Desde que el COVID-19 inició su ataque a finales del año 2019, la población mundial ha tenido que reinventarse. Hemos tenido que empezar a vivir de una manera que jamás pensamos que nos veríamos en la necesidad de hacerlo. En mi caso, nunca me paso por la mente que saldría un 19 de marzo de mi lugar de trabajo y volvería un 27 de mayo, permaneciendo y trabajando desde mi casa durante más de 2 meses. Al igual que yo, la gran parte de ustedes también han tenido que vivir esta nueva forma de vida que nos ha impuesto esta pandemia.

Como era natural, mantenerse encerrados en nuestras casas y congelar la economía hasta que aparezca una vacuna no era una opción. El gobierno dominicano, a mi entender, tal vez no de la forma más adecuada, pero sí de la que ellos entendían era lo correcta, inició la reapertura de la economía el pasado 20 de mayo. La primera fase podríamos decir que transcurrió sin ningún inconveniente. Sin embargo, en las últimas semanas, en las cuales hemos vivido la fase 2 de la reapertura, hemos visto como los casos han ido incrementando y el número de muertes sigue siendo importante y preocupante.

Hasta cierto punto, esto era de esperarse, pues pasamos de estar prácticamente encerrados todo el tiempo a relacionarnos diariamente con nuestros compañeros de trabajo, amigos y familiares, quienes, a su vez, por igual se juntan con otro grupo de personas. Esto naturalmente, produce que el contagio aumente y la presencia del COVID-19 sea aún mayor entre nosotros.

Este aumento de casos, producto de la reapertura prácticamente obligatoria que tuvo el país, nos debe servir para que seamos conscientes de que el COVID-19 sigue presente y circula en medio de nosotros. Si tuviera que ponerle un nombre a esta etapa de nuestras vidas este tendría que ser: “viviendo bajo amenaza”. Esta amenaza es aún mayor si no tomamos las medidas que asumimos desde principios de marzo, pero que producto del hartazgo, lo cual es entendible, fuimos cada uno de nosotros flexibilizando. La realidad es que, tal y como les comentaba semanas atrás, el éxito o el fracasa de esta batalla depende en gran medida de cómo actuemos nosotros como ciudadanos. El gobierno, de manera unilateral, no tiene la forma de poder detener o disminuir el contagio. 

Es tiempo de que renovemos nuestro compromiso con esta lucha, la cual no es fácil, pero es necesaria si queremos salir airosos. Esta renovación debe también incluir a nuestros políticos. Estos, producto de la coyuntura electoral que estamos viviendo, se exponen diariamente, vulnerando todas las reglas de distanciamiento social y con ello arriesgando no solamente sus vidas, sino también las de los compañeros y simpatizantes que los acompañan en sus actividades. Muestra de esta exposición es el contagio del candidato presidencial Luis Abinader, a quien desde aquí le deseamos una pronta recuperación. Así como las empresas han tenido que adaptarse al teletrabajo, los políticos tendrán que asumir y realizar su campaña bajo las exigencias de esta nueva realidad.

Queridos lectores, el cansancio está permitido, molestarse e indignarse por igual. Lo que no está permitido es tirar la toalla, desistir a mitad del camino o rendirse. Cada día que pasa es una pequeña prueba superada en esta batalla contra el COVID-19 y un día menos para que finalice esta pandemia. Hemos ganado pequeñas batallas, pero aún la guerra se mantiene. Queda bajo nuestra responsabilidad reafirmar nuestro compromiso, enfilar nuestros cañones y proteger nuestra salud, así como la de todos los que vivimos en esta media isla que tanto amamos llamada República Dominicana.