El ateísmo es el conjunto de planteamientos que se sustentan en la idea de que las personas no pueden conocer a Dios o determinar su existencia, negando así toda creencia en un dios o en las divinidades. Naturalmente, rechazar la existencia de Dios implica la fundición de cualquier entidad espiritual en una suerte de agnosticismo que lleva a prescindir de cualquier concepto absoluto o a desdeñar los postulados que no puedan ser demostrados con la sola ciencia humana. Para los ateos, las concepciones que llevan a la creencia de un dios personal tal y como se presenta en las religiones cristianas están cargadas de atributos que son inconsistentes entre sí. Las características que adornan a la personalidad de Dios como la perfección, omnisciencia u omnipotencia son incompatibles con el propio comportamiento del Dios bíblico o por lo menos contradictorias.
No obstante a aquellas legitimas dudas el impulso de creer en algo que trascienda a nuestro entendimiento a estado latente en todas las civilizaciones a lo largo de la historia. En la búsqueda por explicar su origen el hombre ha tratado de dar con una verdad que ofrezca sentido a su propia existencia gravitando entre las ideas de que somos hechura del azar a que somos el resultado de una creación inteligente. Unas de las razones más poderosas que aportan los creyentes es la evidente perfección humana. Es inconcebible el azar cuando se cuenta con evidencias de armonía en todo lo que naturalmente nos rodea. La vida de hecho no se explica sin la existencia de algo que le haya dado origen. El problema con el hombre es que no podemos comprender a Dios pero sin él los seres humanos no tendríamos un referente para explicarnos a nosotros mismos. Prescindir de Dios es descartar todo aquello que nos hace razonables ya que sin él no sería lógico explicar la existencia.
Para los escépticos es de ignorantes pensar que alguien nos creó he hizo todo aquello que podemos ver, sin embargo, cuando reflexionamos acerca del armónico diseño de la naturaleza y de la perfección de los organismos vivos, incluyendo el hombre, fácilmente llegamos a la conclusión que resulta mucho más inteligente pensar que hubo un arquitecto para todo lo creado a que todo lo que nos rodea, la tierra y el universo, son el producto de un accidente. La concepción antropomórfica de Dios puede ser discutible, de hecho si Dios existe como el creador de todo no podríamos asegurar que el mismo esté circunscrito a los atributos humanos, pero de que existe como una fuerza inteligente es más que posible.
Dios es consustancial al hombre porque el mismo se hace necesario para todo lo experimentado en nuestras vidas. Si se suprimiera a Dios del debate no tendríamos sentido como seres humanos, se nos hiciera más difícil determinar la razón de nuestras vidas y viviéramos sin esperanzas. Para el menos creyente, Dios es incluso el refugio apelable frente a todo aquello que no se puede explicar y depositario de todos nuestros vacíos existenciales. Lo que ha ocurrido es que desde la antigüedad el hombre se ha empeñado por construir una idea humana de Dios, imponiéndole sus limitaciones para hacerlo más razonable y resulta que Dios no es razonable o al menos no cabe en nuestras mentes finitas. No podemos tomar una muestra de Dios y llevarla a un laboratorio para ser estudiado ni mucho menos podemos explicarlo con argumentos.
La figura humana más asociada a Dios es sin dudas Jesús de Nazaret. Jesucristo es el inspirador de una de las instituciones más grandes y extendidas en el mundo hasta hoy: El Cristianismo. En las fuentes bíblicas así como profanas encontramos referencias de como los primeros cristianos extendieron lo que es hoy la religión más practicada en el mundo; peregrinando aun a merced de sus propias vidas. Sin embargo, la fuente inspiradora de aquel movimiento reformador de la condición humana jamás trató de explicar el proceder de Dios ni su personalidad. No existen evidencias evangélicas de que Jesús haya pronunciado un discurso en aras de revelar la forma en que Dios piensa o lo que cree Dios sobre muchos aspectos. Incluso, a la petición hecha por uno de sus discípulos de que le “revelara al Padre”, Jesús fue poco revelador o enigmático en su respuesta: “Tanto tiempo estando con él y aun no lo has visto”.
Lo que Jesús enseñó del Dios padre fue su naturaleza esencialmente perfecta y la posibilidad latente de que todas las personas, a través de él, pueden tener una relación con el Padre. Enseñó que los seres humanos deben aprender a amarse, vivir haciendo el bien y practicar constantemente el amor. Cualquier otra consideración razonable en torno a Dios puede llevarnos a confusión, ya que Dios no se puede ver sino sentir, no se puede explicar sino experimentar a través de un profundo dogma de fe.