Mi perfil es largo, pero voy a tratar de ser conciso.  Ante todo, tengo nada que ver con los humores y todo con la caca.  Soy un mal causado por bacterias llamadas Vibrio cholerae, de las cuales hay más de doscientos, pero sólo dos (bio)tipos me incumben cuando de epidemias se trata:  01 y 0139.  Si el humano no traga una buena cantidad de estas bacterias, yo no ocurro.  En caso contrario, una vez ingeridas, las bacterias llegan a la superficie del intestino delgado del huesped, donde liberan una potente toxina que son reponsables de todos los síntomas por los que soy conocido como el Cólera:  diarrea con deposiciones de materia fecal que parece agua de arroz, vomitos y cólicos.  La mayoría de las veces estas manifestaciones no son serias, pero en un 20% puedo causar una diarrea tan profusa que, de no ser tratada, en término de horas el enfermo puede caer en shock y morir por una pérdida colosal de líquido corporal.  Pocas veces ha tenido tanta aplicabilidad la frase "irse en mierda" como en este caso.    

Usted pensaría que todo acaba aquí, pero es sólo el empiece, pues parece ser que el paso por el intestino humano vigoriza a mis queridas bacterias a través de un proceso de regulación genética que las hace más virulentas .  Una vez excretadas en grandes cantidades con las heces fecales, los vibrios pasan al medio ambiente, prefiriendo los entornos acuáticos y salobres, donde pueden permanecer por años sobre las algas y los mariscos.  La mayor parte de las infecciones ocurren cuando el humano consume alimentos o líquidos  contaminados con esas bacterias.  

En un ambiente de extrema pobreza y poca salubridad, como ocurre en muchos lugares del Tercer Mundo, yo siempre ando de fiestas con mis epidemias (brotes locales) y pandemias (eclosiones en muchos paises).   Me di a conocer en el delta del río Ganges en Bengala, India, hacia el año 1817 y desde entonces he causado siete pandemias consecutivas.  Anualmente indispongo a tres o cinco millones de personas y elimino unas cien mil.  Entre estos últimos, personajes dignos de mención como Hegel, Tchaikovsky, James Polk y Carl von Clausewitz. 

De no haber sido por el ingenio humano, Yo el Cólera pude ser mucho más desvastador.  Durante una epidemia en Londres entre 1849 y 1854, un tal  John Snow descubrió que mis bacterias se transmitían a través de las aguas y alimentos contaminados.  Esto dio paso a unos de los mayores golpes que he recibido:  la invención de los alcantarillados para disposición de las aguas negras.  Peor aún, las medidas que se tomaron durante las primeras epidemias fueron las precursoras de las disciplinas de Salud Pública y Urbanismo, verderas piedras en mi camino.  Y como si eso fuera poco, primero un italiano (Filippo Pacini) y luego un alemán (Robert Koch) descubrieron mis vibrios en las heces fecales de pacientes por mi afectados.  Tampoco puedo dejar de mencionar aquí los aportes del distinguido Dr. Juvenal Urbino para controlar mis estragos en Cartagena de Indias.  A pesar de estos reveses, he seguido vigente gracias a la soberbia, la ambición y la falta de solidaridad de los humanos con poder que menosprecian a los más pobres. 

Yo el Cólera no había entrado en el continente americano por la puerta grande, es decir, en forma de una epidemia proverbial hasta que lo hice por Perú en 1991, con un saldo de un millón de aquejados y diez mil  muertos.  Tampoco me había ensañado con la isla Española.  Si bien el Dr. Moscoso Puello habla de casos y hasta epidemias de cólera en la segunda mitad del Siglo XIX y principios del XX, existe poca documentación epidemiológica y ninguna bacterilógica de los mismos.  No fue hasta el año pasado que llegué a Haití a bordo de un caballo de Troya nepalés integrado a las fuerzas del MINUSTAH.  Cuando este soldado evacuó, sus excrementos con mis bacterias fueron a dar al delta del río Artibonito que es una suerte de baño público, lavadero, y fuente de agua para consumo de los habitantes de esa región.  Para colmo, la cepa de Vibrio cholerae 01 que circula en Nepal y ahora invade esta isla causa un cuadro de cólera más severo, tiende a sobrevivir más en el medio ambiente, y suele ser resistente a varios antibióticos.  Todo esto, unido a las condiciones post-terremoto de Haití y la falta de defensas de los haitianos contra este tipo novedoso de infección, creó las condiciones para una epidemia que en sólo siete meses a afectado trescientos mil personas y cobrado la vida de más de cinco mil.  A menos de un mes después de haberse descrito los primeros casos haitianos, empezaron a aparecer otros en la República Dominicana.  Hasta ahora, las cifras oficiales indican que el brote que estoy causando en este lado de la isla no es tan agresivo, pues se han reportado mucho menos casos que en Haití.  Sin embargo, aún no he dicho la última palabra, pues se sabe que muchos ríos ya están contaminados y que las condiciones de los alcantarillados, acceso a agua potable y la nutrición de una buena parte de la población dominicana son deplorables. 

Aunque parezca autodestructivo, Yo el Cólera voy a terminar con algunos consejos.  Las autoridades dominicanas deben emular a los ingleses decimonónicos e invertir en la construcción de un sistema de tratamiento de aguas, drenaje de excretas y alcantarillado que abarque todo el territorio nacional, incluyendo los barrios marginados de las ciudades y los lugares más remotos del campo.  Esta es la manera más efectiva y sostenible de combatirme.  En segundo lugar, la columna vertebral del manejo individual de los pacientes son los trabajadores de la salud, que de estar bien entrenados y contar con los medicamentos necesarios (soluciones electrolícas y antibioticos), no deben tener problemas en realizar un buen trabajo.  El mejor indicador epidemiológico de esto último es mantener la mortalidad por debajo del 1% de todos los casos reportados.  Finalmente, la población debe mantenerse bien informada y entender que lavarse las manos y cocer bien la comida es un acto de responsabilidad social en tiempos del cólera.