El posicionamiento del narrador a través de un narratario histórico, testigo y presentificador de una travesía tejida por imágenes políticas del sujeto de la historia , actualiza la voz, el rol y los actores de un contexto que cada vez más se vuelve incidente en el futuro y el presente de la vida histórica dominicana.  La imagen de un olvido y la épica sustentada por una iconografía política colonial, incide e insiste en lo que sería un “entonces” epocal y acusador como fantasma de la perspectiva histórica:

“Desde entonces todo se fue agostando como si un manto de olvido hubiera caído sobre sus vidas y sobre sus haciendas las cuales comenzaron a verse sumidas en las más empobrecidas condiciones a consecuencias, tanto de las Devastaciones como por efectos de una cruenta sequía que habría de ser determinante para que las actividades que propendían al bienestar económico quedaran desarticuladas a partir del criterio sustentado por España de que al ser incapaz de sobrevivir por sus propios medios, la Colonia de Santo Domingo debía someterse al otorgamiento de la dádiva conocida como “El situado” que al provenir del Virreinato de la Nueva España pasaría a ser esperada tanto por el gobernador, como por los militares, los curas y por algunos individuos de cierta principalía que como siempre serían sus únicos beneficiarios, ya que a partir del momento en que tal regalía se produjese, los españoles pobres, los blancos de la tierra dejados de lado, los supeditados al régimen de la manumisión y los sujetos bajo el régimen de la esclavitud comenzarían a producir una serie de dramáticas rozas o siembres de subsistencia cada vez menos productivas, a partir de lo cual pasarían a ser estigmatizados como sobrevivientes”. (Ver pp. 51-52), Oidores, Veedores, informantes, espías a sueldo, soplones, cortesanos, pendencieros, hurgadores de vidas, “maipiolos”, infieles religiosos, gnósticos y agnósticos, maricones y lesbianas, vergudos y bergantes, beatas y beateras, herejes y puritanos, así como una enorme fila de viciosos, solapados y curiosos se constituyen en bandas, algunas protegidas por algunas autoridades que gozaban de dichas prácticas y otros que se ocultaban bajo el manto o la máscara salvadora y protectora.

¿Quiénes serían los nombres y personajes, los roles y los actores en este fresco epocal presentado por Federico Jóvine Bermúdez en esta novela-crónica? Indudablemente que el lector de esta fábula irónica y fluyente querrá saber, enterarse o conocer quiénes son don Arturo Álvarez, D. Torcuato de las Rivas y Sandoval, don Eustaquio Molina, don Miguel Castellanos, doña Isabel de Navas, doña Micaela Gutiérrez, doña Clemencita Lugo, el Reverendo Rodolfo Fortunato, don Pascasio, Ireneo de los Santos, don Sebastián González, Licenciado D. Arturo Gutiérrez Villavicencio y Cáceres, Reverendo D. Antonio Ortuño, don Eliseo de la Peña, doña Josefa, Artemio el herrero, doña Mariana Sánchez, viuda que fuera de Hermenegildo de Soto; los desolados, desgarrados, asesinados o ahorcados, doña Catalina González de Real, doña Josefa del Pilar Gutiérrez, don Manuel de la Peña, don Cristóbal Pérez, doña Esther Carmona, todos “muertos con los cuerpos desollados por colmillos horribles y con los malos olores característicos del ácido sulfúrico manando tanto de sus bocas como de sus orificios anales” (pp. 68-69)

Así pues, este cuadro de figuras ya suspendidas en el tiempo y sepultadas la mayoría en el espacio insular del Santo Domingo colonial conforma el fantasmario de una especie que habrá de ser reconocido como estirpe y suma de sombras, actores y funciones en el bestiario y cuadraje que nos ofrece el escritor Federico Jóvine Bermúdez.  Completan el largo listado de nombres y personajes el Gobernador y Capitán General D. Antonio del Pozuelos y Gavaldón, el responsable del Santo Oficio D. Vinicio Albor, los Honorables miembros del tribunal de la Real Audiencia, el Deán del Cabildo, los Veedores del Honorable Cabildo de la Ciudad, el Comandante de las Milicias de Santo Domingo, el Capitán Aníbal Amiama. El Teniente Tomás Castro, el Reverendo D. Evaristo Almírez, la también asesinada Minerva de Soto y muchos otros que viven como huellas ateridas a la memoria de ese mágico, histórico, imaginario y pecaminoso Santo Domingo Colonial.

Es bueno resaltar el valor de la rítmica prosa, y la cohesión escrituraria de Federico Jóvine Bermúdez, quien a lo largo de las 238 páginas y los 24 capítulos de esta novela, nos ofrece un mundo de imágenes verbales expresivas y punteadas por sus vuelos, acciones, detalles, particularidades significativas, trayectos y fórmulas de escritura y ficción cuyos valores se hacen legibles y visibles en todo el transcurso de la novela.

Vista desde la modernidad, Vuecencia aparece en nuestra literatura como una provocación y a la vez como invitación a la lectura de nuestro entorno colonial y poscolonial.  Los mundos ficcionales apoyados en la Historia, han surgido como universo de colocación, pulsión y proyección de una memoria y una imaginación  desbordantes.  Los ejes y claves de esta “escritura de la historia” le permiten al lector asumir un reto imaginario narrativizado por el autor de esta novela hecha de puntos y contrapuntos verbales y cardinales.