Volvió Juanita, contenta de que en el aeropuerto Las Américas ninguna empleada de Migración le pidió “un cariñito para el cafecito” como en otras ocasiones, y  han modernizado el pago del parqueo, ¡qué progreso!

Volvió Juanita, con su camarita digital, retratando con ojos de turista lo que siempre ha estado ahí:  el mar y las palmeras, los haitianos y los carros públicos, los motoconchos y basureros.

Volvió, volvió, volvió Juanita, eufórica de compartir con sus parientes y amistades, pidiéndoles que no la traten como a una que se fue, feliz de poder brincar y saltar y hablar en su propio idioma entre su propia gente.

Volvió Juanita, su llegada coincidió con la Feria Internacional del Libro, y Juanita se internó en el tumulto (carteristas y pandillas juveniles incluidos), observando  que a pesar de su miseria notoria e insultante, a pesar del ruido excesivo y los sanitarios sucios, la venta de comida y la voceadera,  el pueblo mondo y lirondo se gozó su feria de lo lindo, oyó hablar de un tal Pedro Henríquez Ureña, supo de la existencia del Museo de Arte Moderno y puso un pie en el Teatro Nacional.

Volvió Juanita, a un Santo Domingo otrora horizontal, ahora vertical, sembrado de edificios amurallados, equipados de alarmas y puertas anti-robos en los que caben más gente y menos jardines, en ensanches con menos zonas verdes y más jardineros empujando su inútil máquina de podar,  su vejez y desempleo.

Volvió Juanita, y notó las aceras y calles rotas de los progresistas ensanches llenas de ciudadanos buscándose la vida; los ojos de Juanita no daban abasto a tanto trajinar, tanto vendedor de esto y de lo otro, tanto obrero de la construcción; mujeres jefas de familias ganándose el sostén en el tetero del sol; guachimanes, suapero, suapero, delivery, comprador de abanicos viejos, planchas viejas, colchones viejos… ¿Quién dijo que este no es un país de gente trabajadora y con iniciativa, que se esfuerza desesperadamente por una vida mejor?

Volvió Juanita y fue al supermercado. Quiso comprar pescado fresco y se topó con unos pescaítos de río, al igual que los limones, chiquitos, endurecidos y a un precio que espanta, productos del mar y la tierra en una isla rodeada de agua, abundante en campos fértiles.

Volvió Juanita y no la dejaron entrar  a una oficialía civil donde deseaba sacar un documento porque vestía una blusa sin mangas, 30 grados de temperatura en la sombra.

Volvió Juanita, y un día, luego del almuerzo, se le ocurre ver lo que ofrece la televisión local: dos megadivas de ropas apretadas y tetas desbordantes compiten entre sí chillando como si el televidente fuera sordo (y aunque lo fuera, no tiene sentido chillar tanto, mucho menos, para decir una caballá).  De repente, un desfasado presentador que se las da de Yaqui Núñez del Risco las interrumpe, no sin antes alabar morbosamente el “flow” de las susodichas. Durante un rato, chillan todos al mismo tiempo,  para al final, anunciar con bombos y platillos al nombrado Christian Casablanca, adivinador de los números de la loto, el palé, la lotería nacional y todos los juegos de azar que abundan por estos lares.

Volvió Juanita, a su país estresado por la delincuencia donde parece haber triunfado para siempre el fistukysmo (palabra que no existe en el diccionario), el yipetismo, el vivir de las apariencias, la doble moral, la corrupción oficializada, el atraso,  la discriminación, el maltrato y asesinato masivo de mujeres, la ridícula postura religiosa ante una realidad social inexorable, entre otras tantas tristes cosas.

Unas semanas después, regresará Juanita al Norte. Recorrerá aquellas calles tranquilas, limpias y solitarias donde los ciudadanos respetan el sueño del vecino y susurran un dulce excuse me por cualquier quítame esta paja; los conductores se detienen en cada esquina aunque no haya semáforos; las ventanas de las casas y edificios no tienen rejas,  y la noticia en primera plana del periódico local tiene que ver con dos ancianos que llevan 30 años pescando armoniosamente juntos, aunque de repente pueda aparecer un loco que le coja con matar gente en un mall.

Y así, volverá Juanita, aquí y allá, sumida en la extraña sensación (ya no física, ya no patriótica ni nacionalista ni anti-patriótica ni anti-nacionalista ni sentimental ni insensible), de que quien emigra es un ser esquizo para el que no existe vuelta atrás.