La inestabilidad política y la miseria en todas sus manifestaciones; la absoluta inseguridad ciudadana, por la falta de control policial y militar; y, el predominio de grupos y bandas armadas que tienen arrodilladas a las “autoridades”; la ausencia de legitimidad del gobierno y de las instituciones fundamentales; y, entre otros tantos males, el peligro que genera el desabastecimiento de alimentos, materia prima y todo cuanto es necesario para la supervivencia de una nación, han llevado a afirmar hace tiempo que el haitiano es un Estado fallido.
Tiene un territorio o un área geográfica, que incluso muchos haitianos entienden que no es su único territorio; pero devastado, deforestado, producto de la depredación de sus recursos naturales.
Es un “país” que teóricamente tiene una entidad políticamente independiente, con gobierno propio, leyes y fuerzas de seguridad. Pero, ¿desde cuándo puede Haití autogobernarse?; ¿Tiene gobierno? o, ¿tiene gobierno legítimamente elegido?; ¿Cuáles son las leyes que rigen en Haití?, ¿Las de la fuerza, la violencia y la delincuencia?; ¿Cuáles son sus ejércitos o agencias de seguridad con capacidad y legitimidad para ordenar y controlar el país? ¿Los y las que controlan ahora una gran parte del territorio y de la población y que tienen en ascuas a la otra parte, consistentes en al menos 9 bandas agrupadas en la federación G9?
Obviamente, que Haití sin los Estados Unidos de América no se gobierna. No tiene gobierno legítimo, las leyes son las de la selva. Barbecue (Jimmy Cherizier), líder de grupos paramilitares, incluso convoca a la prensa nacional e internacional, la recibe y con sus bandas dominan el territorio, ejercen el monopolio de la fuerza con la “violencia legítima”. Y no pasa nada.
Y, claro, hay una población haitiana, como elemento que completaría los elementos del Estado. Pero la población que no pasa del lado Este de la isla de la Española, emigra sobre todo a través del Sur y Centroamérica hasta llegar a la frontera norte de México, desde donde tratan de cruzar a los Estados Unidos de Norteamérica. Sin que antes el éxodo de haitianos a la República Dominicana, sobre todo, y a otras nacionales deje de ser importante, desde el terremoto de 2010, que dejó el país hecho cenizas, la emigración haitiana se agravó.
A esto se une la grave crisis sociopolítica y económica que lacera a ese “país” desde 2018, rebosándose la copa con el asesinato de su presidente, Jovenel Moïse, en julio de este mismo año 2021, altamente cuestionado por su legitimidad.
En los hechos, Haití no es un Estado por carecer en la realidad de los elementos jurídico-políticos y de soberanía que lo constituyen.
El territorio haitiano constituiría un país, si pudiera ser considerado como tal; pero lo no es y, además, no puede ser considerado país un promontorio sin una entidad políticamente independiente y sin gobierno.
Y lo peor, ¿tiene Haití las instituciones y las personas con autoridad para establecer las normas que regulan social, política y coercitivamente la sociedad haitiana, con soberanía interna y externa sobre un territorio de un Estado altamente vulnerable?
Donde impera el caos y la crisis política y, en consecuencia, la falta de autoridades y de instituciones para regular y ordenar el país (el territorio) y a sus habitantes (nación) no hay Estado. Allí donde impera la corrupción; la criminalidad y la inseguridad ciudadana aterran; el monopolio de la fuerza no está en manos de sus gobernantes o estos no existen realmente; la pobreza se extiende en todas sus manifestaciones; la contaminación y la depredación de los recursos naturales campea por sus fueros; la crisis económica golpea hasta matar; los bajos niveles educativos son evidentes; se produce la fuga de cerebros; existe incapacidad para suministrar los servicios esenciales y básicos; hay una clara incapacidad para interactuar eficientemente con otros Estados; existe una alta vulnerabilidad e incapacidad para enfrentar los fenómenos naturales y las emergencias nacionales; e impera la desunión de la nación (población en búsqueda de subsistencia frente a la otra enriquecida y sin piedad), no existe el Estado. Es lo que ocurre en Haití.
Ese estado de cosas haitiano ha motivado una reacción del Estado dominicano en varios frentes, el internacional, el binacional y el nacional. Pues, efectivamente, la vulnerabilidad del Estado haitiano produce un efecto reflejo en nuestro país. Lo que han hecho el presidente Luis Abinader, el Consejo Nacional de Migración y el Ministro de Interior y Policía es lo que ha estado esperando por mucho tiempo la nación dominicana. Los retos ahora son la constancia y consistencia de una política migratoria firme; pero humana; y, la continuación y despliegue permanente de todos los esfuerzos dominicanos para que la comunidad internacional encuentre una pronta y segura solución al problema haitiano. De lo contrario seremos, como hasta ahora, el país más perjudicado, con el riesgo de la fragilidad reflejo, siempre al asecho.