Mi sobrina Anabel Fernández Agramonte, ciudadana de 22 años, estudiante de medicina de una prestigiosa universidad del país ha escrito esta memoria-relato de su visita reciente al “28”. La he leído y por su valioso contenido le propuse que me permitiera compartirla con los lectores de Acento en esta columna de los martes, buscando que nos recordemos que este lugar existe y como Anabel dice, que es escalofriante, ante la indiferencia de las autoridades y porqué no, de nosotros mismos. Leamos su relato:

“El pasado sábado 11 de junio un grupo de estudiantes asistimos al Hospital Psiquiátrico Padre Billini comúnmente conocido como “El 28”. Al  llegar a este lugar me dí cuenta que esta experiencia me marcaría de forma determinante.

Lejos de inspirar paz, de ver lo que uno ve en las películas,  me encontré con un lugar que parecía, más que un hospital, una cárcel.

Desde la puerta principal se visualiza un pasillo que atraviesa el recinto. De cada lado están las diferentes unidades. Da la impresión de ser un sitio abandonado. Tras los barrotes se ven las caras de los y las pacientes.

Actualmente el hospital tiene unos 117 pacientes ingresados, de los cuales al menos unos 60, según nos explicó el empleado que nos mostró el centro, fueron totalmente abandonados por sus familiares, lo que quiere decir que dependen única y exclusivamente de la caridad de los empleados del hospital y de lo poco que el gobierno les suministra.

Para un paciente poder ser ingresado necesariamente debe presentar alguna alteración o trastorno mental ya que no se hacen admisiones por problemas de drogadicción o abuso de sustancias.

60 pacientes del hospital psiquiátrico dominicano fueron totalmente abandonados por sus familiares, lo que quiere decir que dependen única y exclusivamente de la caridad

El centro cuenta con 7 unidades, cada una con su cocina y lavandería, siendo los pacientes asignados a las mismas, según el sexo. Desde afuera, a través de los barrotes, se puede percibir el mal estado de las mismas, la falta de higiene y las precariedades tras las caras de angustia y desaliento de los internos en este lugar.

La emergencia no está habilitada. No cuentan tampoco con una ambulancia o un vehículo donde puedan transportar a los pacientes que pudieran requerir algún tipo de asistencia médica fuera de la que este hospital, dentro de sus precariedades, les pueda brindar. No hay un laboratorio clínico y ni siquiera una planta eléctrica full sino una pequeña que solo se enciende en la noche o si se presenta una emergencia que amerite el uso de la misma.

El empleado que nos dió el “tour” tiene alrededor de 18 años trabajando en este lugar, desarrolla gran parte de las tareas administrativas, trabaja los 365 días del año, ha tomado cursos y talleres para poder trabajar con este tipo de enfermos, es profesional, líder comunitario y encargado del personal de limpieza y de cocina, pues ese señor apenas percibe un salario de tan sólo 12,500 pesos más un bono de 1,500 pesos para gasolina y taxis al mes.

Más impactante que todo esto fue ver el buen ánimo y la entrega de este empleado,  a pesar de lo mal pagado y de sus necesidades, de ser una persona muy humilde y de estar plenamente conciente de lo injusto que es su salario. Todo esto sucede en el mismo país donde hay funcionarios que ganan elevados salarios y beneficios adicionales y no desarrollan ni un 1% de las labores que desempeña este digno empleado.

Es muy chocante escuchar a uno de los residentes explicarnos que, aún en estos tiempos, si un paciente “se porta mal” o rompe alguna regla es amarrado como un animal.

Este sitio del que les hablo es lúgubre, triste, fúnebre. Más parecido a un lugar donde se tortura que a uno donde se provea de salud o donde se sana.

A los pacientes se les ve tristes, desesperanzados, sucios, con poca o nada de ropa, malolientes.

Decía el empleado, que reciben al menos dos pacientes al día, que de no tener camas disponibles se les coloca un colchón en el piso. Además recalcó que muchos de los pacientes, a pesar de las terapias de grupo y el acompañamiento médico, no sanan del todo ya que parte del proceso es el acompañamiento de parte de la familia del paciente y la mayoría de éstos son abandonados en este lugar. En otros casos al darle de alta al paciente se descubre que la familia se ha mudado de casa y/o ha cambiado los números de teléfonos de contacto dejados en la planilla de ingreso.

¿A dónde hemos llegado? ¿Dónde quedó el respeto a la dignidad humana? ¿Será que ya nos olvidamos de la ley 12-06 sobre salud mental que establece en su artículo 10 que: “son derechos básicos y libertades fundamentales de todas las personas que padezcan una alteración mental, ejercer todos los derechos civiles, políticos, económicos, sociales, culturales y las ejercer las libertades establecidas por la constitución”? ¿ Y dónde estarán las autoridades competentes cuyo deber es velar por el buen funcionamiento de este hospital?

Hago un llamado a la reflexión, a la conciencia y a la sensibilidad humana de quienes lean esto. No nos convirtamos en una sociedad que excluye, que se hace “la de la vista gorda”. Un enfermo mental es un ser humano que igual que nosotros tiene necesidades afectivas, necesidad de divertirse, derecho a ser tratado como eso; como un ser humano y no como un estorbo o alguien que no tiene voz, que deber ser ocultado y excluido porque nos avergüenza.

Hay que despertar la conciencia de cada uno y dejar de estigmatizar no sólo a los enfermos mentales sino también a los discapacitados y a los envejecientes, empezar a brindarles una respuesta colectiva y no darles la espalda o enviarlos a un depósito hasta que mueran”.