La vida se teje en versiones diferentes y por ello existen personalidades diferentes. Estas diferencias son, posiblemente, la mayor riqueza con que hemos sido dotados los seres humanos pues no me imagino un mundo en donde todos fuésemos iguales.

Aunque admito que esto de ser todos iguales tiene sus ventajas y desventajas. Por ejemplo: si solamente fuésemos negros o blancos quizás no existiera el racismo, si fuéramos pobres o ricos quizás no existiera la lucha de clases, si fuésemos feos o bonitos tal vez no existiera la discriminación. Pero la vida no se trata de esto, sencillamente somos iguales y diferentes al mismo tiempo.

Somos iguales por ser personas y somos diferentes por ser personas. A estos matices propios de cada individuo es lo que llamamos personalidad. Esta característica nos hace únicos e irrepetibles dotados de rasgos particulares que no tendrán otras personas, aunque se pudieran parecer.

En estos avatares de las personalidades y sus sellos particulares los existen de diversas maneras: gente de carácter fuerte o débil, malo o bueno. El carácter de cada individuo sencillamente forja su personalidad.

Cada persona necesita reafirmarse como sujeto, conocer sus cualidades y hasta qué piensan los demás sobre ellos y ellas. El mismo Jesucristo llegó a preguntar a sus discípulos ¿Quién dicen la gente que soy yo? Y después de las respuestas fue más directo al preguntarles ¿Y ustedes quien dicen que soy yo?

A todos y todas nos gusta que hablen de nosotros, que nos resalten cualidades positivas y esto en el fondo no es malo si se sabe manejar. El gran problema radica en que existen personas que viven para y por los comentarios. Lo que digan de ellos y ellas les afecta según sea lo comentado, pero no pueden sustraerse al hecho de vivir investigando no solo qué dicen de ellos como personas, sino qué se dice de otras personas.

Su autoestima dependerá de lo que diga la gente, vivirán para caerle bien a todo el mundo con el temor de que en algún momento pueda decirse algo negativo y esto les convierte en seres infelices y preocupados todo el tiempo. Quizás en algo deberíamos imitar un poco a los políticos y es que su nivel de desvergüenza y desfachatez les hace inmune a lo que digan los demás, pero ojo digo de imitar el sentido de no dejarse afectar por los comentarios, no de imitar sus prácticas corruptas y vergonzosas.

Por más que nos esforcemos no vamos a caerle bien a todo el mundo, siempre existirán comentarios buenos y malos, justos e injustos y pienso que el ser humano es lo menos agradecido posible pues basta con que un día dejes de hacerle un bien y pulverizarán tu dignidad sin ningún reparo olvidando inclusive las noventa y nueve veces que le hiciste un favor y fallaste a la número cien.

Vivir por lo que digan los demás, o para lo que puedan decir, es la peor atadura a que un ser humano puede someterse pues somos adictos a las lisonjas, pero vulnerables a las críticas.

Todo el mundo tiene el derecho a disentir o a estar de acuerdo con lo que escribimos o afirmamos. Solo que, en ocasiones, se llega al irrespeto y eso no es bueno. Todos tenemos derecho a expresarnos, pero con la misma altura con que se hayan emitidos los juicios y ya nos lo hizo ver Voltaire cuando afirmó, “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”.