Entre  los  tantos secretos que guarda la iglesia Católica está la razón del espectacular comeback (recuperación) logrado por el arzobispo Octavio Antonio Beras  Rojas el 21 de enero de 1970 al ser trasladado por el Papa el arzobispo Hugo Eduardo Polanco Brito  a  Higüey  y quedar él (Beras) automáticamente en pleno ejercicio de lo que en el vocabulario eclesiástico se denomina “facultades  y derechos que corresponden a los obispos residenciales”.  Estas atribuciones le habían sido transferidas a Polanco Brito el 20 de diciembre de 1965 al ser constituido administrador apostólico “sede plena” de la arquidiócesis. El sacerdote Dr. Rafael Bello Peguero sostiene que “Al ser suprimida la Administración Apostólica, Sede Plena, que tenía a su cargo Mons. Hugo E. Polanco Brito, reasumió el 21 de enero de 1970 la jurisdicción eclesiástica de la Arquidiócesis” (El cardenal Beras, Santo Domingo, 1994).

En términos prácticos Beras tendría que esperar todavía cinco años y  pico, para ser precisos hasta el 31 de mayo de 1975, para reasumir totalmente sus funciones como arzobispo primado. A quienes estábamos cerca, aun aquellos como yo  sin acceso a secretos, nos consta que Polanco Brito siguió a la cabeza de la arquidiócesis, aunque ya sabía que había alcanzado a la cúspide de su carrera. Yo estuve entre quienes lo acompañaron a Higüey ese mayo del `75 y recuerdo que fue un viaje triste, hubo muchas lágrimas. En la pequeña comitiva de familiares, allegados y colaboradores primaba una sensación de desconsuelo y desolación, como quienes habían  perdido algo.

Puedo citar como ejemplo de que Beras no dirigía nada el hecho de que se enteraba de los actos en los que le tocaba participar  en Semana Santa cuando le enviaban del arzobispado la copia del programa. Y con esto no estoy revelando secretos. Temprano aprendí con el padre Bello  que  los secretos de la Iglesia se llevan a la tumba. Por eso nunca se sabrá, entre otras cosas grandes, quién escribió la carta pastoral del 25 de enero de 1960, crítica del régimen de Trujillo. Y eso que el obispo Roque Adames, ya en su declive, estuvo a punto de revelárselo a José Chez Checo durante una entrevista. Quien de seguro no la escribió y, en cambio,  la firmó a regañadientes, según vox populi, fue Beras Rojas.

La Iglesia puede ser influida por la política y viceversa, pero es una institución que siempre se maneja por su propia agenda autónoma. En la memoria colectiva de la población dominicana Beras Rojas se veía tan consustancial a la dictadura de Trujillo -¡28 años junto al sátrapa!- que todo el mundo pensó que debían quitarlo, como quitaron a Ramfis, a Petán, a Negro, a Cucho Álvarez, a Paíno Pichardo y demás funcionarios del régimen tiránico. Pero no fue así, cuando el 10 de diciembre 1961 falleció el consagrado  trujillista y arzobispo Ricardo Pittini, Beras asumió el cargo; de hecho lo ejercía de hecho como administrador apostólico sede plena desde el 30 de enero de 1960.

Y  todavía pasarían casi seis años más para el alejamiento de Beras de la cúspide jerárquica, aunque según se comentó siemprehubo fuertes presiones para su destitución, durante el periodo de transición desde la salida de los remanentes de la familia Trujillo hasta la instauración del Consejo de Estado tras el intento de golpe del 17-19 de enero de 1962. En esa ocasión Beras pasó a un bajo perfil, colocando inteligentemente en el Consejo al cándido  monseñor Eliseo Pérez Sánchez.

Así que, muchos pensarían que le había llegado la hora a Beras en 1965 cuando le quitaron la jefatura, “sorpresivamente” dirían los periodistas aunque en la Iglesia esas cosas nunca son sorpresivas. Nueva sorpresa en enero de 1970 cuando al hombre le  devolvieron  formalmente el mando. Un hecho que parecería trivial lo registra el padre Bello: “El 15 de julio de 1970 el Papa Paulo VI lo nombró [a Beras] Asistente al Solio Pontificio”. Para quienes piensan que esos nombramientosson ridículas  reminiscencias medievales o antiguas;en realidad tienen significado y funciones  en la Iglesia. Sirven para anteponer a una persona a otra, por ejemplo. En esa época, todavía casi un muchacho, pregunté por curiosidad qué significaba ese nombramiento  y me explicaron que si Beras estuviera oficiando al lado del Papa le correspondía estar directamente a la derecha del Pontífice a menos que hubiera alguien de tal jerarquía como el secretario de Estado o algún cardenal. O sea, expresaba jerarquía para un “por si acaso”, nada dejado al azar. Esto no impide que se hagan   burlas y relajo dentro de la Iglesia. Una vez le pregunté a un sacerdote amigo mío qué era un  “prelado doméstico” porque había visto que san Carlos Borromeo lo fue; me contestó: “Oh, un chopo”.

Y era que Beras se hallaba en plena recuperación, amigos en la Curia Romana y amigos en el Gobierno dominicano soplaban su velamen. Si esto no ocurre así, pregunten cómo se mantiene Agripino Núñez Collado en su cargo de rector de una universidad pontificia tras cumplir 80 años de edad, cinco más de lo que estipula el Derecho Canónico (nació el 9 de noviembre de 1933 en La Galeta, Santiago).

En el consistorio del 24 de mayo de 1976 Octavio Berasfue elevado a cardenal de la Iglesia Romana. Más sorpresas que nunca. Culminaba una carrera que, como la del general Eisenhower, dio un giro cuando llamó la atención de un superior por su buen desenvolvimiento. El arzobispo italiano Giuseppe Fietta (quien llegaría a cardenal en 1958 y, por tanto, no era un maíz) fue nombrado nuncio apostólico en Haití y Santo Domingo, ¡oh qué casualidad!,  el 23 de septiembre de 1930, apenas 37 días  después de la ascensión al poder del general Rafael Leónidas Trujillo.  Al momento, Beras era un joven seminarista que sería ordenado sacerdote el 13 de agosto de 1933, de 26 años de edad. El nuncio Fietta lo puso bajo su protección y el resto es historia. Cuando Fietta fue trasladado a Argentina el 12 de agosto de 1936 ya Beras estaba bien encaminado. Trujillo también.

Mi anécdota es que un domingo por la mañana tras una ceremonia de Confirmación, no recuerdo la fecha, en que el chofer de monseñor Polanco iba a regresar al arzobispo Beras a su casa, por algún motivo  yo iba en al auto al lado suyo mientras su fiel asistente Gaspar iba adelante con el chofer. Lo recuerdo bien porque acabábamos de pasar el parque Independencia y nos acercábamos a la esquina de la ferretería Read, cuando me preguntó “Y ustedes los estudiantes ¿por qué luchan?”

El contexto era que en esos días habían protestas y movilizaciones estudiantiles, posiblemente la lucha por el medio millón a la UASD, contra la reelección de Balaguer o tal vez era la visita del vicepresidente de Estados Unidos Nelson Rockefeller, que resultó en muertos, presos y heridos y un virtual toque de queda en la Capital.  Sorprendido “fuera de base” lo único que alcancé a responder, panfletariamente,  fue “Por la independencia nacional”. Me contestó: “Pero este país es independiente”;  entonces, se quedó pensativo un momento, y agregó “Aunque no”. Más nada se dijo, porque ya estábamos en la calle Cayetano Rodríguez, en la casa donde vivió el arzobispo Berashasta su muerte, ya siendo cardenal, el 30 de noviembre de 1990.

Quienes lo conocieron saben que Octavio Antonio Beras  Rojas nunca dejó de ser un trujillista devoto. Nadie puede afirmar que consintiera en  crimen alguno y, por el contrario, consta que a lo largo de la dictadurasalvó a incontables personas de la cárcel y la muerte. Pero era alguien partidario  del autoritarismo como forma de dirigir la sociedad, y así dirigía la Iglesia.