Para muchos, en lo personal, la manera trágica e injustificada en que un ser querido perdió la vida aquel día indudablemente les trastocó la existencia. Mi corazón está con ellos. Superado el aturdimiento inicial, la vida colectiva siguió su agitado curso, con algunos ajustes incómodos, como las medidas de control en los puertos y aeropuertos.
De su lado, los políticos se pusieron de acuerdo para lanzarse a la guerra en Afganistán. Cientos de personas fueron apresadas bajo la sospecha de terrorismo. Algunos inocentes, otros culpables. Casi todos fueron sometidos a interrogatorios y encierros que obligaron a los abogados de la Casa Blanca a redefinir lo que implicaba tortura y lo que no. Contra algunos nunca se presentaron cargos formales y, sin embargo, se les mantiene en prisión. La lógica de toda esta reingeniería de la ¨justicia¨, tal y como la habíamos conocido los occidentales hasta entonces, era la de evitar una nueva incursión en Estados Unidos del terrorismo islámico.
Dos años después, todavía sin resolver lo de Afganistan, los norteamericanos se metieron en Irak. Lo hicieron sin la aprobación de la ONU y utilizando evidencia que en buena medida terminó siendo falsa como el caso de las armas de destrucción masiva que a pesar de la retorica norteamericana sencillamente no existían. Al menos, no al momento de la invasión. Entre tanto, el conflicto de Israel y los palestinos se recrudecía, y el mundo musulmán seguía viendo a Estados Unidos como un invasor infiel, un coloso dispuesto a imponer su versión del mundo a cualquier precio.
La respuesta a la tragedia del 11 de Septiembre por parte de quienes sostenían las riendas del poder puso de manifiesto, quizás, la limitada visión de una franja muy influyente de la clase dirigente norteamericana y su falta de capacidad para generar un liderazgo que fuera más allá del ojo por ojo. El terrorismo no es acto casual, es injusto y doloroso, pero no casual. Atenderlo efectivamente, resolverlo inclusive, implica algo más que matar.
República Dominicana está en el presente teniendo que enfrentar manifestaciones de criminalidad cuyas raíces, guste o no, reposan en gran medida en la inequidad, la frustración que se desprende de necesidades incumplidas, la desconfianza y la desesperación. Nos ha tomado tiempo llegar al presente estado de cosas, nos tomará tiempo salir. Santiago, al organizarse, da un paso interesante. Ninguna de las ideas propuestas son malas aunque la aplicación de las mismas demandará mayor ponderación, prudencia y cautela para evitar la falsa creencia de que secando el piso se corrige la gotera.