El ganador se lo lleva todo (winner takes all). Esta es una regla básica en el juego de póker y la política es también un juego de póker.
Resulta y viene a ser que a partir del año 1913 se acordó que aquellos estados de la Unión donde la mayoría de los votantes sufragan a favor de un candidato a la presidencia, no importa lo pequeño o lo grande que éstos sean, automáticamente este candidato barre con los votos electorales de esos estados.
A cada estado se le asignan votos electorales en proporción a la cantidad de sus habitantes. Sean tres votos electorales (como en el estado de Wyoming o el Distrito de Columbia, o el estado de Dakota del Norte (3) o de Dakota del Sur (3), o que sean siete (7), (como el estado de Oregón), o 29 votos electorales (como en el caso de Nueva York y de la Florida); o sean 55 (como en el estado de California); Illinois (20), Pennsylvania (20) o Texas (38), todos le tocan al candidato que haya sacado la mayoría de los votos populares en esos estados. A mayor población, más votos electorales. El total de los votos electorales es hoy día de 538 y el candidato que saque 270 de ellos, no importa el total de los votos de los ciudadanos, es el que siempre termina ganando la presidencia.
Alexander Hamilton, el lugarteniente militar de George Washington durante la Guerra de la Independencia y uno de los padres fundadores, opinaba que “el vulgo no sabe votar”. Entiéndase por “vulgo” a terratenientes con un bajo nivel educativo.
La idea original de los fundadores era que el poder real del gobierno central se centrara en el Senado. Los Senadores eran quienes debían elegir al presidente, aunque ellos no eran elegidos por el pueblo sino que eran designados por sus respectivas legislaturas estatales, sin tener en cuenta la voluntad de los ciudadanos. ¡Vaya “democracia”!
Benjamín Franklin, otro de los fundadores, dijo en una ocasión: “Os dejamos una república de leyes, no una democracia, si es que sois capaces de mantenerla”.
Para equilibrar a esa “república de leyes” con el voto de los ciudadanos, se diseñó el “Colegio Electoral”, cuyos miembros eran designados por las legislaturas estatales, En otras palabras, que los votos del pueblo llano tenían realmente un valor secundario en todo este extraño proceso. Había que balancear el voto del pueblo, porque en realidad este podía ser fácilmente manipulado a través de propagandas malsanas o de intereses creados de antemano. En ese sentido los fundadores se adelantaron a su época.
Esto nos puede dar una somera idea del por qué Hilaria Clinton perdió las recientes elecciones, a pesar de haber sacado más de un cuarto de millón de votos más que Donaldo Trump.
En otras palabras, que quien en realidad ganó fue Hilaria Clinton, pero Trump sacó más votos electorales. Se llevó a todos esos pequeños estados rurales del Sur del país. Se llevó también los votos electorales de los “estados bisagra”, también conocidos como “estados péndulo” (porque pueden oscilar hacia uno u otro candidato, como la Florida (29 votos electorales), Ohio (18), Pensilvania (20) y los de las dos Carolinas (Carolina del Norte:15 votos electorales; Carolina del Sur: 9 votos electorales), además de los del “cinturón bíblico” y de los del “cinturón del óxido” (Michigan:16), donde el desempleo ha sido tradicionalmente una constante durante las dos últimas décadas, cuando las grandes industrias se han marchado a China, a Méjico y a Singapur en busca de la mano de obra barata.
Ahí está la clave para entender el triunfo de Donaldo sobre Hilaria Clinton, la candidata de Wall Street y del complejo militar-industrial que mantiene la guerra constante en nombre de una mal entendida “democracia” en un mundo unipolar.
Trump se alineó con la ultraderecha conservadora religiosa y los “falsos patriotas a ultranza”, mientras Hilaria dependió casi totalmente de los grandes intereses financieros y de las minorías (los hispanos y los afroamericanos) a quienes la propaganda política se la había vendido como su santa patrona, convirtiéndola en el segundo capítulo de Barack Husein Soetoro Obama. Sin embargo, de ambos lados los ciudadanos fueron despiadadamente manipulados por la maquinaria de una propaganda agresiva desenfrenada y sucia que prevaleció desde el principio.
Esta no ha sido la primera vez que el voto de los ciudadanos es tirado por la borda en aras del voto electoral. El primer candidato que gana 270 votos sobre la totalidad de los 538 votos del Colegio Electoral, es siempre el que termina ganando la presidencia, no importa la cantidad de votos de los ciudadanos, tal como sucedió en el 2000 (Bush contra Al Gore), cuando la Suprema Corte de Justicia le entregó en bandeja de plata la presidencia a George W. Busch, a pesar de que Gore le ganó a Bush por más de 500,000 votos constantes y sonantes de los ciudadanos.
Ante la encrucijada de contar de nuevo los votos, como había decretado la Corte Suprema de la Florida, donde se había efectuado el tranque, la Suprema Corte Federal de Washington, selló la contienda a favor de George W. Bush, quien había ganado el voto electoral- 271 sobre 266 de Al Gore- convirtiéndolo así en el 43mo presidente de los EEUU.
Algo parecido sucedió en el 1824, cuando ganó John Quincy Adams-hijo de John Adams (el segundo presidente de los EEUU) sobre Andrew Jackson- convirtiéndose el primero en el sexto presidente de la nación.
Igualmente sucedió después en el 1876 entre Samuel Tilden y Rutherford B. Hayes. Tilden, del Partido Demócrata, había ganado el voto popular por más de 250,000 votos. Sin embargo, de acuerdo con una comisión bipartidista que analizó los resultados, la presidencia se le concedió a Rutherford B. Hayes, Republicano, basándose en los votos electorales.
También en el año 1888 sucedió algo similar. El demócrata Grover Cleveland, que trataba de reelegirse, había ganado el voto popular por más de 90,000 votos, mientras el republicano Benjamín Harrison había ganado el voto electoral, ganándole la presidencia a Cleveland, quien se postuló de nuevo contra Harrison en el 1892 y ganó.
Dixie Swanson, en su reciente libro, “El Presidente Accidental” (refiriéndose a Donaldo Trump) ha propuesto el establecimiento del voto popular, el voto libre de los ciudadanos, como el único criterio para ganar las elecciones presidenciales en los Estados Unidos. Sin embargo, todavía hay un largo camino por desandar.
Donaldo Trump ganó más de 279 votos electorales contra los 228 de Hilaria Clinton.
Se llevó la victoria, a pesar de que más ciudadanos votaron por Hilaria. Por ella votaron 59.6 millones de ciudadanos, por él lo hicieron 59.4 millones. Quedaron casi empatados. ¿Quién entiende semejante galimatías?
Mientras tanto el país se encuentra como dice la vieja expresión del Oeste estadounidense: “between a rock and a hard place” (entre una roca gigante y un lugar duro). En una total bancarrota política.
Conclusión: que eso de los votos electorales ha convertido a las elecciones presidenciales estadounidenses en una antidemocracia. Lo irónico de todo esto es que esta es la “democracia” que se ha pretendido imponer sobre el resto del mundo.
¡Que Dios meta su mano!, como decía Monseñor Eliseo Pérez Sánchez desde el púlpito de la Iglesia del Carmen, al lado del hospital Padre Billini. No olvidemos que a él se debió también aquel decreto, aún vigente pero hoy engavetado, designando un día al año para celebrar en la Republica Dominicana un “Día de Acción de Gracias”, tal como se celebra en los Estados Unidos el tercer jueves del mes de noviembre.