El cine es una de las pocas artes que escapan la taciturna censura que se prevé en estos lugares olvidados donde solo llegan los rastrojos o los ecos del mundo civilizado. Y no se habla aquí de simples librerías para “intelectuales” donde solo llegan los textos aprobados por alguna institución religiosa. En estos casos hay que hablar de sistemas de censura que dominan fuentes de datos vertiginosamente mayores en las que se permite porno para todos los gustos pero donde la única verdad la guarda Wikipedia.

La información, la difusión de la información y la búsqueda de información son cosas dolorosamente lejanas y ha sido así desde el principio.

El pensador o el creador o el desarrollador esta demasiado ocupado en un lugar que escapa a lo humano y a la humanidad, no tiene tiempo (ni cabeza) para exponer el nuevo conocimiento al público.

El difusor de conocimientos por regla general no tiene capacidad (ni tiempo) para crear o desarrollar conocimientos (que nadie mencione a Hawking). El difusor suele ser solo un mediador (un traductor si se quiere) con sus intereses e inclinaciones.

El individuo que busca la información suele tener el tiempo y la capacidad para notar las tendencias (politicas, religiosas, sociales o gubernamentales) del difusor y puede entender o no la información en bruto pero siempre preferirá la version original (sin tradutores viciados) del conocimiento.

A veces uno se pregunta por qué mágica serendipia logramos llegar al viejo Hakim Bey o a la dulce Pizarnik y cuantos más se nos escapan entre Anne Rice, Matt Reeves y demás vomitivos, es triste solo pensarlo.

Sin embargo el transeúnte común puede llegar a toparse con “Matando Cabos” (2004) en la Cinemateca Dominicana o con “Womb” (2010) en alguna pagina de cine pirata y hasta puede llegar hasta salivarse el placer estético con “Låt den rätte komma in” (2008) en la televisión local.

Puede que por medio del cine llegue, el transeúnte común, a formas menos platónicas (Platón, Alegoría de la caverna) de la civilización, y puede que (ya esto es utópico) se auto-eduque y se dirija hacia una estética menos deplorable que la de Facebook y Hollywood.

Como nota personal recuerdo lo fácil que es perder un libro en una biblioteca y la relación de este hecho con nuestro cautiverio en “El universo (que otros llaman la Biblioteca) se componte de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas” (La Biblioteca de Babel, 1941)