Si los siete mil millones de personas que habitamos el planeta desde el pasado 31 de octubre nos pusiéramos todos en fila, dice National Geografic, rodearíamos la Tierra ciento treinta tres veces. Una cantidad grande, enorme que hace pensar en las posibilidades, por ejemplo, de alimentación para todos.
Esta cifra pone en el tapete nuevamente el debate sobre crecimiento poblacional y hasta dónde puede y debe llegar. Los datos son casi siempre engañosos, pero realmente los del ritmo del crecimiento asombran. Por ejemplo, dice esta institución, que al comienzo del siglo XIX, en 1800, este pequeño planeta azul lo habitaban nuestros antepasados que eran tan solo mil millones. Pero menos de siglo y medio después ya eran dos mil millones. Es decir, en ciento treinta años nacieron la misma cantidad de personas que en los mil ochocientos años anteriores.
Para pasar de de dos mil millones a tres mil tan solo hicieron falta treinta años. Es decir, en el tiempo que va del año 1930 al 1960 los hijos de Adán pasaron de dos mil a tres mil millones y para dar el salto a los cuatro mil millones bastaron catorce años, era el 1974.
A partir de ahí el crecimiento se ralentiza, aunque los cinco mil cayeron trece años después. En el último año del milenio, en 1999, llegamos a los seis mil millones de personas y a los siete el pasado 30 de octubre, como han informado las agencias.
La pregunta que todos se hacen es si, hoy por hoy, estamos en condiciones de alimentar a estos 7.000 millones de personas. Deberíamos volver a las cifras del hambre, casi tan aceleradas como las del crecimiento poblacional. Casi 1.000 millones de personas, según datos de la FAO 925, pasan hambre, una cifra que, no sólo no se ha reducido en los últimos años, sino que ha aumentado en 100 millones como consecuencia del encarecimiento de los alimentos que inició su carrera hace cuatro años.
Esto nos dice que un séptimo de la población mundial pasa hambre en estos momentos y que a este club irán ingresando más millones de personas cada año si no revierte la situación de la distribución de alimentos.
Nos engañamos si creemos que el tema alimentario es una cuestión de producción alimentaria básicamente. Ya en otra entrega me referí a este tema y apunté que no es cuestión de producción sino de una más equitativa distribución. Como ha explicado en varias de sus conferencias el presidente Leonel Fernández en sus viajes al exterior, la crisis alimentaria es básicamente el resultado de un movimiento especulativo perverso. Según el Parlamento Europeo, la especulación financiera es responsable del 50% del incremento de los precios de los alimentos. Por tanto la especulación es culpable en gran medida del hambre que padece uno de cada siete habitantes de este planeta.
Frente a los que piensan que para alimentar a más personas es necesario producir más alimentos están quienes piensan que la raíz del problema está en la inequidad e ineficacia en su distribución. Globalmente, he leído, se tiran a la basura mil trescientos millones de toneladas. En países como La India, por ejemplo, el 40% de las cosechas se desaprovecha en el proceso de recogida y distribución.
En algún otro informe he leído también que en realidad la tierra, a pesar de sus enormes zonas desérticas, tiene capacidad para alimentar doce veces el número de sus habitantes.
Podemos seguir creciendo, sí, y produciendo alimentos para todos y para más mundos que hubiera, pero no parece que seamos capaces de hacer que lleguen a todo el mundo, ni de generar las estructuras políticas y de mercado que lo hagan posible. Seamos los que seamos, un séptimo parece estar condenado a pasar hambre si no cambiamos estas maneras de gestionar el pan nuestro de cada día.