Todos somos responsables de la situación de violencia que vivimos en nuestra sociedad, ya sea por indiferencia o tolerancia de unos, ya sea porque otros la practican como forma de vida. La cuestión es que la violencia ha pasado de ser un problema privado, a ser un problema social generalizado, cuya superación demanda la actuación de todos los sectores preocupados por la paz social.
A diario escuchamos, vivimos o acompañamos de cerca el aumento de acciones violentas: crímenes, asaltos, secuestros, atracos a casas de familias y comercios, las balaceras entre bandas y las violaciones de los derechos humanos en general, que evidencian nuestra fragilidad institucional democrática.
Esta violencia no se explica por sí misma, sino que depende de factores sociales, tales como: la falta de servicios básicos públicos (vivienda, salud, empleo, educación, etc) haciendo imposible el vivir dignamente; también se explica por las continuas alzas de los productos de primera necesidad, por el tráfico de influencias, la enajenación de los recursos naturales como es el caso Loma Miranda, el auge del narcotráfico, la corrupción gubernamental y del sistema judicial, y la fácil adquisición de armas, entre otras cosas
El colmo de la impotencia se da cuando los protagonistas del narcotráfico y de los desfalcos institucionales son absueltos y premiados, al mantener los bienes adquiridos fraudulentamente y que fueron motivo de su enjuiciamiento y condenación. Irónicamente, al final resulta rentable delinquir, pasar breves años en la cárcel y luego salir a disfrutar el botín!!
Para entender la violencia cotidiana es necesario profundizar esta violencia institucional o estructural que genera desigualdad social y exclusión. De modo contrario es imposible llegar a la raíz del fenómeno que se sustenta en el desarrollo armamentista, las tendencias totalitarias del Estado Moderno y la violencia social fruto de la injusticia en el mundo.
Por esto, necesitamos crear espacios alternativos de solidaridad y democracia que se opongan a la práctica de la violencia institucional, a través de la implementación de los derechos fundamentales e inalienables que el ser humano posee por el hecho de ser persona. Estos son los derechos humanos que deben ser consagrados y garantizados por la sociedad política. Entre estos derechos destaco la protección contra todo tipo de violencia a la persona, el de la protección contra el legalismo que impide la justicia, y el de la necesidad del acceso efectivo de todos a la justicia.
Nuestras sociedades se reconocen en estos valores compartidos y proclamados en la carta sobre los Derechos Humanos, que es la traducción jurídica del principio moral esencial que explicitó Emmanuel Kant: la dignidad de toda persona debe ser respetada absolutamente, y ser tratada siempre como fin. Es en este principio que reencontramos la referencia moral que buscamos sin ser algo impuesto arbitrariamente a nuestra sociedad, sino algo que reconocemos y queremos como un valor. Esta referencia es la que debe guiar la discusión pública y fundamentar el juicio en lo referente a las decisiones políticas, siendo complemento al punto de vista profesional o técnico.
Si se quiere implementar la justicia y la fraternidad, los medios deben adecuarse al fin buscado. Los medios violentos solamente engendran violencia. Es la razón por la que debemos seguir insistiendo en la efectiva reforma de la Policía Nacional, en la profundización de la reforma de todo el sistema penitenciario para que la persona que infringe la ley pueda reeducarse; y en la verdadera administración de la justicia, donde se procure erradicar el ejercicio de la impunidad y fortalecer nuestro sistema democrático de derecho pronunciando sentencias justas y castigando ejemplarmente los delitos que atentan contra la convivencia social.
A nivel general nuestra sociedad debe promover una educación que cuestione el consumo irresponsable que introduce al ser humano en una cultura de violencia mediante la competitividad desleal, la masividad, la adquisición compulsiva de bienes y la marginación. Incluso cuestionar el mismo lenguaje que se torna violento cuando se transforma en un discurso incoherente de mentira, de manipulación y de alienación.
Finalmente, nos ayudaría el implementar verdaderas políticas sociales, que superen el populismo y el clientelismo, como respuesta a las necesidades del ciudadano común, para que sean realmente efectivas. Y de manera especial seguir fomentando la creación de espacios públicos de discusión, que generen mayor participación en la búsqueda de soluciones.
¿Y tú qué opinas?