Si, así como lo oyen, y aunque no tengo ni el nivel de inteligencia requerido ni las condiciones mínimas para ello, voy a tratar de ¨ meterme ¨ a ese oficio tan digno que es ser intelectual, en cualquiera de sus áreas, aunque voy a elegir la de escritor. No me importa que sea un emborrona cuartillas mediocre, o aún peor, malo, malísimo, pésimo, de esos que no los lee ni su propia mujer, que no les publica ni la más desesperada de las editoriales y para darse a conocer tienen que fotocopiar sus mamotretos para írselos endilgando a los amigos como si fueran somníferos encuadernados.

Tampoco me importa que no gane el premio Nobel de literatura o uno a nivel nacional, ni siquiera un premio de esos de que se dan en los barrios a cualquiera porque no aparece a quien más dárselo. ¿Y saben por qué quiero ser intelectual? Pues por la sencilla razón de que viven mucho, muchísimo, a despecho de lo que en su vida parrandean, de lo bastante que beben, de lo mucho que fuman, o de los desórdenes nocturnos en que incurren. Ninguno hace ejercicios que puedan calificarse de calisténicos para mejorar sus cualidades físicas, ni practican ningún tipo de deporte y algunos se precian hasta de despreciarlos de manera olímpica. Veamos algunos ejemplos de longevidad entre los autores iberoamericanos.

El amigo García Márquez, gloria de las letras latinoamericanas, llegó a los 84 años, y bien movidos por lo que refleja en su libro Vivir para Contarla y, que sepamos, nunca lo vimos en un maratón, ni siquiera haciendo footing. El fallecido autor español que merece mayor difusión a nivel mundial, Miguel Delibes, autor de Cinco horas con Mario y Los Santos Inocentes, alcanzó los 90 años, aunque a decir verdad le gustaba caminar mucho por su Castilla natal.

Augusto Roa Bastos, merecedor de un premio Nobel más que muchos otros, el de Hijo del Hombre,  87 años. El argentino Ernesto Sábato, doctor en física y creador del Túnel de gran influencia en el existencialismo, sobrepasó los 90 años. Seguimos, Jorge Luís Borges, con su archifamoso Älefh y tantas obras excelentes a cuestas, más  Nobel que la mayoría de los Nobel, aunque nunca llegaron a otorgárselo, llegó a los 87 años, Camilo José Cela, autor de La Colmena y la Familia Pascual Duarte, premio Nobel y cultor palabras coloradas, 86. El prolífico uruguayo Mario Benedetti, con más de 80 libros escritos, 89 años.

El mejicano Octavio Paz alcanzó los 84. Mario Vargas Llosa con La Ciudad y los perros 78, y está dando sus conferencias por aquí y por allá, el venezolano Rómulo Gallegos, el de las inolvidables Doña Bárbara y Canaima, alcanzó 85, el mejicano Carlos Fuentes, 84 y recibió merecidas distinciones, lo mismo con el denso escritor portugués José Saramago, premio Nobel, y su Ensayo de la Ceguera, pasó de los 88 años a lomos de su elefante. Juan Carlos Onetti, 85 años y así muchos otros que no caben sólo en cuarenta y tantas líneas.

Como jóvenes dentro de una relatividad longeva podemos citar a Pablo Neruda con 74 años, Alejo Carpentier con 76, Juan Rulfo con 68 y en las féminas Gabriela Mistral con 68 ¿Por qué la mayoría sobrepasan los ochenta y tantos largos? desde luego no será por jugar al fútbol ni practicar boxeo o lanzamiento de pesas, y de paso diremos que los deportistas con todo y sus vidas más saludables suelen morir bastante más jóvenes.

Así que mejor que hacer dietas, ejercicios o tomar pastillas, a escribir se ha dicho, a ver si llegamos a los 90, aunque sea disfrazados de intelectuales. Como el bacalao de la canción.