“Las pandemias tienen un efecto universal único.

Nos hacen a todos potenciales filósofos. La pasividad

y el aislamiento obligan a reflexionar la vida”

                            David Pérez

Y ocurrió, como ocurren a veces las cosas y los sucesos inesperados, aunque el ser humano -puesto a imaginar lo increíble- sospecha que estos hechos quedan siempre relegados al campo de la ficción o en el peor de los casos le ocurren a otra gente, esa gente que vive en lugares remotos y de la que uno se olvida tan pronto como lee su nombre en las noticias. Ocurrió lo que queríamos ignorar que pudiera ocurrir y aquello que en nuestra infantil prepotencia nos negábamos a aceptar. Y entonces alcanzamos al fin a vislumbrar la certeza de no ser infalibles. Jamás lo fuimos pese a esa locura de creernos el centro mismo del universo.

La pandemia, que avanzó sin freno posible, alcanzó el centro mismo del poder en aquel fatídico año que acababa de iniciarse. Y llegó para conferir una condición distinta a todo aquello que creímos conocer, para dar una nueva dimensión a la existencia. Todo el mundo a la vez -en un corto espacio de tiempo- se enfrentó con temor a la incertidumbre de no disponer de las armas necesarias para desafiar al enemigo.  Cierto que el ser humano se había enfrentado en otras ocasiones al temor y a la muerte sin medios capaces para vencerla, pero ahora nos creíamos a salvo o tal vez y a pesar de las constantes advertencias nunca llegamos a visualizar tal posibilidad. Muchos fueron los países afectados. El mal alcanzó de lleno al llamado primer mundo y lo hizo con desigual virulencia en un principio, pero poco a poco se fue mofando de todos aquellos que se creían a salvo. El impacto fue amargo a lo largo de todo el año y si bien la pérdida en vidas humanas será siempre trágica e  irreparable, la pandemia además habría de llegar para llevarse por delante, no solo nuestras propias convicciones, sino muchas de las referencias que asentaban las estructuras, el tejido social de cada país y el modo en el que los individuos se relacionaban entre sí hasta ese momento. En muchos sentidos, la situación trazaba una encrucijada totalmente imprevista. Como Víctor Hugo argumenta en una de sus novelas “Todas las situaciones críticas tienen un relámpago que nos ciega o nos ilumina” y no cabe duda acerca de lo certero de estas palabras. El aislamiento nos obligó a plantearnos alternativas distintas y al mismo tiempo nos ofreció la oportunidad de abrir espacio a la reflexión. Una reflexión que debería haber sido sosegada y profunda acerca de la existencia que vivimos, pero mucho temo que dejamos pasar la oportunidad.

Uno de los cambios iniciado tiempo atrás y que indudablemente se ha consolidado a lo largo del 2020 en el mundo, ha sido la incontestable preponderancia que ha alcanzado, para bien o para mal, la conexión global en red. El uso y abuso de redes sociales augura y cada vez con más fuerza, constituirse en motor de la nueva sociedad, en arquetipo de un modelo diferente de relacionarnos con el mundo, con todo lo que eso conlleva y que ya anticipaba de alguna forma –aunque lo hiciera por vías distintas- la distopía 1984 de George Orwell “Sin duda, podrían saber hasta el más pequeño detalle de todo lo que uno hubiera hecho, dicho o pensado"

El mundo al completo, en cualquier variable que alcancemos a contemplar, se ha movido en el último año en la necesidad de saber de todo y de litigar por todo sin tener las claves para hacerlo. La red se ha convertido así en el centro neurálgico de un perverso circuito de información y desinformación -hábilmente manejado- sin que exista en muchas ocasiones el menor criterio para verificar la corrección de los datos a los que se accede. Nunca fue más fácil alterar la realidad y servirla en bandeja. Internet es hoy fuente de conocimiento, pero es igualmente mentidero político y mecanismo de propaganda de partidos en todo el mundo, fábrica de rumorología y falsas noticias, sistema de ventas "online", distribución a domicilio de productos de gigantescas empresas que devoran todo a su paso y a la vez tabla de salvación de pequeños negocios que han incorporado con acierto las nuevas técnicas para acceder a su público. Es un totum revolutum en torno al cual orbita toda nuestra existencia y cada vez en mayor medida. El consumo de ocio online se ha disparado en el año de la pandemia. La red se ha utilizado, por vez primera a nivel mundial, para introducir una modificación apenas estudiada hasta este momento en el campo educativo. Ésta medida adoptada con carácter de urgencia y aún sin valorar su impacto en la comunidad escolar, excluye al mismo tiempo a la población menos favorecida, esa que no tiene conexión posible, quedando al margen de un sistema que origina de este modo una enorme brecha digital, a su vez generadora de más desigualdad. La banca digital ha experimentado un impulso sin precedentes eliminando una gran parte de puestos de trabajo presenciales. En España ha supuesto el punto de partida de una nueva relación telemática del ciudadano con la administración pública y con los recursos sanitarios.

Las relaciones sociales en los últimos años habían sufrido importantes cambios y poco a poco se han ido deteriorando en favor de nuevas fórmulas de carácter efímero y meramente ocasional. "Hoy, Internet no es otra cosa que una caja de resonancia del yo aislado" afirma Byung-Chul Han. Son relaciones que nacen con fecha de caducidad y que eluden en general todo compromiso auténtico. El confinamiento no hizo sino incrementar la tendencia hacia este tipo de contactos a través de distintos escenarios y plataformas digitales que aseguran la comunicación, pero como bien alerta Han  “Sin la presencia del otro, la comunicación degenera en un intercambio de información: las relaciones se reemplazan por las conexiones, y así solo se enlaza con lo igual; la comunicación digital es solo vista, hemos perdido todos los sentidos; estamos en una fase debilitada de la comunicación, como nunca: la comunicación global y de los likes solo consiente a los que son más iguales a uno; ¡lo igual no duele!”.

Caminamos hacia un mundo distinto eso es indudable. Toda crisis de importancia y ésta sin duda lo es, ha dado curso a un giro en el devenir del hombre. La pandemia ha permitido acelerar cambios que ya se vislumbraban en el horizonte. Otros serán nuevos y hundirán sus raíces en el miedo. Tal vez seamos a partir de ahora más cautos, más desconfiados, más temerosos ante lo que desconocemos y por tanto más prudentes. Tal vez seamos capaces de inventar un mundo más justo y solidario aunque de momento nada así lo augura. Quizás tan solo olvidemos cuanto está sucediendo y sigamos huyendo hacia adelante sin aprender nada. El ser humano es a veces imprevisible y sin embargo, se me antoja que nunca como hoy tuvieron tanto sentido estas palabras recogidas hace ya veinte años “Estamos en un momento crítico de la historia de la Tierra, en el cual la humanidad debe elegir su futuro. A medida que el mundo se vuelve cada vez más interdependiente y frágil, el futuro depara, a la vez, grandes riesgos y grandes promesas.” (Iniciativa de la Carta de la Tierra, 2000). Tal vez haya llegado el momento de levantar la frente,  de sacar partido de una situación que ahora contemplamos devastadora, de ser audaces  y promover un cambio radical de rumbo en nuestras sociedades y en nuestra -hoy lo sabemos más que nunca- vulnerable existencia.