Leer Turbulencia de Miguel Yarull en el aire me pareció buena idea. El título y la portada lo sugería. Abajo, a cada extremo del vuelo que partió del Aeropuerto Internacional de las Américas José Fco. Peña Gómez y terminó en el Aeropuerto Internacional Benito Juárez, el estado de las cosas aprisiona. Los escapes no abundan en esos destinos, ni en otros.
Sobrevolando la ruta entre los dos puntos, mientras leía la nueva colección de cuentos del Bichan (nombre de uno de sus personaje que se le ha quedado al autor), disfruté de una ilusión de libertad. Si subía la mirada, me encontraba al otro lado de la ventanilla del avión con la pureza de un aire fresco y libre de Covid-19, entre las nubes y el cielo azul.
Cuando la bajaba y conectaba con la lectura, el libro en mis manos servía como salvoconducto hacia un mundo literario distinto al de la Gran Pandemia. Conseguí lo que la realidad atípica, pero más que eso, nuestros propios encierros existenciales, nos impide y que la escritura de este autor consigue: ponernos en la piel de otros y ser capaces de redimirlos, al reconocer en la de ellos, nuestra imperfección individual y colectiva.
El olor a orina del perro Sansón y la adrenalina de su amo, un hombre castrado emancipado, me alcanzó sin afectarme.
Escuché como si tuviera mi oreja en su pecho, los latidos del corazón de un niño-pez lanzándose como un ser mitológico a la mar. En el cuento Las arenas que trajo el ciclón, Yarull construye un hermoso Ícaro de agua que me sumergió hasta donde no resulta importante encontrar burbujas de aire para respirar.
Gracias a Una buena cosecha, me senté a la mesa y saboreé trozos de carne con un inesperado contertulio. El oneroso corte servido en el plato, así como la piel dura del hombre que lo acompañaba con un vino robusto, me supieron a gloria. Me despojé del afán de moralidad contra el sub iúdice. De todos los cuentos, mi favorito. Estuve sorpresivamente a gusto de compartir la mesa y las reflexiones de un confeso corrupto.
Los amigos Wanda Perdomo y Bebeto García me han recomendado La Peste. A mi la pandemia me ha sometido a la crueldad de no tener tiempo más que para la literatura jurídica. Leer Turbulencia en el aire, durante las cuatro horas que WhatsApp y las demás redes sociales enmudecieron, me hicieron levitar como una asunción. Floté como un ánima sin cuerpo y sin posibilidad de contagio al reencuentro de una serie de roces de nuestra viciosa humanidad, de la que se conforman sus historias, y que en verdad, extrañamos.
Gracias a los cuentos de Instrucciones para cavernícolas, Rapsodia millennial o Lost in translation, donde hay sudor, bailes y tragos, me emancipé de la prisión sensorial que atrapa el olfato y las papilas detrás de los cubre-bocas y la crueldad de una distancia que será sana pero también maldita. Lo anterior, a pesar de que los personajes más que quererse se miden y retan. Extraño la posibilidad de esos duelos tan humanos como reales y tengo deseos de liberar a los pocos en mi entorno que al seno de la pandemia han sido sometidos al monopolio de los míos.
Dicen Wanda y Bebeto que Camus parece haber vivido el 2020 y el 2021. Una cita del francés propone que: la peor epidemia no es biológica es moral. Leo el cosmos de Turbulencia y me convenzo de que la epidemia moral no empieza ni termina con pandemia.
A su referencia culta adjunto una profana para describir al autor dominicano que elegí leer en el avión. Yarull es un body snatchers (usurpador de cuerpos).
No sé si el buen Bichan, escritor para cine y un cinéfilo agudo, conoce la referencia en la que pensaba mientras leía este su último y mejor libro. La invasión de los usurpadores de cuerpos es un thriller clásico del cine categoría B, filmado en 1956, con un remake en 1978. Lo que sí sé es que cada vez Yarull escribe mejor.
Aunque su escritura no se limita a evocar el cine, el Séptimo Arte está en su cabeza y naturalmente en su obra. En ocasiones sin disimulo, en las expresas alusiones a las obras cinematográficas de Von Trier y Coppola, Jr.; en otras más sutiles, como las páginas que se pegan o se despegan del asfalto luego de un accidente y guiñan el cierre de The ghost writer (2010) de Polanski. Sin embargo, el autor fue abriendo su propio lente y su narrador omnisciente acota ideas que sería difícil replicar en el cine.
La pasión por el cine y el alma literaria se confunden de manera agradable. Ese cuento, Primeros auxilios, me parece un canto del cine a la novela, hasta que Yarull, el muy body snatcher, traza una línea transversal y literaria a la colección completa de Turbulencias. Se apodera del cuerpo de una señora en medio del siniestro que dice: ¡¿Lo van a dejar morir?!, gritó una señora salida de un tiempo más digno, y la multitud, quizás avergonzada, reaccionó.
Similar observación se reproduce en el cuento de los niños que juegan pelota (béisbol) en El parque. Esa idea de un tiempo más digno es el sutil pero contundente mensaje político del narrador, que entiende que hubo un tiempo así. ¿Lo hubo? Ya no sé, quizás en su tiempo literario solamente.
En otro, Lluvia de bendiciones, el único de los veintidós cuentos que ocurre en la Gran Pandemia, su protagonista es una mujer de mediana edad, cuyo cuerpo y alma Yarull usurpa para darle voz. La atormentada mujer fantasea con un Cristo redentor, sin recordar que esa solo es una escena de La dolce vita (1960), que vio pero no recuerda. Esa elegante referencia indirecta a Fellini no me distrajo de la historia de ella, la mujer del cuento, y de todo cuanto el body snatcher fue capaz de sustraerle en una escena de horas cargadas de miedo, rabia y negación, de una vida más bien amarga.
Yarull no acomete estos apoderamientos por el gusto de invadir una realidad o circunstancia ajena; y, en consecuencia, demostrar una habilidad de observación a los defectos de la conducta humana. Cada encarnación es oportuna, distinta y alcanza su propio fin, el de facilitar una epifanía al encarnado. Sea a una viuda concertista o al empacador de un supermercado, el escritor narra desde adentro las acciones mudas tramadas por estos personajes, que necesitan cambiar el orden las cosas.
En el mundo indigno del cosmos de Turbulencia, andan todos queriendo recuperar algo de balance. En el cuento Retro, el cuarentón de las chancletas que vive con la madre, enfrenta a la retroexcavadora como un Quijote a los molinos. Esta cansado de un tiempo que lo empuja en dirección contraria a la de mejores días.
Las acciones que el body snatcher cuenta son vengativas algunas, conciliadoras otras. Se ejecutan en horas, minutos, a veces segundos, y no sé cómo Yarull no queda drenado y puede seguir saltando de un alma a otra, sin necesitar una novela que los hilvane y le permita algunos respiros o pasajes con signos positivos.
Las decisiones tomadas por los personajes de Turbulencia, en su mayoría ocurren en menos de veinticuatro horas. Siempre me pareció que la película ¿Sabes quien viene a cenar? (1967) es formidable por ese motivo. Los cuatro personajes principales hacen grandes descubrimientos en un mismo día (y set). Así es la literatura de Yarull, excepto que sin la ligereza de la comedia romántica; y a decir verdad, así es la vida también. Sin darle almohada, son tantas las veces en que solemos girar el rumbo y cambiar el destino de nuestras vidas, en un tiempo tan breve y preciso como los cuentos de cinco o seis páginas del usurpador de cuerpos, que parece fortalecer su capacidad narrativa con cada mutación.
Adolfo es mi esperanza de disfrutar al autor en otro género. Se trata de un personaje que se repite en más de un cuento de Turbulencia y persiste sobre el teclado del autor. Amanece en el cuento y Adolfo sigue allí, contándole sus locuras a Yarull. Creo que Adolfo está pidiéndole quedarse a su lado, necesita su apoyo. Adolfo quiere ser novela. Pongo mis apuestas en ese número.
Cuando conocí las narraciones cortas de Cortázar, Rulfo, Bosch y Sábato, me preguntaba por qué la literatura latinoamericana era tan fatídica. Nunca nada bueno parece ocurrirle a la gente parida por estos escritores. Amén de comprender el conflicto permanente de nuestras sociedades en vías de desarrollo, el body snatcher coadyuva para que en ocasiones, cosas buenas les pasen a esta gente en circunstancias desafortunadas de la cual se apodera. Y, porque Turbulencias parte de la premisa de que hubo un tiempo digno al que se puede regresar, esa esperanza queda trazada en Otro juguete rabioso.
Quizás lo que ocurre es lo contrario. Son ellos los que se apoderan de Yarull, quien para salir de la angustia que les invade se libera él. En todo caso, con finales propios del tiempo indigno en que se encuentra pautada su obra. Cada cierre es una ruleta rusa donde uno termina con una pistola en la sien; y otro, con el apoyo de una mano amiga que construye el librero de Ikea, y deconstruye estereotipos, mientras el personaje acepta su debilidad frente a un cortaúñas. El caso es seguir saltando de un cuerpo a otro y qué bien lo hace.
Don Alberto Perdomo Cisneros (padre de la mencionada Wanda) publicó un formidable ensayo sobre los boleristas dominicanos. En ese enjundioso trabajo el intelectual y melómano explica con evidencia concreta, que los compositores dominicanos de boleros de los años 40 y 50 eran tan exquisitos como los mexicanos, cuyas obras se hicieron inmortales. Bésame mucho, Reloj y Noche de Ronda, han enamorado en todos rincones el planeta. Quizás un japonés o un australiano no sabe quiénes son Consuelito Vásquez, Roberto Cantoral o Agustín Lara, pero reconocen esas melodías.
Ilustra Perdomo Cisneros que la barrera que impidió a los compositores dominicanos similar proyección se deriva de la política de clausura de la dictadura de Rafael L. Trujillo. Con un buen ejemplo, el ensayista demuestra que el artista persevera. Es posible que muchos jóvenes dominicanos o mexicanos, al escuchar a Luis Miguel cantar ¿Y qué hiciste del amor que me juraste?, ignoren que lo escribió el compositor Mario de Jesús Báez, nacido en San Pedro de Macorís, República Dominicana.
Al término Turbulencia, lectura que agoté en el aire durante un vuelo de Santo Domingo a Ciudad de México, le escribí a mi querida amiga Alexandra Sánchez y le pregunté, ¿qué onda con tu primo el Bichan que no viene a la Feria de Guadalajara?
Turbulencia y las obras previas de Miguel Yarull, deben encontrar su espacio en las estanterías de Gandhi y Porrúa, grandes casas de libros mexicanas, en el marco de mencionada feria conocida como la FIL.
Su obra, como la del bolerista Báez, debe vencer las barreras de nuestra nueva dictadura: vivir de espaldas a la cultura. Debe llegar hasta la verbena literaria más importante de habla hispana y la segunda más importante a nivel mundial. El usurpador de cuerpos o body snatcher pertenece a los anaqueles de la Feria del Libro de Guadalajara, a los lectores de habla hispana.
La próxima vez que vea una obra de Yarull, espero que sea en un estante de la FIL, justo antes de las obras de Yeats y Yourcenar, en solemne orden alfabético.