– Entonces, ¿es ella?

Dijo a alguien que ya no estaba allí. Se percata de esto, y permanece quieta un momento, entendiendo lo que ocurre, mientras me observa con atención.

– Eres distinta.

Concluye por decir. Yo la miro también… Es exactamente como la recuerdo.

– Es porque he madurado.

Le respondo cariñosamente.

-¿Madurado? ¿ Y eso por qué te hace distinta?

– Pues, que he crecido y aprendido. He cambiado. Ahora sé más.

Le dije, aunque por alguna extraña razón, no pude pronunciar con toda seguridad esas últimas tres palabras. Y como sabrán, esas son cosas que no se le escapan a los niños.

– Ah, no sabía que madurar implicaba cambiar quien eras. ¿Y en qué conoces la vida mejor que yo?

– Esa pregunta no tiene caso responderla. Aunque tuviese una respuesta concreta, pierde el sentido si te la doy. La irás descubriendo a tu tiempo, y a tu manera.

Ella suspira resignada, sabiendo que es inútil insistir.

– Supongo que es bueno el hecho de que no me lo quieras contar. Significa que no hay nada que quieras evitar que suceda.

– Sí que lo hay. Pero aunque quisiera evitarlo, sé que si no sucede no formará mi carácter como lo ha hecho, y no podré ser quien soy, quien tú llegarás a ser.

– ¿Te gusta quien seré, quien eres, entonces?

– Sí, aún hay mucho que mejorar, pero sí.

– ¿Qué queda por mejorar?

Medito un momento antes de responder a esta pregunta, aunque su respuesta es bastante sencilla.

– Todo lo que quiero mejorar de mi consiste básicamente en recuperar cosas que dejé perder de mi misma. Cosas que tú aún tienes. Como la sencillez con la que miras las situaciones.

– ¿De qué te sirve madurar entonces?

Ante esto, no me queda más que reír.

– Creo que no logré definirlo correctamente.

Le digo.

– No, lo que no hiciste fue preguntar por qué te veo distinta.

– Tienes razón… Tampoco pregunté distinta a quién.

Ella sonríe.

– Por fin entiendes. Eres distinta a como pensé que serías, a como te imaginé. Y distinta a quién eras, a mi. Te sumiste en el desaliento. Olvidaste tu sueño, aquello que anhelabas. Pude darme cuenta con tan solo mirarte.

– Lo sé. Lo sé.

– ¿Qué pasó? ¿Por qué lo has hecho?

– Pues, precisamente por madurar. Ese sueño tiene demasiados obstáculos, y muy pocos beneficios. No es práctico. Es hermoso, pero no me conviene.

La niña que fui, aquella que aún vive en alguna parte de mi, pero que he ignorado por mucho tiempo, se pasa la mano por los cabellos yendo de un lado para otro como animal perseguido, y me dice con una voz llena de angustia:

– Te engañas a ti misma. Huyes diciendo "mejor así", pero tú ya conocías los obstáculos que traía tu sueño antes de proponértelo. Juraste que para hacerlo realidad pondrías todo el ardor de tu alma, toda la fuerza de tus brazos. Lo sé, porque eras niña cuando lo juraste. ¿Es esto todo lo que tienes? Ante tus ojos, y los de muchos otros grandes, no soy más que una tontuela, pero sé muy bien lo que es el miedo. Temes. Es esa la verdadera razón de tu abandono. Te dices que es lo sensato, lo correcto… ¡Lo práctico! ¡Te dices eso y te crees casi justificada aún ante tu propia consciencia, ciega de ti! Pero no siempre fue así como te representaste las cosas. ¿Quieres mejorar?

– ¡Ya sé! – La interrumpo. – Ya sé cómo hacerlo. Ya sé lo que debo recuperar.

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En esta madrugada no se escucha más que el silbido del viento de invierno que agita las copas de los árboles. Estoy acostada en mi cama, esperando un amanecer que llegó en forma de remembranza.

Verán, la historia surge con la retrospección. Muchos eventos se vuelven significantes sólo cuando miramos hacia atrás.

El pasado es esa amenaza que siempre se cumple, o esa promesa que no descansa… Dependiendo de cómo decidas verlo, porque así como todo lo demás, el pasado está empañado por nuestra percepción, laboriosamente fabricada por nuestras mentes y corazones, la tecnología más antigua y compleja.

Aún no sé cómo logré abrirle la puerta a ese recuerdo, pero siento con qué nostalgia acaricia mi mente aquel peculiar sueño que tuve una vez.

Tanto he cambiado desde entonces, y a la vez tan poco.

Me pregunto cómo sería aquel encuentro imaginado, si lo imaginara hoy.