Hay que entender que la llegada de Trump a la presidencia va más allá de toda simpleza de corte populista como el no cobrar su sueldo de presidente y aunque cobra importancia buscar una estrecha relación con la Rusia nacionalista de Putin para la paz mundial no significa que esta estará garantizada en América y en América Latina como en otros países con la llegada de la derecha alternativa. El populismo de Trump es de extrema derecha como de Marie Le Pen y que está dirigiendo su hija Marine Le Pen en Francia y como los demás movimientos ultraderechistas europeos.
Por eso su llegada a la Casa Blanca no se puede tampoco enmarcar dentro de la derecha neoliberal Republicana reformulada por el presidente Ronald Reagan en la década de los 80 y opuesta en matices a la derecha liberal Demócrata reformulada por el presidente Bill Clinton en la década de los 90. Con el triunfo de Trump entra en escena una nueva derecha alternativa que encarna una radicalidad más allá de la derecha del Republicanismo conservador norteamericano y se va ir redefiniendo en la medida en que comiencen las tensiones culturales, raciales y sociales en la Nación americana.
Esta derecha alternativa se caracteriza por un ultranacionalismo beligerante, supremacismo blanco y un trasfondo racista y antiimigrantes, contra la democracia, el igualitarismo y la globalización. Fueron los miembros de estas nuevas derechas que marcaron el voto disruptivo en las elecciones del 8 de noviembre de 2016. De ahí, que el presidente Trump se moverá entre espectáculo como showman y las tensiones sociales.
Lo que no significa que esto sea solo tragedia y desgracia, puesto que la vida americana se ha caracterizado desde siempre por una cultura del espectáculo como el que dio uno de los estrategas de Donald Trump cuando era alcalde y que analizo sobradamente en mi libro La vida americana en el siglo XXI: Se trata del exalcalde de Nueva York, Rudolph Guiliani, quien al entender que al pueblo norteamericano, al igual que el de la Roma imperial, le fascina el espectáculo, “apareció el 1 de marzo de 1997 en las primeras páginas de los principales periódicos de la ciudad vestido de travesti. La foto le fue tomadas en el show anual del Inner Circle, en el hotel New York Hilton, donde se presentó como una rubia prototipo de Hollywood (…) al estilo Marilyn Monroe” (1998: 59).
Pero tampoco significa que esto será espectáculo, ya que Donald Trump tiene pose de emperador que se combina con la megalomanía, la paranoia y el narcisismo.
Es por eso que hay que tener bien claro que el triunfo de Trump pondrá a prueba la tradición democrática e institucional de Norteamérica que se ha sostenido hacia dentro durante más de dos siglos, aunque para Octavio Paz nunca lo tuvo hacia afuera, con los otros países, en cuanto a que los Estados Unidos saben dialogar hacia dentro, pero nunca hacia fuera con los otros.
La entrada de Donald Trump es un resquebrajamiento, una rajadura al melting pot de la Unión Americanas en la que aumentará la simpatía de los habitantes de un estado como California (sexta economía del mundo) por su independencia. Esto marcará una parte de la tensión política en que vivirá el presidente Trump, que no va poder cumplir todas las promesas que hizo a sus votantes, porque chocar con el muro democrático y social. Las tensiones y las manifestaciones sociales y culturales que están ocurriendo en la actualidad en muchas ciudades de los Estados Unidos son apenas el comienzo y veremos acontecimientos inéditos en corto tiempo en Norteamérica.
El ultraconservador norteamericano Charle Murray al analizar el fenómeno Trump ha llegado a tacharlo de racismo y xenofobia, a pesar de tener amplia aceptación dentro de las clases trabajadoras. Según este intelectual conservador, el trumpismo es una expresión de la legítima ira que muchos norteamericanos sienten respecto del rumbo que el país ha tomado, y su aparición era predecible, significando el final de un proceso que ha estado sucediendo por medio siglo: el despojo de la histórica identidad nacional de EE. UU como gendarme internacional.
Ahora bien, lo terrible de esto es que Murray ha sido uno de los intelectuales del racismo y está acusando al trumpismo de racismo y esto apunta a ese amplio apoyo del Ku Klux Klan (KKK) y la nueva derecha radical, tal como se confirma con David Duke, exlíder de este grupo supremacista blanco cuando dijo en su cuenta de twitter que la victoria Trump significa una de las noches más excitantes de su vida y como Presidente tiene la oportunidad de convertirse en uno de los más grandes estadounidenses que han existido y que toda su gente participó activamente para que este sueño fuera una realidad.
Es a ese tenor que varios movimientos de KKK pretenden celebrar dicha vitoria y para eso convocan a sus miembros vía las redes del ciberespacio. Será a estos tipos de movimientos a los que se refiere Murray cuando explica la parte xenofóbica del trumpismo, porque dicho intelectual, bueno es recordarlo, escribió junto a Richard Herrnstein The Bell Curve. Intelligence and Class Structure in American Life (La curva de la campana: inteligencia y estructura de clase en la vida americana, 1994), en la que plantea que los afroamericanos y los hispanos están por debajo de los blancos en inteligencia y que genéticamente son discapacitados y que esto los hace no muy adaptables a la sociedad moderna. Su visión es que somos genéticamente inferiores. Parte de la situación de crisis de la sociedad norteamericana no era simplemente material, sino mental y moral, dice este intelectual.
Ahora bien, este resurgir del KKK como resultado del discurso político y cultural de Trump en cuanto a resaltar la supremacía de la raza blanca en detrimento de otras, genera un brote de movimientos de violencia y a la vez el resurgir de grandes movimientos sociales contra el Presidente electo. Por lo que no se le hará fácil gobernar en medio de tanta tensión y contra los muros democráticos que ha construido la sociedad norteamericana y que está respaldada por la misma Constitución, la cual le pone límites al Presidente. Esto le hará comprender que una cosa es manejar sus empresas privadas y otra la Unión Americana. De ahí que muchas de sus intenciones políticas las tendrá que reducir o abandonar, ya que las tensiones sociales que se avecinan no serán nada fáciles en estos años que le tocará gobernar. Porque este tipo de poder de corte autoritario, personalista y repleto de demagogia no tiene cabida en la Unión Americana y si ha de imponerse será bajo los escombros una Unión Americana que se ha caracterizado por una amalgama cultural y social democrática.
La percepción social de que Hillary Clinton sería la próxima presidenta de Estados Unidos y que por primera vez una mujer llegaría a la Casa Blanca se encuentra en mis dos artículos del mes de agosto en “Espectáculos y hackeos en el tablero electoral norteamericano” (12 y 19 /8/2016, en acento.com). Ahí establecía cómo el establishment estaba en contra de Donald Trump, lo cual se expresó en la votación masiva que por voto popular obtuvo Hillary en el pasado proceso electoral del 8 de noviembre y el cual ella ganó por más de un millón de votos, aunque perdiera en los colegios electorales. De ahí, la tensión social y cultural que vive la Unión Americana en estos días que corren.
Sin embargo, parte de este análisis fue perdiendo solidez en la medida en que pasaban los meses hasta el punto de derrumbar toda la expectativa de que iba a ser la próxima presidenta de acuerdo al sistema electoral norteamericano, el cual no valida votaciones directas generales. Con la entrada en escena de Wikileaks, el hackeo de los correos electrónicos al Partido Demócrata y la investigación del FBI, a la propia Hillary, el panorama le iba cambiando a la propia candidata, llegando en algunos momentos (5 días antes de la votación) una incertidumbre y una posible derrota por parte de Trump.
Estas percepciones no se construyeron a la ligera. En ese momento los sondeos y las opiniones así se manifestaban, pero esto fue cambiando como cambian de parecer los norteamericanos en la medida en que van sucediendo los acontecimientos, ante la sinrazón de Trump la menos mala en visión de política de la vida americana era Hillary, aun con burlarse de la razón de los acontecimientos que salieron con los documentos de Wikileaks. Esto no descartaba el triunfo de Trump en cuanto a la posibilidad de convertirse en Presidente, ya que los sondeos se fueron virando a su favor unos días antes de las votaciones e incluso llegando a empatar o superar a Hillary en algunas ocasiones.
Aunque siempre he creído que tales sondeos cambian a cada momento, porque los americanos no son estables y mudan de opinión a cada momento, tal fenómeno lo explico en mi libro citado sobre Norteamérica: “Sustentar tesis teóricas basadas en sondeos y encuestas a la americana es desconocer, en parte, el funcionamiento de estas. Las opiniones de los americanos cambian cada cierto tiempo, son pragmáticos y dependiendo del momento mudan de opinión.” (1998:92). No es que los sondeos y las estadísticas no sean importantes, pero estas tampoco pueden “convertirse en parámetro para profetizar calamidades y desgracias, máxime en una sociedad que cambia de parecer de acuerdo al momento, que es reflexiva en torno a problemas económicos” (Ibíd, p. 92).
Pero aparte de esto, también Hillary intentó burlarse de la razón, del pensamiento de tradición liberal y de valores socialistas-democráticos como los encarnados por el senador de Vermont, Bernie Sanders, el cual ha estado ligado a sectores del Partido Demócrata. Pero además el propio Wikileaks se ha encargado de presentar el verdadero rostro de algunas aberraciones políticas que salpican a la misma Clinton, lo cual fue aprovechado por la ultraderecha para lograr que la sinrazón del trumpismo se impusiera y lo cual no sería una celebración ni un regocijo para todo aquel que parte de la tradición de la razón, de la Ilustración y no de la sinrazón que va contra la tradición de las inmigraciones de los seres humanos.
Es por todo esto que el gobierno de Trump se destacará, sobre todo con un equipo gobernante formado por la nueva derecha para tratar de diseñar la nueva América, como es el caso de Steve Bannon, quien será el principal asesor y estratega de Trump en la Casa Blanca y el cual es considerado sancta sanctorum de los líderes de la derecha alternativa estadounidense, por vivir alimentando desde la catacumba del ciberespacio (http://www.breitbart.com/) toda una política racista y antiinmigrantes de un ultranacionalismo que levanta como norte los mismo valores que el KKK y el deprecio a la democracia y a los ideales de libertad e igualdad y plantea la supremacía blanca y critica a la misma derecha conservadora del Partido Republicano que considera que ha estado traicionando la identidad de la raza blanca.
Además de esto, veremos a Newt Gingrich, el cual plasmó en su texto To Renew América (1995) una visión sobre la familia y la sociedad distinta a la que planteaba el presidente Bill Clinton para ese entonces. En ese texto dice Gingrih que una frontera abierta que separa a un Estado benefactor rico de un país pobre atraerá a millones de inmigrantes ilegales y que los Estados Unidos como Nación estaban en decadencia por la avalancha de inmigrantes provenientes de países pobres. Su libro es un desprecio a todos los inmigrantes. Este discurso fue derrotado en la década de los noventa por la política de Bill Clinton, y hoy es este discurso el que resurge en Donald Trump, a pesar de muchas de sus principios han sido asimilados y aplicados por los funcionarios del Departamento de Inmigración y Naturalización de la Unión Americana (Merejo, 1998).
Es sobre ese panorama que podemos decir que hoy que los Estados Unidos de América están divididos en dos y la visión política que tiene Trump no encaja con la otra parte que mayoritariamente votó por Hillary y que en su mayoría los negros y los hispanos votaron juntos con una amplia franja de blancos que creen en la democracia y en la cultura del melting pot. Y a partir de este momento, todos unidos redefinirán una nueva forma de lucha en la que los espacios reales y virtuales han de ser combinados para que el discurso sobre la América de Trump no se imponga como la verdad-totalidad-unidad en el sentido de pretender creer que los Estados Unidos es una nación de supremacía blanca y no fundada por inmigrantes de diversos pueblos del mundo.