La tapicería de los asientos no lograba desmentir la antigüedad que registraba el olfato en aquella sala de espera. Aguardó durante horas a que su madre terminara de hablar con el señor detrás del escritorio, pero ya empezaba a impacientarse. Rondaba los 16 años, delgado, usaba unas gafas de marcos gruesos y negros.
En ese momento entró una mujer muy anciana a la sala. Era tan frágil, tan liviana, pensó el muchacho. La señora cargaba un libro gordo, de portada dura, color verde esmeralda. Le sonrió dulcemente, y con el índice, lanzó un hilo invisible que ató la vista del muchacho y la transportó al título, escrito con letras doradas: Historias Mágicas para Niños y Niñas, autor anónimo. El muchacho pronunció el título, disfrutando el crujido de sus labios al hacerlo. La anciana le permitió pasar los dedos sobre las letras doradas, pero cuando iba a abrir el libro, la sonrisa de la anciana se tornó retorcida y macabra. En un arrebato le quitó el libro y salió corriendo por la puerta, dejándole la mano extendida y abierta. Algo similar al enojo, aunque más ligero, como un burbujeo, ascendió lentamente hasta su esternón.
En un lugar tan oscuro, fue muy fácil distinguir la salida. La anunciaba una franja de luz, por donde se perdía la silueta de la anciana. En un pestañar, el muchacho emprendió su camino tras ella. La luz creció hasta volverse un estallido que depositó en sus ojos esquirlas de fuego, y le contrajo las pupilas. Afuera, la anciana en lugar de huir se acercó a él. Se lame los labios y le dice en un susurro: " No soy quien crees que soy."
– "¡Pero si no tengo la menor idea de quién podrías ser!" Las palabras surgen rugosas, secas del miedo, existiendo por alguna voluntad exterior a la suya, pero imposible de combatir.
– " A mí no me engañas, tú aún posees defensa en la mirada. Acabas de ser creado. Debes estar desesperado por mantener esa sensación de ser real e independiente. "
– " No entiendo nada. "
La anciana lo mira perpleja. Empieza a murmurar para sí misma, como bajo alguna influencia narcótica: " Claro, claro. Es así como lo logra. Ahora entiendo por qué nadie intenta escapar… Creí que los más pequeños lo entenderían, pero no, ninguno lo sabe…"
– " ¿Qué no sabemos?"
– "Pues que no existen, son imaginados dentro de la cabeza de alguien más. Son todos parte de una narración. No poseen libre albedrío, ni independencia ¡Ni alma propia siquiera! Pertenecen a alguien, y ese alguien maneja sus destinos."
La anciana permite que en un suspiro se diluya su impotencia, y se aferra más fuertemente a su libro.
– " ¿Quién creíste que pensé que serías?" Pregunta el muchacho.
– "Pensaste que sería la que te rescataría de ese horrible lugar."
– "Al huir, fue justamente lo que hiciste."
La anciana medita un momento, encolerizada al percatarse de que aún no ha podido burlar a su escritor. No hay escapatoria.
En algún lugar, una bala se mete en la recámara de un revólver.
La anciana se sienta y llora, desconsolada. El muchacho le pregunta por qué protege tanto a ese libro.
– "Este libro me permite ser el reflejo opuesto del espejo. Es el único modo de escapar de aquí."
– "¿De dónde?"
Algo se ciñe con fuerza en el muchacho. La sensación de hallarse en el interior de algo orgánico. Un laberinto. Un cerebro. Mira a su alrededor… Tiene sentido lo que dice la anciana. Estar dentro de una máquina pensante. Las ideas que genera son los individuos que la habitan.
– " Lo que no entiendo es por qué el estar dentro de la cabeza de alguien nos hace ser menos reales. Existimos igual. ¿Qué no refleja, al fin y al cabo, lo mismo el espejo que lo que se le coloca en frente?"
Un escalofrío le eriza la piel a la anciana.
– " Siempre hay uno que cree que lo sabe todo." Le responde indignada, negada a ver todas sus teorías regresar al punto inicial. Ella seguirá por siempre intentando descifrar cómo escapar, descubrir el secreto que nadie antes ha podido descubrir, cómo comprobar que es real.
Y mientras, todo esto podrá ser la historia de algún escritor.
"¿Qué hay de malo en eso? – Piensa el muchacho – Ya estamos aquí."