Hace más de un año que la intensa campaña electoral de todos los candidatos tanto a nivel presidencial, congresual como municipal nos arropó por completo. Desde el escándalo reeleccionista de abril del 2015, en el país no se habla de otra cosa distinta a las andanzas políticas de nuestros peculiares candidatos.
La opulencia desmedida de la campaña oficialista y las múltiples arremetidas por parte de la oposición (con y sin fundamento) han inundado los medios de comunicación en los últimos meses. Cada semana la estrepitosa campaña nos regala titulares que comentar, unos absurdos, otros no tanto.
Para bien o para mal, el circo electoral se acerca a su fin, ¿y ahora qué?
Nos toca a todos acudir a las urnas. Ya no se trata de guerra de encuestas, de tránsfugas partidarios, de “campaña sucia”, de alianzas políticas, de videos, de caravanas, de mítines. Tampoco se trata de los “espontáneos” abrazos de candidatos a ancianas en las calles (misteriosamente siempre captados por una cámara). Ya no es cuestión de si hay o no debates – o más bien exposiciones de propuestas- , ni de si habrá conteo manual o electrónico y menos de si es o no Adán y Evaristo.. llegó la hora de ir a votar.
Y luego de tan agitada campaña, sería justo suponer que cada ciudadano debe de tener un criterio ya reflexivamente formado sobre cuál será su elección el próximo 15 de mayo. Sin embargo, lastimosamente me atrevo a dudarlo. ¿Por qué? Sencillamente por la ligereza trivial con la que muchos dominicanos asumen esta tan importante decisión.
Votar por votar. Esa es la premisa imperante, no muchos evalúan las posibles consecuencias de un voto inconsciente, van a las urnas a decidir el destino del país como si se tratase de contestar cualquier pregunta de selección múltiple en una revista de entretenimiento. Otros, peor aún, deciden abstenerse con la necia excusa de que faltan opciones.
Esta es la época en que la publicidad de la Junta Central Electoral nos repite constantemente el chiché de que el voto es un deber y un derecho. En efecto lo es, pero se trata de un derecho que debe ser ejercido de manera responsable. Lamentablemente la falta de compromiso social, atribuible a esa clase política desaprensiva que tenemos, nos ha hecho olvidar que el derecho a elegir implica un mínimo de reflexión.
“La fiesta de la democracia” dicen muchos el día del sufragio, me pregunto si realmente existe esa tan aclamada democracia cuando los propios ciudadanos ejercen un voto indeliberado. Un voto basado en lo que fulano me dio durante la campaña, en el cargo público que tiene el primo, el tío o un hermano, en el sobrecito que entregaron en la fila, en caprichos personales alimentados por determinado candidato, o simplemente van a las urnas a marcar una X sin ningún tipo de circunspección. En fin, votar por votar.
Por supuesto, las quejas no se harán esperar cuando esa elección irreflexiva no satisfaga las expectativas.
Los candidatos se encargaron de exponer de todas las formas posibles un sinnúmero de ideas y propuestas, creíbles o no ¿qué mejor oportunidad para cuestionarlas, para discutirlas, para evaluar razonablemente esas opciones? En definitiva, este es el momento.
El espectáculo de la campaña, tan entretenido para muchos, culminará muy pronto. El futuro del país en los próximos cuatro años depende de la decisión que tomemos el 15 de mayo, sea cual sea, elijamos de forma sensata. Detengámonos a pensar por un instante a quiénes les entregaremos las riendas de esta media isla. Churchill dijo una vez que cada pueblo tiene los gobernantes que se merece… ¿Será que merecemos más?