Los observadores de la 0EA se movían a su llegada al aeropuerto de Tegucigalpa con agilidad. No eran necesarias las largas filas para someterlos a los rigurosos registros de equipajes y documentos en migración y aduanas para el ingreso a Honduras. Los oficiales del Gobierno les conducían casi a modo servil hacia lugares confortables a donde eran recibidos por jóvenes amables que les trasladaban en caravanas hasta sus lugares de destino. Otros, llamados acompañantes electorales, entre los que se encontraban ministros, senadores y diputados, no corrían la misma suerte; debían hacer sus colas para someterse al chequeo minucioso de oficiales toscos que cambiaban de humor de acuerdo al origen del pasajero. Los más “dichosos”, tras revisiones hostiles, atravesaron la línea que les autorizaba estar en territorio hondureño; otros, tras ser retenidos por horas, eran despachados sin explicación alguna o devueltos a sus países de origen.
En pocas horas serían las elecciones. Una alianza, de corte progresista, encabezada por Salvador Nasrala y Xiomara Castro, como candidatos a la Presidencia y Vicepresidencia respectivamente, desafiaba al presidente y candidato conservador, Juan Orlando Hernández, aquel noviembre de 2017 -a quien me tocó condecorar con la Orden Morazán en mi primer acto como presidente del Parlacen, para dar cumplimiento a una resolución de la gestión anterior-. Las encuestas marcaban una clara intención del voto hacia el binomio creado con la idea de superar la diferencia que Castro logró en el torneo anterior (2013) cuando fue candidata favorecida por los electores y descartada por el tribunal electoral tras un traumático proceso en el que guardias encapuchados tomaron por asalto el hotel en donde se hospedaban los acompañantes electorales que no estaban bajo el control del gobierno del presidente Porfirio Lobo, a los que se les incautó sus pasaportes sin importar que tuvieran la categoría de diplomáticos.
Fui testigo de excepción de ambos procesos como jefe de misión de la Copppal; en el primero, en calidad de vicepresidente de esta articulación y presidente de su comisión electoral, y, en el segundo, como presidente de la entidad, por lo que puedo dar fe de que lo ocurrido en Honduras en ambos torneos no puede ser comparado con lo que sucede en eventos de esa naturaleza en nuestra región. El control absoluto del Gobierno en los centros, la militarización con fines de intimidación al votante y los extranjeros “desafectos” al régimen, fueron marcas distintivas que evidenciaron eventos contaminados desde la apertura de las urnas hasta los poco transparentes conteos de votos que evacuaron resultados fraudulentos.
Impedir el retorno de Manuel Zelaya a través de Castro o incluso de Nasrala -así lo veían- se convirtió en una fijación de los sectores golpistas que siempre actuaron bajo la orientación de fuerzas extranjeras que no aceptaron nunca las relaciones del cónyuge de Castro con los gobiernos progresistas de la región, por lo que tomaron como pretexto la instalación de una cuarta urna en el plebiscito celebrado por su administración para preguntar si se estaba o no de acuerdo con establecer la reelección presidencial; consulta sin carácter vinculante. Luego, mediante una sentencia de la Corte Suprema de Justicia, fue permitida la reelección de JOH. Así el presidente de los golpistas logró dos períodos de gobierno marcados por escándalos de corrupción y narcotráfico, por el que guarda prisión en Estados Unidos uno de sus hermanos. Estos hechos, más el mal manejo de la crisis sanitaria y económica, unificaron al país en torno a la consigna “se van”, encarnada en Xiomara Castro para hacer honor al dicho popular, “la tercera es la vencida”.