Señores, es increíble la capacidad de retentiva visual y de currículo personal que tenemos los dominicanos. Podemos identificar miles y miles de caras por raras, bonitas, feas que sean, y conocer a fondo miles de vidas por complejas o novelescas que resulten. No importa que, bien o mal contados, pasemos ya los diez millones de habitantes, más que otros países de renombre como Suecia, Austria o Suiza. Tampoco importa que tengamos una superficie de 50 mil km2., con varios cientos de kilómetros de sur a norte, de este a oeste y con grandes cadenas montañosas de por medio. Aquí, eso saber quién es este, quién es ese, quién es aquel, es casi una profesión.
Por ejemplo, dos personas que se presentan en una reunión de negocios, después del protocolo formal de sonreírse, estrecharse las manos, intercambiar tarjetas, cuando dicen los nombres y apellidos en voz alta es frecuente que continúe de esta manera ¿Fulánez?… este apellido me suena conocido ¿de dónde es usted? … pues de Puñal, un pueblito cercano a Santiago, responde el otro presentado…. y ahí sigue la cosa ¿Cómo? pero si mis tíos maternos son de un campito de por allí y también se llaman Fulánez, tienen una compraventa llamada El Empeño de la Vida… ¡ah, pero usted está hablando de Ramoncito que le dicen Chichí el cojo el porque renquea de la pierna derecha ¡mi concuñado! … y tirando del hilo se saca el ovillo y resulta que los presentados salen amigos de parientes, o parientes de amigos, y es muy posible que el trato se cierre más por la cercanía de las familiar que por los beneficios que pudieran obtener.
En las fiestas pasa lo mismo, uno que está solo, con un par de tragos encima y con ganas de hacer amistades a como de lugar, se fija en alguien que es pelirrojo y lleva también unas roncitos a cuestas y le dice… oye, como que te me pareces a alguien conocido, se llama Mengánez, es abogado en Barahona, tiene el mismito caco de locrio y es medio orejú como tú…¿Mengánez de Barahona? pero si ese es mi primo segundo, su padre y el mío son hermanos por parte de madre, tenía una finca de plátanos con Antonio el calvo… ¿Antonio el del colmado, el que se fue en yola?… y vuelve lo del hilo y el ovillo, y ahí están abrazados en el sancocho de madrugada brindando una y otra vez con la lengua medio estropajosa diciéndose ¡primo querido! ¡mi hermano del alma! y acaban dándose miles recuerdos para Marita, Mon, Chencho, Vitico… y prometiéndose una visita que nunca se hará cuando se les pase la resaca.
Y si vamos a un entierro de esos en los que todos ponemos caras de circunstancias, uno dice… pobre Robertico, es verdad que le pegaba a la mujer y abandonó a los hijos, pero en el fondo era una buena persona, -todos los difuntos comparten ese mérito – me acuerdo cuando fuimos a ver a Zutánez en El Seibo para resolver una diligencia… ¿Zutánez del Seibo? ¿No será el de la mueblería a la salida del pueblo, el cuñado de Papo, que es pariente de un tío de mi mujer… y ya están compartiendo el café del velorio contando anécdotas familiares, y haciendo los cuentos de risa de que nunca faltan en esos actos tan serios. Y es que hasta hace sólo unos años el país consistía en una especie finca cerrada y muy vigilada, donde cada uno tenía que saber muy bien cuáles eran las vacas suyas y las sus vecinos.
Por eso el dicho popular tan original y simpático de que aquí se conoce al cojo sentado y al tuerto durmiendo, y ese merenguito de… yo como que te he visto…yo como que te conozco simplón y repetitivo, pero pegadizo y verídico. Y, mucho ojo con lo que opinan de este escrito, pues aunque no nos hayamos visto nunca… ¡podemos ser parientes!