Las calles suben o bajan, nos llevan o nos traen, pero no sólo en el plano físico, sino también en los territorios de la nostalgia: La calle donde alguna vez vivimos, de la que ya no queda siquiera el nombre o la calle desierta donde solíamos escondernos para besar ávidamente a la primera novia, antes de que volviera temprano a su casa, como Cenicienta castigada. De la misma manera, los corridos al mencionar a una calle, desacomodan los recuerdos.

Dicen los que saben que el corrido es hijo del romance español y que viajó junto con las huestes de Hernán Cortés en la conquista de México-Tenochtitlán. Desde entonces, canta y cuenta los hechos relevantes del pueblo: “un hecho sangriento, una gesta heroica, el atrevimiento de un pueblo patriota, un hombre muy hombre, por una hembra herido, ha puesto su nombre en nuestro corrido”, cantan Los Tigres del Norte.

La calle ha sido arena, campo de batalla, cruce de pasiones y el corrido lo ha consignado. Durante la Revolución Mexicana como sabemos, el corrido, además de cantar algún hecho sobresaliente, funcionaba como difusor de actualidades, pues la mayoría de la población era iletrada. De esta manera, el corrido transmitía, informaba, criticaba, incluso daba consejos y lecciones, jugando el rol de un verdadero “periódico popular”, como lo señala Gilberto Vélez.

Así tenemos La Toma de Zacatecas, corrido que evoca la célebre batalla del 23 de junio de 1914, entre los “federales” del traidor Victoriano Huerta y “Los Dorados” de Francisco Villa, jefe de La División del Norte. Las heridas del combate empezaban en las angostas calles de la ciudad colonial: ¡Ay, hermoso Zacatecas! mira como te han dejado: la causa fue el viejo Huerta y tanto rico malvado. Estaban todas las calles de muertos entapizadas y las cuadras por el fuego todititas destrozadas”. Zacatecas todo, su gente y sus edificios, sus plazas y sus avenidas, sus mercados y sus banquetas, se aglutinaban en un mismo dolor, que empezaba con la grotesca acumulación de cadáveres.

La muerte rondaba las calles de Guanajuato”, dice otro corrido, Tiempos de mayo. Callejas empedradas de historias que, husmeando la fatalidad de unos amores contrariados, nos conducen a una iglesia donde “El Gato”, sordo de cólera, se dispone a matar a la mujer que se está casando, con otro, obviamente: “entre el altar y la puerta, la novia se derrumbaba, en los brazos de Gerardo murió cuando la abrazaba”. Un año después del crimen, ni Gerardo ni “El Gato” la han olvidado y los rivales se encontrarán calle abajo por el rumbo del panteón. Armados de flores y pistolas, se batirán y yacerán eterna y “cursimente” sobre la tumba idolatrada: “Los dos le llevaron flores, con tierra y sangre bañadas, los dos murieron en mayo, cuando las rosas floreaban”. Es curioso, sin embargo, que el corrido omita el nombre de la mujer, siendo ella la “causa” del desquiciamiento de los valientes. ¿Un dejo de machismo, la señal cifrada de que lo importante es resaltar el valor de los adversarios y que la historia personal de la mujer es un mero pretexto para que aquéllos pongan a prueba su coraje y hombría?

Por otro lado, hay calles en las que probablemente no quisiéramos poner la bota, pues su sola mención nos estremece, pensemos los filosos vericuetos de Tepito, en el Distrito Federal, cuna de boxeadores y capital mexicana de la piratería. Y si las calles nos pueden resultar terroríficas, también suelen ser silenciosos vigías cuando presencian de todo: actos turbios, caricias intensas, encuentros fatales. Fue precisamente en “un callejón oscuro” donde Camelia y su amante Emilio “las cuatro llantas cambiaron” y fue en esa misma calle sin retorno, negra como uno de esos neumáticos, donde “entregaron la hierba”. Así, el corrido Contrabando y traición (aunque más conocido como Camelia la Tejana), muestra uno de los muchos métodos que se han usado para colmar de droga a los Estados Unidos: “traían las llantas del carro, repletas de hierba mala” y de manera paralela canta la trágica historia de Camelia y Emilio. Ella, al verse abandonada, decide liquidarlo antes de que vuelva de nuevo con su esposa. Después huirá con la plata y su tristeza, dando inicio a la leyenda: “sonaron siete balazos, Camelia a Emilio mataba, la policía sólo halló una pistola tirada, del dinero y de Camelia, nunca más se supo nada”. Baste mencionar que la mítica Camelia además de que quizás sea la “madre” del narcocorrido, tan a la moda y tan denostado hoy en día, inspiró el personaje de “Teresa La Mexicana” en la novela de Arturo Pérez Reverte, La reina del sur y que recientemente, encarnara en la televisión Kate del Castillo.

Ahora bien, para un inmigrante clandestino, la calle puede ser sinónimo de destierro, pues la vía pública es la selva donde los policías acechan para devorarlo. El corrido también canta aquí una doble tristeza condimentada con nostalgia y temor, ligada al hecho tan simple y cotidiano de cruzar bulevares: “Casi no salgo a la calle, pues tengo miedo que me hallen y me puedan deportar” se lamenta el protagonista de La jaula de oro, un mexicano cuya angustia se multiplica pues si lo “agarra la migra” sus diez años de trabajo y sacrificio se irán a la mierda y además, como ilegal que es, no puede visitar su país, jodido impedimento que lo convierte en un prisionero melancólico: “de que me sirve el dinero si estoy como prisionero dentro de esta gran nación, cuando me acuerdo hasta lloro, que aunque la jaula sea de oro, no deja de ser prisión”.

La calle es más que un trazo de cemento o de tierra para el ausente: es la familia, el barrio donde creció, donde aprendió a besar, donde tocó una guitarra o pateó una pelota por primera vez. No importa que hoy conozca uno a uno los castaños de los Campos Elíseos o que haga picnics en el Central Park, el recuerdo de las calles de su barrio le punza el alma, tal como lo atestigua el protagonista de Pueblo querido: “Yo he vagado por grandes ciudades, por sus calles rete bien alumbradas, pero nunca he olvidado a mi pueblo, ni pienso olvidarlo por nada, aunque tenga sus casas de adobe, y una que otra calleja empedrada”.

Así como Borges lamenta que nadie vio la hermosura de las calles, hasta que pavoroso en clamor se derrumbó el cielo verdoso en abatimiento de agua y de sombra, el corrido llora el recuerdo de una calle donde nos hicimos hombres o donde sucedió la infancia o se extinguió la inocencia.

En pocas palabras diríamos que las calles “caminan” entre la nostalgia y de pronto al doblar la esquina vemos que por esa calle vive la que a mí me abandonó