La basura se esconde, se acumula, pero en un momento determinado, se derrama y queda expuesta. No importa si son botellas plásticas, materia orgánica, o inmundicias morales. Llega un momento en que se impone y desborda. Entonces, su presencia es ineludible y su hedor insostenible. Tenemos que bregar con ella. O, es nuestro caso, acostumbrarnos a vivir con ella.

Las lluvias, porque bajaron el puente colgante, sacaron toneladas de la porquería que sigue contaminando el mar. Navegaron desde ríos podridos para seguir aniquilando lo que queda de flora y fauna marina en el litoral.

Pocas horas antes, vimos la ciudad capital, igual que siempre, inundarse sin drenajes adecuados. Los puentes y carreteras de la corrupción colapsándose en un abrir y cerrar de ojos, por tímidas capas de cemento, asfalto, y escaso varillaje.

Mientras el síndico, calmo y pausado, explicaba la ingente tarea de remover toneladas de bazofia que venía de la riada, pensé en la basura que le dejaron sus antecesores en la administración de la sindicatura. No debe él olvidarse, ya que basura es basura y desborda, que de no limpiarla sería a él que terminaría envarando.

Pero antes de esas lluvias, bajaron a borbotones, desde la Controlaría General de la República, abofeteando la dignidad ciudadana – si es que nos queda- las asqueantes cuentas de Joao Santana y su mujer. Un alud de porquería engendrado por quienes nos gobiernan.

Este hedor sanitario, que afecta el alma y la naturaleza dominicana, me hizo recordar a Nono Morocollo, delirante limpiador de letrinas de mi pueblo, quien, por un peso de la época, aseguraba al cliente el adecuado nivel de la letrina. Su obsesión por la limpieza era tal que, con una jarrita llena de agua y un cepillo de dientes viejo, entre una y otra recogida de excrementos, pretendía limpiar las calles de Puerto Plata. Era un delirante enemigo de la inmundicia. Estoy seguro de que Nono, en estos tiempos, no podría vivir entre nosotros. Tanta suciedad lo mataría.

Sin embargo, el mayor asco no me lo produjo la basura flotando en el océano, ni la ciudad bajo agua, ni los asquerosos dineros que el gobierno de Danilo Mediana le pagó a Joao Santana, ni los cohechos que pudo dejar el síndico anterior. No. El asco que me enferma es el de saber que el presidente sigue en silencio y tan campante; que no se hará nada por los alcantarillados porque la corrupción se impone siempre, haciéndose lo que convenga al bolsillo de los gobernantes. Me revuelve el estómago que nuestra gente tire y acumule basura, que parezcan salvajes. Pero, sobre todo, me hace vomitar cuando percibo a la gente sin dignidad, tolerando abuso sin revelarse.

Se pudren ríos, mares, ciudades, y el desfalco sigue noche y día. Nos han ido convirtiendo en un vertedero sanitario y moral. Sabemos quiénes han sido y no hacemos nada para detenerlos. ¿Dónde están los limpiadores de letrinas? ¡Qué aparezcan de una vez  los  Nonos Morocollos, y ayuden a sacar la porquería!