Adrián Javier Angulo nació en Santo Domingo el 17 de mayo de 1967 y falleció en la madrugada del sábado 6 de abril de 2013 en una clínica de Santo Domingo Este, a la edad de 46 años. Este biografema es indicador, no solo de un dato abarcante de una existencia o de un “existente” histórico, sino también, de un tiempo perteneciente a un recuerdo y a un archivo literario que debemos estudiar como un capítulo de nuestra producción poética que comprende un final de siglo y un comienzo de “otro” siglo; un final de milenio y un comienzo de “otro” milenio.

¿Qué ha hecho el poeta Adrián Javier para salvarse y marcar su vida como “herida del dormido” desenfreno, demonios de la nada y perfil de tiempo que va articulando el espesor mismo, el mundo como summa contradictoria, fuerza y vocación y ser justificado por motivos originarios y profundidades estético-antropológicas? El complemento numénico del poema, persigue a toda costa los umbrales, los puntos de base de una creación no suspendida, no desvinculada del tiempo interior y el espesor propio de la poeticidad.

En efecto, los avatares del poema en la República Dominicana de finales del siglo XX y comienzos de siglo XXI, exigen una doxa prudente, pero respaldada por el análisis crítico y riguroso de la dicción, función y el complemento de base de la especificidad poético-verbal.

El nivel de productividad y tensión expresiva se orienta en otros casos a la repetición de procedimientos, lenguajes y técnicas, lugares verbales comunes, retruécanos, metaforizaciones banales o banalizadas, posicionamientos incongruentes, cuando no retóricos, imitaciones de mundos contradictorios y sobre todo artificiosos, mal adaptados a nuestro contexto poético y de mercado literario.

Este tipo de speculum condiciona a buena parte de nuestros poetas, gobernados y marcados por modelos provincianos, españoles, caribeños y latinoamericanos; promotores de un mercado que tiene sus límites dentro de una economía informal de producción literaria e ideológica. Esto nos lleva a observar los datos que presenta la pantalla de reconocimiento de una crítica atravesada muchas veces por celajes, deslizamientos, mímesis e hipermímesis, imponderables y ciertos universales ya salidos de ruta y de usos especiales.

El poema dominicano desarticula, en  algunos casos, sus llamados propósitos. Esto así porque se quiere utilizar un “parecido” vendible como dicción y logografía contradictoria, y que en su expresión bio-gráfica recrea el doble como presencia repetitiva, supuestamente estimada como mercancía. La misma se proyecta en un nivel procreado de apariencia y de cierto desfundamento que le caracteriza como presencia y usuario de la representación.

Se trata del nivel más superficial, mediante el cual se asume cierta impostura y cierta ponderación que alcanza el oficialato y ante todo la burocratización de la mala literatura, la mala producción editorial de los llamados “particulares” de la creación poética en el país.

Algunos poetas como Adrián Javier, Alexis Gómez Rosa, Manuel García Cartagena, Luis Reynaldo Pérez, Sally Rodríguez, Rannel Báez y otros, multiplican una práctica de la poesía acentuada como suma de niveles, materializaciones, pulsiones de tejidos y congruencias formales que aspiran a un sostén interpretativo de sus diversos mundos y sobre todo de sus diversas modalidades poético-verbales, donde el mecanismo intencional se moviliza como parte de un proceso recesivo y asumido en tanto que transgresión de la poiesis. El discurso fundador en estos poetas, logra sus capacidades y performatividades, no solamente destruyendo un modelo, sino creando una forma vincular activadora de finalidades que definen el poema como fuente, expresión de mundo y fundamento poético-verbal. Las claves observables en estos poetas, aseguran cierto grado de significancia y de reconversión de la vida misma del poema.

Se necesita hoy más que nunca una opción alejada de absolutos y totalizadores procedimientos que, más que abrir líneas de profundidad cierran las posibilidades cualificadas del poema. Como diría Jean Francois Lyotard, en su obra Economía Pulsional, los registros de cierto nivel de artisticidad simbólica se encuentran en el orden poético y epifenoménico. Las líneas del discurso poético dominicano del siglo XX, constituyen una dirección de la experiencia verbal-creacional que propende hacia una ruptura y hacia una meta-ruptura, ambas estimadas por la desagregación y la agregación del poeta como errante del sentido y su diseminación.

De ahí que lo producido por Adrián Javier hasta su distanciamiento del mundo real, sea la expresión de una rebelión desde el lenguaje, de la dialéctica inversión-desinversión de los universales y “particulares” poéticos. En su caso, la búsqueda no se detuvo y su pareado sintético o analítico, responde de la misma manera a un fraseo sintético o a un fraseo poético tensivo, lúdico tal como se hace legible en su libro Erótica de lo invisible (2000)  y en Tocar un cuerpo (2008). En el centro de este mundo convertido y deconvertido, sentimos la órbita del lenguaje cuyo eje visional se estima en la metacomposición del poema como esfera y como mundo de la obra.