Existen sociedades taradas, que se muerden el rabo alrededor del abuso, el desorden, y la pobreza. Tienen como destino el fracaso. Naciones fatales, remedos de Sísifo, que antes de alcanzar la cima se desploman. La nuestra podría ser una de ellas.
En África, cada tiranuelo es millonario y cada ciudadano un miserable; las guerrillas impone barbarie y una oligarquía rapaz se reparte el subsuelo. Medio Oriente, fundamentalista, se destroza minuto a minuto. Nicaragua y Honduras no pegan una.
La lista de colectivos sisifianos es larga. El atraso que exhiben autoimpuesto: sufren de impotencia consustancial para la coyunda civilizadora. Sus males nada tienen que ver con monstruos capitalistas ni con imperios, sí con la perversión de sus gobernantes y el envilecimiento del pueblo.
Haití es otra de esas sociedades estancadas. Hoy acapara la noticia dominicana y es tema obligado. Las teorías de sus desgracias brincan de aquí para allá en un juego de pimpón recriminatorio, hipócrita y pasional. El vecino, luego de su gloriosa redención en el siglo dieciocho, perdió el rumbo del progreso: tres siglos después de aquella epopeya es declarado inviable y paupérrimo.
Narran una historia de dictadores, golpes de estado, y fallidos intentos democráticos. En su confusión colectiva llegaron a convertir a un sacerdote católico en corrupto gobernante. A todas luces, han sido incapaz de civilizarse. (Nosotros, que no andamos muy lejos de ellos, parece que salimos adelante. Parece…
En Europa, Grecia ocupa la primera página. Víctima de la rapiña bancaria y de Ángela Merckel para algunos, o de si misma para muchos. Descendieron como chichigua en banda escenificando el cuento del borracho en ruinas: todos le tienen pena al borracho (en particular las izquierdas) sin mencionar que se bebió los cuartos que le prestaron.
Dispendiosos y mentirosos, falsificaron balances para ingresar en la Unión Europea; otorgaron jubilaciones a los cincuenta y cinco años con pensiones del 96% del salario ( en economías desarrolladas oscila entre un 30% un 50%) ; algunas familias recibían 4 y 5 pensiones sin haber trabajado nunca ;contaban con un millón de servidores públicos para una población de 4 millones ( cada automóvil oficial tenía asignado 50 choferes) ;300 empresas publicas inoperantes; el gran capital no paga impuestos; la mitad de las pensiones para ciegos las disfrutan videntes. Desaciertos interminables que arruinarían hasta los carteles de la droga. (Nosotros despilfarramos sin quebrar, ¿hasta cuándo…?)
La Republica dominicana, iluminada por los fuegos de artificio macroeconómicos, aparenta salir adelante dejando atrás el subdesarrollo. Sin embargo, si organizamos esos números y estudiamos otras cifras, se dispararan señales de alarma: desigual distribución de la riqueza, estructuras productivas congeladas, y una deuda monumental que algún día tendremos que pagar, a lo griego.
A lo anterior, echémosle unos chorritos de instituciones desacreditadas y unas gotas de ese amargo de angostura que es el pillaje y la impunidad. Mezclémoslo con un pueblo, una prensa, y una oposición anestesiada. Ahora, sírvase en una bandeja con diseño acelerado de dictadura de partido. Este es un coctel tóxico que produce visiones de terribles historias pasadas.
Todo indica una reiteración de nuestra vocación sisifiana. Podríamos- está todo listo- enfrentar otra dictadura en este mismo siglo, la del PLD. Una agrupación político-empresarial espeluznante, entrenada en el saqueo y la ilegalidad. ¿Tendremos la sensatez de evitar que esto suceda, o es pa atra que vamos…?