No es tema nuevo sino problema viejo. Pero es preciso seguir machacando sobre el, dado que estamos hablando en término de pérdida de vidas humanas, toda una cosecha trágica que se repite una y otra vez y a nadie parece importarle, salvo a los parientes de las víctimas.
Primero fueron siete las personas que murieron como consecuencia de un terrible accidente en la autopista de Puerto Plata, donde un carro público cargaba nada menos que nueve pasajeros: tres en el asiento del chofer, cuatro en el trasero y hasta dos en el maletero. Toda una invitación a la tragedia, que finalmente ocurrió.
Y al día siguiente, no repuestos todavía del impacto de la dolorosa noticia, diez personas más, en su mayoría jóvenes, llevaron luto a sus respectivos hogares, en esta oportunidad en la carretera de Nigua.
Una y otra vez recordamos que los accidentes vehiculares son con mucho la principal causa de muertes violentas en el país.
Una y otra vez recreamos el infortunado hecho de que somos el segundo país del mundo donde registramos la mayor la cantidad de muertes por accidentes de tránsito por cada 100 mil habitantes.
Una y otra vez nos regodeamos en la obscena fama de ser el país del mundo donde peor se conduce.
Una y otra vez insistimos en la necesidad de que se preste atención prioritaria a esta irrefrenable sangría que venimos arrastrando desde hace muchos años.
Pero a nadie parece importarle.
Mientras tanto, el tráfico vehicular urbano, principalmente la Capital y Santiago, es un auténtico caos. Y el transitar por las autopistas, un permanente riesgo de accidente fatal.
Conductores irresponsables, incompetentes, drogados y alcoholizados; semáforos y señales de tránsito que no se respetan; un total desorden en el parqueo de vehículos subidos en las aceras, invadiendo las áreas verdes; patanas que transitan con el mismo aire amenazante de tanques de guerra; voladoras en continua y riesgosa competencia por los pasajeros; cientos de millones de pesos en multas que no se pagan; cuarenta por ciento o más de choferes con sus licencias vencidas; otra cantidad similar, sin seguro o con este caducado; gente que anda por las vías públicas como si fueran sus dueños; carros, sobre todo del concho, que son una chatarra ambulante, inseguros y contaminantes; autoridades que a su vez, son las primeras que infringen impunemente las normas; motoristas que transitan como chivos sin ley, principales protagonistas de las dos terceras partes de los accidentes; justicia donde las sentencias para los infractores aún en caso de muertes culposas, de tan ridículas provocan ganas de llorar; ley de tránsito en fin, que resulta letra muerta de tan ineficiente que resulta su aplicación.
Pero nada de esto parece importar.
En la agenda de los partidos políticos, el tema de organizar el tránsito, de poner orden en este caos, de frenar esta hemorragia de vidas, no figura en lo absoluto entre la agenda de propuestas. Ni tampoco en las mismas encuestas se incluye entre los principales problemas que nos aquejan. Esas vidas perdidas no parecen importar a nadie, salvo a los familiares de las víctimas.
Todo esto porque quizás el tema no produce votos, solo muertes. Y porque hay intereses poderosos que medran en el caos y en el desorden y no tienen el menor interés en que la ley se aplique con el rigor que requiere.
Mientras tanto, hay que seguir insistiendo, aunque sea como machacar en hierro frío, hasta lograr ser atendidos por quienes tienen el deber de que les importe.