Esta es una pregunta que uno se hace cuando uno recorre la capital, y en especial si se atreve a caminar, o pasear por las calles, avenidas o parques, pues hay que ser osado y hasta temerario para hacerlo. No importa que  el barrio sea, pobre, menos pobre, medio pobre, medio rico, o riquito entero. No importa tampoco, que en el día o la noche hayan pasado esos camiones llamados de la basura, o que  por cualquier causa de impericia municipal, enormes cantidades de fundas negras aparezcan a cada rato vacacionado en las aceras. El caso es que inmensa mayor parte de las vías públicas se encuentran siempre sucias, con desperdicios de comida, fundas de papel, periódicos viejos, cristales rotos, piedras, potes, platos, vasos y botellas plásticas, cáscaras de chinas, huesos de pollo, pupús de perros  y mil  vergüenzas más, que bajo nuestro sol inclemente o la lluvia se descomponen soltando gérmenes y microbios a dos manos, para prosperidad de doctores y farmacéuticos.

Y si nos llegamos hasta los puntos extremos como son los mercados populares debajo de los puentes y alrededores de la Duarte, o los de Villa Mella, o los mercados de pulgas de la Avenida Independencia, o  las salidas de guaguas como  las del kilometro 9 y otras, o las paradas de taxis en la Churchill con  Kennedy, o  los miles de lugares donde aparece de manera cualquier tipo de comercio informal, podemos decir que este caso, el de la suciedad, en lugar de controlarlo, se multiplica de tal manera que a este paso, vamos a tener una ambiente ciudadano tan arrabalero como un tango original de un tugurio argentino..

Este problema, el de la basura, que además de afear la ciudad también contribuye a contaminarla, tiene tres causas principales. La primera, es la poca educación cívica sobre limpieza pública que en general poseemos los dominicanos, pues somos capaces de tirar cualquier cosa, desde un simple pañuelo hasta un complejo y pesado portaviones, en la acera, calle, solar, o donde sea, y que, curiosamente, contrasta con sus hábitos de higiene corporal y doméstica, ya que el dominicano se baña una o varias a veces diarias, y asea su hogar a fondo, hasta con agua y manguera al son de una bachata dominguera.

La segunda es la secular invalidez de las autoridades que por intereses, por negocios, por política, o por ineptitud, nunca han podido implementar un sistema de recogida eficaz en una ciudad tan extensa y compleja como Santo Domingo. Las huelgas de operarios, la falta de camiones, las corta visón gerencial, o cualquier otro motivo, hacen que de manera cíclica, la urbe y en especial los barrios menos afortunados, aparezcan con basura acumulada días y días en enormes cantidades, convirtiendo Santo Domingo en un enorme erial.

La tercera, es la tremenda falta de autoridad al respecto. Uno puede leer en paredes advertencias en letreros  vecinales como “ No tire basura, evite caer preso”, pero ni se evita la basura, ni nadie cae preso, porque quien de verdad está pintado en la pared, es la autoridad. Aquí no se amonesta, no se multa y no se educa lo suficiente sobre higiene pública desde la infancia o en la adultez. Asunto que los gobiernos debieran tomarse muy en serio. Así las cosas, y si no se remedia con medidas rigurosas, seguiremos viviendo entre miserias y bacterias por toda la eternidad. Y lo peor del caso es que estamos tan acostumbrados a ver suciedad por tantas partes, que ni caso, ni cuenta nos damos. De tan habituados que estamos, ya ni siquiera la vemos, ni la olemos. Uno se vuelve a preguntar ¿dónde vivimos, en una Sociedad o en un Suciedad? Es una pregunta importante, que amerita respuesta de todos, y a todos los niveles.