La violencia no es innata, es adquirida. Así como podemos sembrar odio, podemos sembrar amor, parafraseando a esa luminaria del liderazgo Nelson Mandela. Hemos aprendido como sociedad, la cultura de la violencia y de lo que se trata ahora es de articular y desarrollar la cultura como diversidad, como tolerancia y eje firme y transversal de ver la cultura como espacio de cohesión social. Tenemos que impulsar una cultura dialógica que exprese y permee una nueva forma de integración social, donde educación y socialización no sean la mera yuxtaposición entre la ideología y el discurso.
Al mismo tiempo, tenemos que visualizar el rol de los medios de comunicación, en tanto expresión de cultura de masas, como ingrediente nodal de la cultura del espectáculo en la dimensión de la violencia y descomposición social. No se trata de construir el argumento de que los medios solo reflejan la realidad, los hechos y que ellos esbozan como noticias. Más allá de ahí, hay que trascender lo que se dice y cómo se dice y la manera como manipular, desinformar y ocultar “personajes y hechos”, que hacen que en una gran parte de la población, en su imaginario, se recreen como efecto demostración. “La imagen del éxito” en una sociedad enferma se convierte en el baluarte de la procesión que hay que “realizar”.
La violencia es el postre del nido que se ha venido incubando, merced a una violencia institucional que se refleja en la fragilidad, en la debilidad; secuelas del socavamiento de esta democracia sin contenido. Justo cuando vemos el caso de DICAN, es una expresión de cómo determinados órganos del Estado no funcionan en su control, en su supervisión; y lo peor, en el juego suma cero de la complicidad social.
Lo que hace más visible, más ostensible, la violencia y la descomposicion social es la entramada red de complicidad social, que cual cultura, arrima sus hombros en la hipocresía social, en el miedo y el silencio. Más que indiferencia y doblez, es la mentalidad eterna y socorrida de eternizar el pasado en el presente y el futuro; entonces, el individualismo toma cuerpo de rey, situado en una silla que no nos permite levantarnos.
Es una violencia social + una violencia institucional que encuentra sus ecos en: la pobreza, la desigualdad social, la marginalidad, la exclusión, la corrupción, la impunidad, la inmunidad, la ausencia del cumplimiento de las leyes, de las normas, de las reglas, del clientelismo; y lo que es más dañino, la “conversión” permanente de la mentira como verdad de la elite política y la ausencia del control social informal como mecanismo de sanción moral
La descomposicion social anida, incuba y multiplica de manera exponencial la violencia. La descomposicion es la anomia que estamos viendo y viviendo: Morao, el hombre que mato cuatro e hirió tres debió estar preso pues ya había asesinado. Ocho de los implicados en el caso DICAN habían pertenecido a la DNCD (Dirección Nacional de Control de Drogas) y habían sido cancelados por graves faltas y/o por no pasar determinadas pruebas de seguridad.
El espejo de esta cruel realidad es que la violencia como comportamiento desviado, como subcultura del desviado, se está transformando en la cultura dominante, en la cultura de la cotidianidad, en determinadas áreas: la corrupción, la simulación, el cinismo, el hedonismo, el relativismo, la permisividad. Un comportamiento desviado donde más allá de la explicación sociológica, el componente psicológico como explicación del comportamiento desviado, se ha redimensionado en los últimos años. De ahí que el umbral de asombro ante determinados hechos siga aumentando y ya como sociedad no “gritemos”.
En la sociedad del riesgo, como diría Ulrich Beck, de la incertidumbre, tanto de las necesidades básicas (trabajo, vivienda, comida, agua, transporte), como de las necesidades complejas (cambio climático), se produce al mismo tiempo, de manera concurrente, la sociedad de la red; que hace posible de manera más expedita el crimen organizado. Es en esta simultaneidad de sociedades donde crece la violencia y la descomposicion social. Generando una sociedad donde las expectativas culturales y las realidades sociales descansan en una brecha abismal: el 75% de la población es pobre y/o vulnerable; el 59.7% de los hogares reciben menos de RD$18,000.00; el 76.9% de los hogares reciben RD$19,449.00; el 45% de las personas que trabajan en la Administración Pública ganan RD$5,117.00. Solo apenas un 10% de los que trabajan, tanto en la Administración Pública como privada reciben por encima de RD$33,000.00; y, lo más peligroso: la movilidad social vertical ascendente que cuando se da en una sociedad produce efectos desradicalizadores. En Dominicana es exigua, solo un 2% en los últimos once años vio mejorar sus condiciones materiales de existencia.
Estamos en presencia de la angustia, de la ansiedad, del estrés, de un descenso social, como un proceso de desclasamiento, de un declive de la clase media que trae consigo una pérdida significativa en la mente de los protagonistas del status social de la clase media. El prestigio social a este estrato social se le ha ido diluyendo. Es tan difuso como el descacaramiento económico, como diría Andrés L. Mateo, que vienen sufriendo. Por lo tanto, el juego social necesario en toda sociedad democrática se está desequilibrando, produciendo cada vez más una democracia vaciada. Crecemos, empero, nos precarizamos ante la ausencia de políticas públicas que potencialicen más y mejor la distribución de la riqueza e igualen a los ciudadanos en los territorios.
Un criminólogo, como un sociólogo, podría decir que en los últimos 15 años la variedad, multiplicidad y dimensión del comportamiento desviado, reflejados en los niveles de violencia y descomposición social, nos indica la enorme innovación de los actores en los distintos tipos de delitos: el sicariato; el narcotráfico; el microtráfico; ladrones que andan con niños; hombres que andan con mujeres atracando; personas que llegan a tu casa fingiendo ser de una institución oficial para robarte; personas que llaman a tu casa para decir que un familiar tuyo está enfermo, que le pasó un accidente y… el ladrón que te deja sin gomas el vehículo y los políticos que son como semáforos en verde para la corrupción y la falta de ética; alumbran con su demostración y su delito de cuello blanco a los demás, ante la ausencia del pago de consecuencias.
Frente a esta realidad del crecimiento de la violencia, de la descomposición social, muchos hablan de cambiar los políticos, pero no de política. De lo que se trata es de cambiar de políticos y de política. Para ello y conociendo los vectores que generan esa violencia y descomposición, tenemos que empujar, construir nuevos mecanismos del Capital Social que coadyuven con la existencia de compromisos, de solidaridad y de una nueva forma de confianza.