En estos días vino a despedirse un amigo tico.  Me sorprendió. Siempre pensé que intentaría hacerse de una tarjeta verde, echando anclas en Norteamérica. Acababa de obtener no sé cuál maestría cibernética (enigmática especialidad, ajena a mi escasa sofisticación tecnológica), que le permitiría situarse ventajosamente en la fila del "sueño americano".  No le interesaba.

Desde la primera vez que estuve en Costa Rica, quedé fascinado con aquella sociedad. San José, para entonces, recordaba al Santiago de los Caballeros de mediados de siglo veinte, pero apaciguado por una misteriosa dosis de Valium. Era ese particular temperamento nacional que les caracteriza: comedido, suave,  gente educada y adscrita a la ley, confiada en sus instituciones y en su futuro. Demócratas que han podido conseguir un desarrollo sostenido y un sistema educativo de alta calidad. Tienen claro a donde quieren llegar como nación.

Saben que arrastran taras tercermundistas, pero mantienen un continuo esfuerzo por mantenerlas a raya, diluyendo las posibilidades de engordar caciques y aspirantes a dictadores. Esta atipia centroamericana nos  ha dejado atrás a  todos 

Habló bajito, como suelen hacerlo ellos, y, medio sordo como soy, me le acerqué recordando que los chilenos también hablan bajito, y los suecos, y los ingleses. ¿Será que existe una relación inversa entre el volumen de la voz y el grado de civilización? (Pregunta para antropólogos y sociólogos, que a nosotros debería interesarnos por ser gritones.) Regresaba a su país el costarricense seguro de encontrar trabajo, buena educación para sus hijos, y un porvenir halagüeño. Nunca dudó  el retorno.

Hablamos de política, por supuesto. Y yo, sabiendo la ineficiencia vergonzosa de nuestra dictadura de zinc agujereado, hablé poco. Pero tiré de la cuerda buscando escuchar sus opiniones. Quedé conmovido  por la convicción y contundencia de algunas de ellas: “nosotros siempre esperamos que los presidentes lo hagan bien, para eso los elegimos, es su deber. Si  salen malos la pagan… "Usted sabe, pues, que para eso es que los ponemos en esa oficina, para que lo hagan  bien, ¿no?" "Si lo hacen mal o roban la culpa es nuestra, porque ni nos dimos cuenta que eran tontos ni ladrones disfrazados". "¿No lo ve usted así?" Terminó, siempre pronunciando un muy buen castellano, asegurándome que la mayoría de sus políticos trabajan bien, y con honestidad.

No sé si ese profesional, que pronto retornará a su país, es un optimista empedernido o un patriota indoblegable. Sin embargo, las estadísticas, la historia reciente y el progreso de ese pequeño país, demuestran que el Máster en no sé qué cosa cibernética no exageraba. Sentí envidia.

En ese momento fue inevitable pensar en Danilo Medina y sus conmilitones, quienes pretenden hacernos tragar – llueve, truene o ventee –  que un presidente que  cumple con una mínima porción de  su deber tiene derecho a la  gloria, a disponer de fondos públicos a su antojo, y  a limpiarse los  bozos con la ley y las instituciones.

Pensé en el amigo al que acababa de despedir lucubrando esta pregunta: ¿Votaría alguien por Danilo en Costa Rica, o lo habrían confinado en la selva entre tucanes y otras especies incapaces de adaptarse a  la civilización?