Siendo violinista, miembro de la Orquesta Sinfónica Nacional, he tenido la oportunidad de acompañar a muchos solistas. Desde grandes artistas, en donde se puede observar un domino absoluto del instrumento que tocan, otros que aunque no son grandes virtuosos hacen un trabajo digno y logran su objetivo de agradar al escucha, hasta solistas que evidencian una deficiencia y falta de respeto a la música, al público y a la misma Orquesta. En fin, hay de todo.  Uno de esos grandes artistas que me ha tocado acompañar y quizás ha sido a quien más he disfrutado es  Ilya Kaler. Para serles sincero, cuando leí la programación de los conciertos de la Temporada Sinfónica del año 2010, en enero del mismo año, creí que lo que estaba leyendo no era cierto, puesto que uno de los grandes que nunca pensé que tendría la oportunidad de acompañar era precisamente a este señor. No porque no seamos dignos de su presencia en el país, sino porque al no ser uno de los que goza de tanta publicidad, no es  conocido, o más bien, fue un desconocido en nuestra tierra hasta la noche que hizo su debut en Quisqueya.

El deleitar al público en sentido general es una tarea que para cualquier solista no es fácil. Ahora, dejar boquiabierto al público, músicos y sobre todo a la orquesta que lo acompaña, es algo casi imposible y que pocos pueden lograr. El señor Kaler, con su potente y faraónico sonido, limpieza, musicalidad y virtuosismo, demostró el porqué para muchos, en los que me incluyo, es el mejor violinista vivo que hay en el mundo. La magia comenzó desde el mismo momento que entró al escenario el martes en la tarde cuando tuvo su primer contacto con la Orquesta. Media hora antes de comenzar el ensayo y de que la gran mayoría de los miembros de la O.S.N. ocuparan sus asientos, se paró en donde estaría tocando, levantó su cara y miró hacia todos  lados, no fue hasta que comenzó el ensayo que entendí, lo que pensé que era un ritual, era una lectura  del espacio para saber la manera en que debía tocar. Bastó que pusiera el arco sobre las cuerdas del violín para afinarlo, para que todos nos diéramos cuenta de su grandeza como artista. En esa ocasión interpretó el concierto en Re mayor Op. 77 para violín y orquesta de J. Brahms.

Ha sido el único violinista que ha ganado la medalla de oro en las tres competencias de más prestigio del mundo: Paganini, (Génova 1981); Sibelius, (Helsinki 1985) y Tchaikovsky, (Moscú 1986). Se ha presentado como solista con un sinnúmero de  orquestas, activo músico de cámara y con numerosas producciones discográficas. Este gran virtuoso y artista vuelve de nuevo a nuestro país. En esta oportunidad interpretando el concierto nº 1 en La menor, Op. 99 para violín y orquesta de D. Shostackovich, el miércoles 9 de noviembre. El que la Orquesta Sinfónica Nacional lo haya traído una vez, es un gran logro, pero el traerlo dos veces, es un privilegio. ¡Nadie se lo debe perder!