Hace poco estuve de por mi región de origen, el Noroeste, junto a un grupo de amigos, amigas y familiares. El viaje incluyó una visita al Monumento a los Héroes de  la Restauración, erigido en los años ’80 y ubicado en la fronteriza comunidad de Capotillo, municipio de Loma de Cabrera.

Hermoso el monumento, bello el entorno natural. El grupo se detuvo en uno de los salones (porque hay allí salones de conferencia y de exposiciones) en el que las presentes autoridades hicieron colocar una serie de afiches con imágenes y literatura en los que se pretende explicar los más resaltables episodios relativos a la Guerra Restauradora, iniciada en el lugar.

¡Qué interesante! Lástima que haya también un detallito tan “gracioso” como  lamentable qué incluir en la crónica.

Resulta que uno de los cuadros está dedicado a la Virgen de la Altagracia. ¿Que qué tiene que ver la venerada virgen con la Guerra de la Restauración? Lo entenderán cuando lean la siguiente “explicación” contenida en el cuadro:

“Las raíces católicas profundamente arraigadas en la tradición de fe del pueblo dominicano hicieron posible que nuestra gente, nuestros ancestros, materializaran en su devoción a la Virgen la simbología de su fuerza en el combate y aclamadas con vivas cargadas de furia y ardor y portando imágenes como estandarte lograran vencer, iluminados por su gracia”.

Ya lo saben, jóvenes generaciones. La gracia de la Altagracia fue decisiva en el combate. Así se escribe la Historia. Tomen apuntes señores historiadores, ignorantes (me imagino que hasta  ahora) de los verdaderos hechos, al menos de parte esencial de ellos.

Se suma de esta manera la de la Altagracia a la ya reconocida otra virgen involucrada en acciones bélicas, la de las Mercedes. Menos mal que esta vez se haya como quien dice equilibrado en algo la cosa: mientras la de las Mercedes (según el invento el cura Fray Juan Infante) acudió rauda y veloz a favor de los invasores españoles y contra los aborígenes, por allá por el 1495, la de la Altagracia alentó a los dominicanos contra los de la Madre Patria.

Una pena que en ambos casos no se trate ni siquiera de una adulteración de la Historia sino de una reducción de la Historia a mito. Al cura de finales del siglo XV pudiéramos hasta tolerarle su insigne embuste (con el miedo que tenía a perder la más vieja a manos de los “indios”), pero que un gobierno, en pleno siglo XXI, se dedique a la promoción más olímpica del oscurantismo, solo por pretender congraciarse con la Iglesia y por caerle gracioso a la parte más atrasada de la población, me perece una detestable y ridícula expresión de lambonismo que la misma población católica sensata rechazará.

¡Así Quisqueya no aprenderá bien contigo… ni con nadie! ¡Santísimo!