En su juramentación como presidente, Juan Bosch enfrentó una situación violenta cuando el expresidente de Cuba, Carlos Prío Socarrás (con quien trabajó estrechamente en la patria de Martí) se presentó en la reunión de presidentes que asistían al evento, para pedir que aplicaran una condena contra Cuba.
Bosch se levantó y le dijo: “Tu presencia aquí es desagradable; has venido a hacer declaraciones políticas sin autorización de nadie. Aquí no se va a resolver el problema de Cuba. Y en el comunicado de los presidentes no se mencionará a Cuba. Esa no es mi intención ni mi papel. Ni yo tengo que meter el pueblo dominicano en ese problema”. Antes, Bosch había dicho lo mismo a Kennedy: que no se debía tomar ninguna decisión con respecto a Cuba sin consultar a todos los gobernantes de la región, y tampoco podía validarse el uso unilateral de la fuerza contra ningún Estado en nombre de la “democracia”.
La esencia de esta historia es que hubiese bastado una actitud simpática de Juan Bosch con Prío o con Kennedy, en sus planes contra Fidel Castro, para asegurar no ser derrocado menos de siete meses después (como efectivamente ocurrió, con el apoyo y colaboración del poder norteamericano). Bosch tampoco admitió las osadías del embajador Bartlow Martin ni la guerrilla ilegal que EE.UU. instaló en suelo dominicano para derrocar a Duvalier. Si hubiese actuado con la calculadora o -lo que es igual- con supuesto “pragmatismo”, oportunismo y displicencia de principios, lo habría aceptado. Prefirió sostener el decoro y la dignidad.
La semana pasada 19 gobiernos, incluyendo el dominicano, votaron en la OEA para declarar ilegítima la elección presidencial en Venezuela, además de llamar a su suspensión en el organismo y a que los Estados establezcan sin tapujo todo tipo de sanciones contra la patria de Bolívar. Ya sabemos qué significa eso en la historia de América.
Aunque los votos no alcanzaron para excluir a Venezuela -que ya hace tiempo anunció su retiro de la OEA-, se concretó un esperpento político y ético. Basta ver que hasta Lenin Moreno se abstuvo -confrontado y todo como está con Rafael Correa. Uruguay también, y nadie los acusa de "chavistas". La abstención no debe ser la norma, pero al menos sostuvieron la diplomacia de paz y respeto entre naciones.
¿Cómo jugar ahora un papel correcto en el Consejo de Seguridad, una instancia de apenas dos años de duración, por donde han pasado más de 120 Estados, la mayoría sin pena ni gloria complaciendo a las potencias y el cálculo simplista? ¿Cómo hacerlo si se da la espalda o se provocan enfrentamientos entre países, si los votos cambian conforme cambie el viento, si se transgrede los acuerdos firmados en la CELAC que declaran a América Latina “zona de paz”?
El Estado dominicano se debe otra conducta, no tanto a Venezuela como a sí misma, como tampoco se merece estar entre los Estados que han apoyado el golpe electoral y las masacres en Honduras. La política exterior, como la vida, se debe basar en principios. Se debe respeto a la historia de invasiones imperiales y resistencia heroica de 1916 y 1965, a la memoria sobre el papel de la OEA al amparar la violación contra la propia soberanía. Se le debe a Luperón, Caamaño y Gregorio Urbano Gilbert.