Una de las estrategias del doctor Joaquín Balaguer, criticado por unos y alabado por otros,  fue el uso de las grandes obras, de las varillas y el cemento, como política de gobierno. Condujo el país con un espíritu conservador y antidemocrático, dejando plasmadas, no obstante, huellas importantes. Aplicó una política que otorga amplios beneficios a los contratistas, abre las puertas de par en par a la corrupción, alimenta los intermediarios y engorda las cuentas corrientes de los partidos en el poder.

Los gobiernos del PLD se han encarrilado, sorprendentemente, en esta misma visión del crecimiento que mueve recursos, tiene gran visibilidad, nutre la propaganda y facilita el  enriquecimiento ilícito de los principales funcionarios del gobierno.

No es casual que el ex presidente  Leonel Fernández  se negara rotundamente a otorgar el 4 % para la educación. Prefirió usar los recursos de que dispuso en obras físicas, en vez de utilizarlos en la mejoría de la educación y empezar a formar ciudadanos capaces de razonar. Por la misma razón, el 4% no figuraba tampoco en 2012 en el programa de campaña del entonces candidato Danilo Medina. Fue la presión de una sociedad civil con una amplia base social  y unida como nunca que le obligó a firmar el compromiso del 4 % junto a los demás candidatos presidenciales. 

Haciendo a mal tiempo buena cara el presidente Medina ha usado la reivindicación de la sociedad civil de manera hábil. Ha logrado quitarse la presión del movimiento del 4%, lanzando un ambicioso proyecto de  varillas y cemento construyendo escuelas a todo vapor, llenando un vacío en esta materia y creando un impacto propagandístico bien orquestado.  No es casual que el gobierno del PLD, heredero de la tradición balaguerista más que de la  boschista, se inclinara hacia empezar la reforma educativa por las construcciones de escuelas más que por la ineludible reforma de los contenidos y de las formas de aprendizaje.

Esta fórmula un tanto precipitada e improvisada ofrece los beneficios incuestionables de desayunos, meriendas y almuerzos, así como un  hospedaje más largo en las escuelas para los niños y niñas, que son sacados de las calles hasta las cuatro. El mensaje político es claro: hacemos lo que nunca se ha hecho. Prueba de ello son las reuniones de información del inicio de año escolar, que se transforman en mitin político a favor del presidente y candidato presidencial.

La denominada revolución educativa, que de revolución todavía no tiene nada, todavía no ha tocado la impostergable reforma de la educación que debe hacerle frente a los desafíos del siglo XXI.

Nada más los “aguafiestas” se dan cuenta que la supuesta revolución es un ejercicio populista lleno de sombras. Un gobierno que se pretende hacer reelegir desde el mismo día que asumió sus funciones, y que a la vez  necesita miles de nuevos maestros  para llenar las miles de aulas recién construidas, no tiene ningún interés en emprender los procesos impopulares, y sin embargo imprescindibles, de evaluación de aptitudes de los maestros actuales y de los que están siendo reclutados.

No existen hoy en día los facilitadores y talleristas supuestos a formar a los  alumnos y alumnas en dibujo, manualidades, música y otras actividades a ser realizadas durante las tardes. Tampoco hay comedores en muchas de las escuelas del antiguo sistema reconvertidas este año a la tanda extendida.

En muchas provincias se han construido escuelas sobredimensionadas y en  la capital hay déficit de aulas. En un mismo sector rigen varios sistemas: coexisten escuelas básicas con tanda extendida, otras con el sistema tradicional. Se han quedado también cientos de niños y niñas sin ninguna tanda: es lo que está pasando cuando una escuela de dos tandas ha sido convertida -sin transformarse- en una escuela de tanda extendida. 

La nueva modalidad de la tanda extendida es el anhelo de cada director de establecimiento, ya que esta proporciona une serie de beneficios y remuneraciones. Sin embargo, el salto de un sistema a otro se está haciendo muchas veces de manera  apresurada, atendiendo a razones políticas y en detrimento de muchos alumnos y alumnas.

Si una de las metas de la tanda extendida es luchar contra la deserción escolar, cada alumno dejado a la calle es una derrota para la revolución educativa.