La economía dominicana ha experimentado un alto crecimiento desde el año 1992 (5.5% como promedio anual) que ha llevado su PIB per cápita de US$1,300 a US$8,600 dólares. A pesar de ello, prevalecen las personas desocupadas o sub-ocupadas con ingresos insuficientes para cubrir sus necesidades básicas.

Uno tras otro, los líderes políticos de turno han planteado en sus agendas la búsqueda de soluciones a este problema de fondo. Enunciados poderosos como “empleabilidad” se hacen presentes en cada plan, indistintamente de los colores de la bandera política que predique.

Pero el diseño de políticas públicas para abordar este tema ha recorrido demasiadas veces la misma ruta: asumimos que para lograr que las personas logren emplearse, es suficiente con ofrecer programas cortos de formación que se acomoden a la base y a los gustos de las personas desocupadas.

A primera vista, esa estrategia de rescate social parecería un buen camino para animar a las personas a que no se den por vencidas y encuentren en los sistemas de aprendizaje una esperanza para su futuro. Sin embargo, la experiencia indica que solo podremos incidir en el acceso a empleos dignos con programas de formación diseñados:

  1. Con una mirada valiente a las necesidades ocupacionales,
  2. Capaces de reconocer lo que las personas ya saben y,
  3. Conectados con otros programas que permitan a las personas un aprendizaje continuo.

Las ocupaciones cada vez demandan competencias más complejas. La automatización, digitalización y todo lo nuevo que va incorporándose a los procesos de producción, generan puestos de trabajo para personas con competencias más elevadas, por lo que no tiene sentido que nuestros esfuerzos se queden en el diseño de cursos cortos que desarrollen capacidades de nivel bajo.

Tenemos que ser valientes y atrevernos a analizar la complejidad de los conocimientos, destrezas y habilidades conductuales que demanda y demandará el mercado de trabajo y, desde allí, diseñar los programas que puedan dar respuestas a dichas demandas.

No hay tiempo para el desperdicio. No hay tiempo para que las personas anden transitando por rutas que obligan a repetir aprendizajes.  Hay muchas personas que poseen conocimientos y habilidades adquiridos a través de la experiencia o de cualquier forma, y que pueden y deben ser reconocidos para continuar su aprendizaje a lo largo de la vida, y así consguir un empleo digno que facilite su inclusión social y laboral.

Para impulsar el aprendizaje a lo largo de la vida, los programas deben ser diseñados articulando los sistemas de educación y formación cuando así se requiera, sin miedos y sin vacas sagradas. Si la realidad indica que hay y habrá pocas opciones para personas que no posean la base académica de secundaria, entonces los esfuerzos de los sistemas de empleo y formación deben responder a esta realidad: habrá que diseñar mecanismos, junto al sistema educativo, para ayudar a que más personas completen la secundaria.

Es muy probable que cuando pongamos la mirada en las oportunidades laborales presentes y futuras, tendremos que enfrentar la realidad de que para “rescatar” a las personas de la pobreza, no podemos conformarnos con diseñar programas ajustados a los intereses y a las bases académicas de los desocupados, sino que, partiendo de estas realidades, debemos desarrollar estrategias que permitan a las personas llegar a los niveles que deseamos.