Sin lugar a dudas las ambigüedades de nuestra sociedad no son ajenas a los múltiples factores de la violencia que nos desborda. Quisiera abordar el delicado problema de la identidad nacional. Nadie puede negar que todo problema identitario es, de por sí, complejo. La identidad es algo único que se construye y se transforma a lo largo de toda la vida y cuyos elementos constituyen nuestra personalidad; esta construcción es aún más complicada cuando se entrelazan identidades múltiples como las que conforman la identidad nacional dominicana.
La pregunta es: ¿Qué somos? ¿Caribeños, latinoamericanos, afrodescendientes, indios, blancos, negros, mestizos, mulatos? Tenemos una certitud, la de compartir la misma isla con Haití. Las vueltas de la historia han transformado un país en su gran mayoría mulato en un país hispanófilo que considera a España como su madre patria. Como por arte de magia se ha logrado valorar lo blanco como elemento positivo y rechazar lo negro como elemento negativo, aquí el negro es el otro, el de al lado, el haitiano. Con este tejemaneje ideológico, las clases detentoras del poder económico han impuesto un patrón que ha regido la vida social sobre la base de ambigüedades, reinventando categorías ya inexistentes, tales como indio, claro u oscuro. Los conceptos de mulato y de afrodescendiente no están integrados a la identidad dominicana. A lo máximo ser moreno (eufemismo local para no ser negro), puede ser un apodo cariñoso pero cual sea el color objetivo de mi piel solo los haitianos son los negros de la isla.
A todos estos ingredientes perturbadores se añade la fuerte penetración cultural de los Estados Unidos. Globalización y diáspora bombardean el sueño americano, modelos de un estilo de vida, modas, música, cultura de la violencia que atraen como un imán y que se mezclan a nuestra identidad múltiple. Unos modos de consumo a alcanzar a como dé lugar y a cualquier precio, influyen en la violencia de una sociedad cuyos nuevos valores se basan en el dinero fácil y el ascenso rápido.
Se hace mucho énfasis en el hecho que el dominicano no es racista por su fuerte heterogeneidad racial, sin embargo existe un prejuicio más sutil que el color de la piel: tener el “pelo malo” o el “pelo bueno” es un dilema existencial que causa ansiedad a la mujer dominicana. La cabellera es parte de la mayor alienación nacional: black definitivamente no es beautiful en República Dominicana. Negro, crespo, rizo, greña, pajón, moños halados, todos estos términos se refieren al “pelo malo”. La disyuntiva creada por la cabellera se inicia desde el primer milímetro que crece sobre el cráneo del recién nacido para saber si ha salido con el “pelo malo o el bueno”; la segunda etapa, consiste en la “haladera de moños” con los primeros centímetros, con el riesgo de provocar alopecia a las pobres niñas; en las escuelas, como lo subrayó Tahira Vargas: ”No se acepta que la población infantil y adolescente de ambos sexos asista a clases con su pelo natural de origen afrocaribeño con ondas y trenzas características de nuestra negritud”. Desrizado a temprana edad, tinte rubio y extensiones son las armas para combatir el negro que se tiene detrás de la oreja.
En la música y el baile encontramos otras ambigüedades: el merengue y la bachata surgieron desde las entrañas del pueblo y fueron rechazados por las clases altas. Los tildaban de vulgares y de baja ralea. Pero se impusieron como ritmos nacionales y constituyen ahora el exitoso sello de la cultura dominicana. Sin embargo, los palos y atabales de origen africano que constituyen el ritmo popular más arraigado en el pueblo dominicano no se reconocen a pesar de ser quizás el más difundido en todo el territorio, más inclusive que el merengue. Según la opinión del folklorista Fradique Lizardo "debe ser considerado como el verdadero baile folklórico dominicano ya que es el baile más extendido en la cultura dominicana”. Las fiestas de palos están presentes en todas las manifestaciones de religiosidad popular. Es el ritmo de la resistencia y de la dominicanidad, es el baile del sincretismo.
Este sincretismo es otro equívoco de nuestra cultura. De religión católica muchos dominicanos, en barrios y zonas rurales, celebran a San Miguel con misas y a Belie Belcán con palos y atabales hasta el amanecer, en algunas regiones hasta con sacrificios de animales. O sea, sigue vivo por un lado el culto a los santos del santoral católico que corresponden a luases africanos encubiertos a quienes se les rinde también homenaje. Con las migraciones a las ciudades se redefinen elementos culturales tanto de los lugares de origen como los de los nuevos escenarios urbanos.
El resentimiento que dirige las acciones y reacciones de violencia nace muchas veces de la imposibilidad de acceder a un mundo mejor, a la falta de una sociedad justa donde todos y cada uno encuentran su lugar. Para ello es necesario forjar una identidad nacional coherente que permita un real proyecto de nación basado en una conciencia común y en la interacción social. Para eso, a su vez, se requiere autoconocimiento: ¿quién soy, qué soy, de dónde vengo?; autoestima: ¿me quiero mucho, poquito o nada?, y autoeficacia: ¿sé gestionar hacia dónde voy, qué quiero ser y evaluar cómo van los resultados?