«¿Todo ha de ser batallas y asperezas,

discordia, sangre, fuego, enemistades,

odios, rencores, sañas y bravezas,

[…]? », La Araucana. Canto XX

Lucho Gatica, Revista Cantando Nº 24. Dominio público, vía Wikimedia Commons

Chile entró en mi vocabulario con la voz de Lucho Gatica. Casi en la misma época, fui al cine un domingo para ver Llueve sobre Santiago. Tres días después, la dirección del cine retiró la película que estaba programada para la semana. Todavía no había leído mucho sobre el país, pero ya entendía por las conversaciones en casa, que algo grave había ocurrido allí en septiembre de 1973. A principios de los años 80, mi padre me recomendó que intentara leer La Araucana de Alonso de Ercilla, ya que no paraba de hacer preguntas sobre la patria de Pablo Neruda y de Gabriela Mistral. Entre Nicanor Parra e Isabel Allende, siempre hubo un pedazo de Chile en mis cuadernos. Durante años, terminaba la semana con vino chileno, del cartón de un litro.

De repente, alrededor de 2015-16, tres jóvenes de mi barrio se desplazaron. Uno era supervisor de  gasolinera y los otros dos vendían tarjetas de recarga de teléfonos. En ese momento la migración hacia Chile se organizaba en voz baja pero a gran escala, por lo que tardé tres o cuatro semanas en enterarme de que mis amigos ya estaban en el país de la presidenta Michelle Bachelet. Según T13 y El Mercurio del 14 de agosto de 2016, «[…] entre 2013 y 2016, 110 haitianos desembarcaron diariamente en Chile». Más de 100 mil haitianos entraron a Chile en 2017 (Cooperativa.cl).

Una mañana de 2018 me encontré con una vecina a quien no veía desde hacía unos meses. Cuando empezamos a hablar, me dijo que «no se iría a Chile». Los jóvenes huían caminando. Había unas reflexiones sobre el fenómeno, pero ¿no deberíamos aprender a pensar y hablar de los problemas urgentes con seriedad ? Se trata de una juventud dislocada, que se enfrenta a la misma indiferencia de las élites políticas e intelectuales, quienes no han sido capaces de cuestionar por qué el bicentenario de la independencia en 2004 coincidió con el primer centenario de un siglo poco estudiado de migración permanente; es decir, un siglo de exportación de nuestra miseria y precariedad institucionalizada, reforzada por los últimos 30 años de democracia irresponsable.

¿Cuántos siglos tardarán las élites económicas, políticas e intelectuales en comprender que Haití se está vaciando? En el país de la erosión multifacética, desde el inicio de nuestras aventuras migratorias nos recibieron el padre de Fidel -Ángel Castro Argiz- ; los sucesores de Pinochet, también los de Rafael Trujillo. Mi última nota sobre Chile la escribí en marzo de 2017, durante la visita de la presidenta Bachelet a Puerto Príncipe. Con palabras sencillas y directas expliqué a los literatos y a los gobernantes que no podemos seguir menospreciando en nuestros programas escolares la historia de estos países donde la emigración haitiana tiene desde hace décadas grandes proporciones. Llevo más de 25 años diciéndolo para la República Dominicana. Aparentemente sin ninguna respuesta.

El domingo 19 de diciembre, la segunda vuelta de las elecciones chilenas me sorprendió. Los amigos me enviaban información de forma puntual, como para invitarme a participar en los comicios. Cuando aún no se utilizaba el formulario electrónico, las colas de solicitantes de visado en la acera del Consulado General dominicano eran kilométricas. Las colas de viajeros hacia Chile en la acera del aeropuerto internacional de Puerto Príncipe también eran impresionantes.

Ante esta compleja realidad, las aspirinas con discursos desactualizados no sirven…