Hace aproximadamente dos meses publiqué en este medio un artículo expresando una situación que viví con un sobrino accidentado al borde de perder la vida porque no existía en ningún hospital un ventilador ni una cama disponible.

En ese momento la impotencia que viví al recorrer más de cuarenta centros médicos de esta capital y no tener acceso a lo que buscaba, ya fuera por falta de los recursos económicos o porque los hospitales carecieran de ello, me hizo llorar amargamente cuando supe que una llamada había resuelto el problema.

Narré que mis lágrimas obedecían no solo a la impotencia ni la alegría que me produjo saber la noticia de que lo atenderían, sino al hecho mismo de pensar en las tantas personas empobrecidas de este país que languidecen en hospitales públicos por no tener los recursos para irse a otros espacios.

Hoy la tragedia ha sido mucho mayor: once niños y niñas fallecieron en un solo día y hasta ahora nos enteramos que las muertes en ese hospital son cosas comunes al punto de que se interpreta casi como normal la cantidad que fallecieron porque las estadísticas que se ofrecieron son alarmantes.

Si una palabra pudiese describirnos es la desigualdad, un país donde muchos mueren de hambre y otros de indigestión, donde cada cuatro años surgen nuevos ricos con el dinero del Estado, los senadores y diputados justifican unos fondos de asistencia social porque con ello obligan a la dependencia y el parasitismo que les garantizará el triunfo en las siguientes elecciones.

Como ponemos candado después que nos roban al hacerse público un drama cotidiano cundió el pánico y todo el mundo quizo ponerse donde el capitán los vea. En cuestiones de horas se formaron tres comisiones diferentes para ir a investigar lo que todos sabían desde hacía tiempo y terminar culpando a los mismos que el pueblo culpaba por no conocer el drama humano que se viven en los hospitales públicos de este país.

Nunca esperaba que para conocer la realidad del sistema de salud tuviera que ocurrir esta tragedia porque quienes han muerto en este aberrante hecho no son los hijos de quienes dirigen los destinos de la salud en este país, son los hijos e hijas de quienes no tienen otra opción.

Dudo mucho que los hijos e hijas de los funcionarios públicos estudien en escuelas públicas o sean atendidos en los hospitales de mala muerte de este país y así se llenan la boca diciendo de cuánto ha mejorado la salud y la educación.

Son funcionarios que se llenan la boca diciendo lo mucho que hemos avanzado en unos servicios que ellos mismos no lo consumen, si nuestros sistemas fueran tan eficientes de seguro serían los primeros en utilizarlo.

Y vamos a estar claros: el problema no se resuelve destituyendo personas porque lo único que se logra es complacer a un pueblo que pide rodar la cabeza de quienes toman decisiones en el momento. El problema es estructural, es un problema de un sistema de salud que nunca ha funcionado y que tristemente ha colapsado.

Si para entender que nuestro sistema de salud está mal se necesitaba una tragedia como esta sigo sosteniendo que el país es una M… y no es de miércoles.