“La desgracia de María Dolores”, es la narración de un drama común de violencia familiar. Es la tragedia de una familia caribeña o latinoamericana, que bien puede suceder en nuestra nación; pues, todos sabemos de historias parecidas a ésta. Este escrito es una sinopsis de un artículo de periódico “Barbados Today”, publicado a fines del pasado siglo XX, y trata de una secuela de acontecimientos que son similares en nuestro ambiente. Hechos como estos, tal vez, se deben a la falta de sensibilidad de conciencia ética-moral, carencia de inteligencia emocional, o por incidencias de múltiples factores.
“Había una vez una familia típica constituida por el padre, la madre, dos hijas menores y la abuela de parte del padre. Esta familia cristiana vivía en forma humilde, pero armoniosa en un paraje de esta región. Los padres y la abuela estaban activos en la iglesia local, llevaban las dos niñas a los cultos religiosos, asistían al catecismo y la escuela dominical.
Todo iba bien con esta familia. A las niñas se les enseñó que: “Jesús ama a todos los niños del mundo”. Eran felices y estaban confiadas.
María Dolores era la menor y la más simpática de las dos. Las niñas iban a la escuela y se llevaban bien con sus condiscípulos. El mundo a su alrededor era agradable; pero una serie de acontecimientos sucedió en forma inesperada que hizo ver a la risueña niña, que vivir en el mundo no es siempre fácil ni agradable. Algunas cosas pasaron que llenaron de ansiedad y frustraciones a la feliz y agradable niña, por lo que su existencia comenzó a ser difícil.
La primera cosa que pasó para causar desasosiego a María Dolores, fue la muerte de su madre. Al morir la madre, el padre de las niñas emigró a una metrópolis del llamado primer mundo, dejando a sus hijas con la abuela que ya estaba envejeciendo y apenas podía cuidar bien de sus nietas.
Después de algunos años, el padre de las niñas volvió al país para llevar a sus dos hijas con él; pero, la abuela convenció a su hijo, de que la pequeña y simpática María Dolores, debía quedarse con ella para acompañarla; pues, no quería quedarse sola. Tal vez tenía temor de que su hijo no le mandara el sustento como lo venía haciendo. El padre se dejó influenciar de su madre, llevó a la mayor, y dejó a la hija menor con la abuela.
A esta altura la niña que fue simpática y risueña había perdido a su madre, a su padre y a su hermana. El mundo alrededor de ella comenzó a perder su belleza. Tenía que ir sola a la escuela, le hacía falta la compañía de su hermana y su relación con la abuela se hizo tensa; e ir a la iglesia, a la escuela dominical, ya no era agradable.
Desapareció la sonrisa de la cara de María Dolores. Ella comenzó a portarse mal con la abuela. Peleó con los otros niños en la escuela y en la iglesia. Después de un tiempo dejó de ir a la escuela y también a la iglesia.
Por ahora, María Dolores había perdido a su madre, su padre, su hermana, sus compañeros de curso, la familia de la iglesia y tenía problemas en casa con la abuela.
Los maestros en la escuela no hicieron nada para saber qué había pasado con la niña. El ministro de la iglesia no indagó del porqué la niña no venia a los cultos. La maestra de la escuela dominical no se interesó tampoco, y la abuela se quedaba impotente y callada.
Antes de la adolescente tener suficiente pecho para llenar su brassiere, ella estaba embarazada; pero no sabía realmente quién era el padre del hijo que esperaba. Cuando el niño nació, la agencia de servicio social del Estado le quitó la criatura, porque ella era menor, y porque la abuela no podía darle el cuidado necesario a ella y al bebé.
Por el momento, por desgracia la prematura mujer, había perdido a su madre, su padre, su hermana, sus compañeros de escuela, la familia de la iglesia, su pastor, la maestra de la escuela dominical, el cuidado de la abuela y su bebé. El peso del mundo le había caído encima, estaba perturbada, desorientada y muy frustrada.
Un día, mientras María Dolores andaba desconsolada por las calles de su comunidad, le llegó la noticia que un fuego consumió la casa donde ella y la abuela vivían. La anciana fue llevada a una residencia de envejecientes y se acentuó la desdicha de la compungida joven mujer; pues, se quedó sin hogar y dónde reclinar su cabeza. Ahora estaba sin madre, padre, hermana, compañeros de escuela, familia de la iglesia, pastor, maestra, el precario cuidado de la abuela, sin su bebé y sin casa.
Atribulada, sin dirección, sin apoyo, ni hogar, la joven, hecha madre a destiempo, siguió vagando y pensando que: la sociedad, la Iglesia y hasta Jesús, la habían abandonado, tal como lo habían hecho sus seres más queridos.
La cadena de infortunios tenía a María Dolores totalmente confundida, había en su mente un remolino de tormentos, amarguras, decepciones, y maltratos que agobiaron a la atribulada criatura de Dios. Como era de esperarse, esta hija maltrecha del pueblo, estaba desamparada, debilitada espiritualmente, adolorida, acongojada y desolada por el desdeño de su familia, la escuela, la iglesia y la desprotección de la sociedad. Ella cometió suicidio. Cuando hicieron la autopsia, se descubrió que estaba embarazada de nuevo, y nadie sabía quién podría ser el padre.
La historia de la tragedia de María Dolores, es muestra de una forma particular de violencia familiar, indolencia humana, carencia de conmiseración, falta de responsabilidad y ausencia de servicios estatales adecuados en las sociedades de los pueblos caribeños y latinoamericanos
Con tragedias como éstas que suceden continuamente, nos queda elevar preces a Dios, para tener piedad, porque en su plan divino constituye en familias al solitario y da esperanza al quebranto de corazón.
Encomendamos a las muchas Marías Dolores que están por todas partes de Latinoamérica y el Caribe. Vuelve, Señor, los corazones de los padres hacia los hijos y danos sensibilidad para ayudar a los necesitados, por Cristo Jesús, el pastor que no desampara a sus ovejas perdidas. Amén