están viviendo esta situación, me animé a escribir sobre este tema, ya que aunque las familias no se atreven a hablar sobre ello, estamos bregando con esto con alguna frecuencia en los colegios privados, escuelas públicas y los consultorios de psicología.
Es un tema escabroso que genera muchos miedos entre los padres y adultos en general.
Y digo miedo porque aunque lo que se manifiesta son reacciones de rechazo, conducta defensiva y negación de que a sus hijos e hijas les podría pasar, nosotros los que trabajamos con la conducta humana sabemos y reconocemos que debajo de estas reacciones de juzgar, culpar y rechazar se esconden sus propios miedos y temores.
Talvez cabría preguntar ¿miedo a que? Pues a muchas cosas: miedo a los cambios que están ocurriendo, a no poder controlar estos cambios, a no hacerlo bien como padres y madres, a no ser vistos como “buenos” y otros miedos más profundos, como el miedo a enfrentar las propias preferencias que se presentan como un espejo en los casos que salen a la luz pública.
La adolescencia es una etapa que vivimos los seres humanos en la que lo que sucede es un proceso de búsqueda, encuentro consigo mismo y definición de la identidad. Un momento hermoso de separarnos, confrontar y cuestionar las creencias y los temas familiares, para lograr una individualidad diferenciada de papá y mamá.
Hoy en día este proceso se ha complejizado, adelantado y nos propone a los padres y madres un mayor reto, pues implica ponernos al día en información y formación, aceptar nuestras limitaciones, buscar ayuda profesional en algunos casos, disciplinar con amor, poner límites, tener paciencia, humildad y aceptación, sin miedo del proceso que están viviendo nuestros hijos y por ende, todos como familia.
La preferencia sexual no se define en la adolescencia, sino más adelante en la adultez, pero los y las adolescentes que están viviendo un despertar sexual físico real, y que además junto a esto necesitan sentirse amados y validados, se confunden y llegan a conclusiones que ellos viven como definitivas y que luego más adelante se dan cuenta que fueron parte del proceso de crecimiento.
Los padres y las madres se preguntan, y ¿por qué esta confusión se da con tanta frecuencia? ¿Por qué antes no ocurría? Y muchas preguntas más….
Como en todas las problemáticas humanas las respuestas a los “por qué” son múltiples, pues como la vida es circular, las cosas ocurren por múltiples razones. Solo diré algunas. Una de ellas es la indiscutible apertura sexual que como humanidad estamos viviendo, unido a esto, una sobrexposicion en los medios de comunicación sobre el tema y múltiples vías por las que esta información puede llegar.
Los juegos y toques sexuales entre adolescentes del mismo sexo han ocurrido desde siempre pues es natural dentro del proceso de descubrimiento que explicamos más arriba.
La diferencia es que antes no hablábamos sobre esto, se mantenía en secreto y generaba mucha culpa. Hoy al igual que antes, ocurre, sólo que por la apertura sexual se vive con menos culpa y por la apertura a la comunicación se tiene más libertad de decirlo.
Pero no sólo esto ha ocurrido. Las familias de hoy son más abiertas, reciben más información y dan apertura a otros contextos como la escuela, la comunidad, las amistades y todo el planeta, a través de la Internet.
Esto ha hecho que ese núcleo que antes era privado y cerrado, hoy tenga que dar respuestas como resultado de esta apertura.
Además estamos viviendo un proceso de cambios en los roles de los hombres y las mujeres, que antes estaban rigidizados y era más fácil para los adolescentes definir la conducta de uno y otro sexo. O por miedo no se expresaban las confusiones propias de la etapa.
Esta flexibilización es buena, sólo que trae consigo muchos retos para las familias:
– De aprender a comunicarnos aunque no hayamos aprendido en nuestra familia de origen.
– De reorganizar la vida familiar por la salida de la mujer al mundo productivo.
– Para los hombres de participar en las tareas y preocupaciones domésticas
– De afrontar los hogares uniparentales, que demandan tanto de la madre como del padre nuevas maneras de mirarse y afrontar las demandas de la nueva situación.
– Para las mujeres, de modelar un nuevo tipo de feminidad más real a los hijos y las hijas.
– Para los hombres, de modelar una masculinidad más solidaria y responsable.
– De demostrar afecto y valoración a los hijos y las hijas, aunque no lo hayamos recibido de la misma forma de nuestros padres.
– De no alarmarnos y ver los problemas de hoy como muy grandes, sino distintos a los vividos en otras épocas.
Talvez al leer este artículo quede a los lectores la sensación de que es mucho y sí lo es, pero no hay que tener miedo.
Somos seres humanos y tenemos fuerza para mirarlo, afrontarlo e ir poco a poco, entre todos y todas acompañándonos para poder hacer con dignidad la tarea que se nos ha encomendado como padres y madres.
Sin miedo para poder amar y aceptar a nuestros hijos e hijas. Aprender de ellos y de las situaciones que viven, las lecciones que tienen para enseñarnos.
Por último, recordar que los grandes retos son para aquellos y aquellas que son capaces de afrontarlos, pues nunca el camino es superior a nuestras fuerzas.
Twitter: @solangealvara2