Las ciencias sociales identifican y clasifican diferentes grupos humanos siguiendo múltiples parámetros, para así poder entender la diversidad y complejidad de las sociedades. Clase alta, clase media, y clase baja, es una de esas divisiones. Marx predicó sobre la burguesía y el proletariado; Weber explicó sobre “Clases lucrativas” y “Clases propietarias”. Y el profesor Juan Bosch acertó con lo de “Hijos de Machepa” y “Tutumpotes”, advirtiendo sobre “la pequeña burguesía”. Entendieron que existe “conciencia de clase” y que se vota de acuerdo con ella. Pienso en las inclinaciones que mostrarán los dominicanos de diferente procedencia social en las próximas elecciones. Quiénes votaran por el oficialismo y quiénes por la oposición. Cuáles sucumbirán a las manipulaciones del gobierno y cuáles no.
Nuestras clases altas, como en todas partes, cubren sus necesidades cotidianas y acumulan riqueza y poder. Pero no son homogéneas. Allí encontramos la oligarquía tradicional, el empresariado parásito del Estado, el político empresario, el narco empresario, empresariado castrense, empresariado limpio, profesionales ricos, y empresariado extranjero. Pululan entre ellos funcionarios de procedencia diversas que saltaron alto impulsados por jugosos sueldos y concesiones gubernamentales. Esa clase alta exhibe un denominador común: conservar y multiplicar sus riquezas. Auspician al que protege sus negocios. No obstante, el empresariado limpio mantiene bastante independencia del Estado y conserva una conciencia ética y social. Estos últimos optarán por el cambio.
Seguimos con el conglomerado de clase media, bamboleado al ritmo del coste de la vida, y ocupada por profesionales, intelectuales, tecnócratas, la “checocracia” del clientelismo estatal, parte de la diáspora, narcotraficantes de segundo nivel, la oficialidad corrupta de rangos medios, y dueños de negocios diversos. Con la excepción de los “ventajistas”, los consumidores de “botellas”, y algunas otras lacras, ese escalafón medio es el más culto y patriótico. Se inclinará por Luis Abinader. En cuanto al pequeño burgués, su elección la deciden consideraciones oportunistas.
Mención aparte merecen los hijos e hijas de los ricos. Entre esa juventud, la dominicanidad y el patriotismo es mínimo. Andan por ahí hipnotizados por el consumismo e influenciados, a través de una educación privada, por la cultura y estilos norteamericanos. Sufren de apatía política y desinterés comunitario. Votarán, si es que lo hacen, siguiendo el interés de sus progenitores.
Los estudiantes de escuelas públicas en capacidad de votar y los universitarios rechazan siempre el “status quo”. Pocos votos conseguirá “el Penco” entre esos muchachos.
Y la vapuleada clase trabajadora – en realidad, clase pobre – que trata de mantenerse digna y anhelando un futuro mejor para sus vástagos, ha sido tan maltratada y poco reivindicada que desea un cambio. Resistirán la presión de sus corruptos jefes sindicales al servicio del gobierno. No quieren seguir recibiendo limosnas por una jornada laboral.
Ahora lleguemos hasta donde “el gas pela”, a esas masas desposeídas, a la gleba, “desperados”, analfabetos, desempleados, ignorante y desnutridos ciudadanos. Llegar a esa mayoría irredenta, blanco y obsesión de la ilegitima y surreal campaña electoral del oficialismo, es una meta de todos los partidos. Ellos deciden elecciones. Seducir a esos infelices con los recursos del Estado, dineros y trampas, es tarea que se ha impuesto el PLD, sin miramientos ni escrúpulos. Envuelven botellitas de champú del malo con fotografías de Gonzalo Castillo; tiran gallinas vivas a la multitud; hacen el ridículo montando a la inefable vicepresidenta en motoconcho. Manipulan la miseria de su autoría, aprovechándose de una pandemia mortal, sin ningún remordimiento. Chulean el hambre. Quieren sobornar a los “hijos de machepa” con nocturnidad y alevosía.
¡Pero qué humillación tan grande, qué vergüenza! A pesar de la estrambótica y delictiva propaganda, y veinte años de gobierno, no alcanzan el 40% de la intención de votos. Su descrédito es tan grande que no pueden pagarse una primera vuelta. Sólo compran diputados para el “estado de emergencia”. Esos menesterosos también dirán que no.
Sólo votarán por ellos quienes dependan de ellos, ni uno más ni uno menos. Esas tropas mercenarias del PLD, multimillonarias y desalmadas serán derrotadas por guerrilleros asqueados y descontentos de todas las clases sociales. “Ni del caballo ni del amigo se puede abusar”, dice el refrán. Y el PLD y su candidato han abusado de todos y cada uno de nosotros por demasiado tiempo. Todo tiene un límite. Pregúntenselo a la historia.