La pandemia del coronavirus (COVID-19), ha acelerado lo virtual y de manera cotidiana, inmigrantes (ancianos, adultos), nativos digitales (niños y jóvenes) han estado viviendo en este mundo cibernético, moviéndose en diversas actividades que van desde el entretenimiento hasta el cibertrabajo (teletrabajo), el comercio virtual, la cibercultura, pasando por el encanto y desencanto del ciberamor, el cibersexo, la educación virtual y las comunidades virtuales.
Con lo virtual se está dando un fenómeno interesante, que es el síndrome del experto, del analista o el de la función de periodista virtual, sin pasar por los rigores académicos. Ahora todos somos expertos en periodismo digital, en COVID-19, en educación virtual, y en economía, en fin, serán muchas de las carreras académicas, que, si no se adecuan a los nuevos tiempos, desaparecerán y serán sustituidas o fusionadas con otras; mientras tanto seguirá predominando la cualquierización en redes sociales, dado que un cualquiera se imbuye de información y de datos en el ciberespacio.
De ahí, que surgen conferencias de supuestos expertos para tratar la educación virtual en época de pandemia o el mundo digital en tiempo de COVID-19. Existe una fiebre de 40 grados, que la producen el Zoom y otras aplicaciones bajadas del ciberespacio, para tratar el mundo de hoy desde la pandemia. Sin embargo, cuando pase el acontecimiento de la pandemia se esfumarán estos analistas o supuestos forjadores de opiniones, a la velocidad de 5G, y los pensadores seguirán su curso como el río de aguas caudalosas, pensando en este acontecimiento en el plano del pensamiento.
Entre esos pensadores de importancia se encuentra el filósofo Daniel Innerarity, que a raíz de su nuevo libro Pandemocracia y en el marco de un panorama cargado de incertidumbre y de riesgo por el COVID-19, nos dice cómo “el virus asesta un golpe duro al populismo por tres motivos: pone en valor la ciencia, la lógica institucional y de la comunidad global” (28/05/2020).
Es por eso, que al pensar lo virtual entra en ese horizonte de la filosofía cibernética e innovadora, que sitúa la virtualidad más allá de la materialidad, de la estructura tecnológica digital y sus redes electrónicas, y se coloca en un referente aparente no real y que brota de dicha estructura. De ahí, la importancia de distinguir conceptos como el internet, que es la red de redes digitales que conectan al ciberespacio, pero que no es el ciberespacio, ya existen otras redes que no son internet y están conectadas al ciberespacio.
Lo mismo pasa con el comercio virtual o cibernético, el cual trasciende la concepción del comercio electrónico, que entra más en el ámbito de lo electrónico como materialidad y redes de circuito integrado adecuado a la ingeniería electrónica.
El pensar en la filosofía cibernética innovadora, implica un mundo cultural, económico, social, político y educativo, construido como sistema edificado en redes tecnológicas digitales y, estructurado en circuitos integrales electrónicos, pero diferenciado en cuanto que de esta brota lo virtual, que tiene que ver con la producción de conocimiento e interacciones sociales virtuales y todas las redes tecnocientífica y ciberculturales del cibermundo.
Una de las características de nuestro tiempo cibernético es la producción de nuevos conocimientos a la luz del cibermundo, de este mundo virtual que estamos viviendo. De ahí, que pensar lo virtual es en parte rastrear este concepto que ha sido pensando en lo filosófico y de su redefinición articulada a la conceptualización del ciberespacio a principio de los 90 del siglo XX.
El vivir en lo virtual, se da en varios escenarios, el sujeto vive integrado en este, sin inmersión o con inmersión; con relación a la no inmersión, se vive como si fuese natural nuestra integración a los entornos digitales del cibermundo, basta encender un celular o sacar dinero de un cajero automático o hacer una transacción comercial en el ciberespacio, para que la pantalla nos mire y nosotros la miramos en redes de ventanas virtuales, que se abren y se cierran, lo cual hacemos de manera automática, sin pensar si es virtual o real. Trabajar con flujos de información, transacciones comerciales a velocidad de la luz y cibernegocio envuelto en criptomoneda, es vivir en esa virtualidad sin inmersión y que la plasticidad del cerebro la va adecuando a la vida cotidiana hasta el punto que no sabemos cuándo no encontramos en lo virtual o en lo real.
La inmersión es diferente a la no inmersión, en cuanto que el sujeto se sumerge a la realidad virtual con aparatos de visualizaciones (lentes o cascos) y los posicionadores e interactúa con el dispositivo digital (entidades en pantalla) hundiéndose por completo, gracias a todas las parafernalias digitales que se utilizan en esa virtualidad de inmersión.
Las reflexiones sobre lo virtual en el cibermundo han desprendido toda una construcción de realidad aumentada en la que el sujeto cibernético disfruta de vivencias, al incorporar contenido digital (imagen, audio y texto) a la realidad física, lo que da como resultado un aumento de percepción que tenemos de esta. Esta articulación de lo físico con lo virtual se conoce como realidad aumentada, que no tiene que ver con la virtual con inmersión que es la privación de las sensaciones de a la realidad física (Merejo, 2008, 2012 y 2017).
En este contexto es que se ha de entender la manera acelerada en que hoy vivimos lo virtual, lo cual seguirá después de la pandemia, en el ámbito educativo, económico, social, cultural y político en el cibermundo.
En tal sentido, el incremento de lo virtual hará que este se viva como parte natural y factual, como si fuese el mismo entorno físico. Es por eso, que la inversión económica en el mundo cibernético no ha de reducirse a las redes de sus infraestructuras y plataformas, sino que también debe ir a la educación, a la formación de ciberciudadanos para que no se pierdan en este o que vivan angustiados o estresados por los montones de ciberbasura que brotan de dicho mundo.