Es de uso y costumbre en el país andar ‘chivo’ cada que se sale a las calles a trabajar, por entretenimiento y diligencias, el dominicano además de contemplar sus responsabilidades y deberes, obligatoriamente debe cuidarse hasta de su sombra al andar por las calles, pero este desasosiego y desazón es más acuciante en temporada navideña; la violencia se ha normalizado hasta tal grado que se da por sentado que las actividades delictivas aumentarán, porque los malhechores saldrán a buscar ‘su navidad’ a costa de la seguridad de la ciudadanía, razón por la cual, la sensación de inseguridad y la ansiedad se corresponden con el estado de ánimo a tono para salir a buscar los trebejos de la cocina y poner el pan de la navidad en la mesa de las familias.

Las personas raramente asocian la violencia con los niveles de improductividad actuales, no logran ver la relación directa y en todos los órdenes que estructura la violencia tanto en su estado emocional como en el desenvolvimiento de sus actividades sociales y económicas, la gente solo reacciona en consecuencia asumiendo que sin más, debe cuidarse, evitar y procurar no ser de los desafortunados elegidos por cualquier desaprensivo, que ve en la violencia el único medio para da respuesta a sus necesidades y lograr sus objetivos.

La violencia es el factor común que subyace a la doble trampa de alta desigualdad estructural y baja productividad e incluso es potenciada por esta. La violencia es tan común en el país y la región que se ha constituido en una ficha de negociación por excelencia entre actores políticos y sociales para lograr o mantener acuerdos, al grado tal de guiar la lucha por la distribución de los recursos, derechos, oportunidades y poder. El planteamiento central desde el enfoque económico es que a través de la violencia se introducen incentivos que hacen que, los retornos que dejan las actividades delictivas sean más redituables y comparativamente más atractivas que las actividades legales. Y visto desde los fines de la utilidad, es más fácil arrebatar el fruto del trabajo del prójimo, en una sociedad cuyas autoridades no responden en consecuencia ante los abusos sufridos ni por las mismas autoridades que, en franco aprovechamiento de su posición vulneran derechos y libertades de quien solo cuenta con su capacidad de trabajo y poder personal para vivir, ¿cuanto más ante un desaprensivo que no considera más que su propia necesidad e interés personal?, como los cientos de casos que diariamente se registran, sobre lo que es bien sabido que, los delincuentes suelen tener en zozobra a una comunidad entera, contando con más de tres fichas en su historial delictivo, y aún así, son dejados en libertad para hacer y deshacer con la ciudadanía; una persona sin formación humana, rápidamente deduce que ganó mucho con relación al empleo del tiempo y el esfuerzo, razón por la cual en una sociedad que valora a las personas en función de las cosas valiosas que posee, estima como exitoso al ‘tiguere’ del barrio aún a sabiendas del origen de dicha riqueza.

Desde un punto de vista sociológico; “la teoría de la privación relativa sugiere que la desigualdad genera frustración y enajenación en las personas desposeídas a través de percepciones de desventaja, falta de oportunidades e injusticia que, en conjunto, estimulan conductas violentas. Los contornos de la conducta criminal también puede verse afectada por los cambios de comportamiento de las victimas potenciales en respuesta a la delincuencia, generando una mayor dependencia hacia la seguridad privada”.

El espíritu de la violencia se pasea como ladrón a medianoche por todas las estructuras sociales, dando forma y sentido a la realidad compartida que se quedará instalada al rayar el alba, no solo en la “percepción” de la gente, sino también en la psique de consumidores, padres de familia, negociantes, figuras de dominio, amas de casa, chiriperos y joceadores del pan dignamente, y como causa y consecuencia modificarán su estilo de vida en función de evitar o sobrevivir la experiencia adversa por excelencia, que los predetermina y condiciona sus decisiones. El PNUD diagnosticó los crecientes niveles de violencia e inseguridad en la región latinoamericana y el Caribe como producto de la ausencia de un crecimiento inclusivo y el estancamiento de la movilidad social, que desencadena en desigualdades persistentes, precariedad laboral y condicionamiento de las expectativas de consumo.

La violencia y la victimización por delitos reproduce la desigualdad y la expande en todos los ámbitos de desarrollo; al experimentar la violencia de forma desproporcionada y recurrente, además de enfrentar adversidades socioeconómicas, se perpetúa el estado de privación, lo que conduce indefectiblemente al deterioro de los derechos y libertades, empeora la salud física y mental, reduce el desempeño académico, la participación laboral y disminuye la participación política de las víctimas, que no confían en las instituciones del Estado ni en el cuerpo del orden, ¿cuanto más en sus representantes?

A gran escala la violencia no solo está vinculada a la alta desigualdad estructural sino al crecimiento económico. Es un distorsionador por excelencia de la inversión extranjera, afecta la formación del capital humano y por ende la productividad, lo que conduce al agotamiento del capital físico y natural. Estados Unidos colocó a República Dominicana en una alerta de viajes, como un país peligroso para los estadounidenses. Siendo esto una medida de nuestro principal socio comercial, debería llamar a las autoridades a cargo, a considerar seriamente replantearse la estrategia de seguridad y defensa ciudadana y no solo limitarse a solicitarles que nos retiren de la lista.

Los cálculos recientes fijan el costo promedio del homicidio en Latinoamérica y el Caribe cerca del 4,1% del PIB nacional. Los costos directos e indirectos se calculan en un 3% del PIB en el país promedio y en más del 6% en los países más violentos de América Central. El Banco Mundial estima que los costos relacionados con los gastos médicos, la pérdida de productividad y el gasto público en seguridad, ascienden a 3,7% de la producción anual, lo que se constituye en un desperdicio sustancial de recursos públicos que se necesitan para defensa, la policía, los programas de prevención y castigo. Así es como la violencia tiene la capacidad de distorsionarlo todo a su paso contribuyendo con ello a perpetuar un estado emocional reactivo y a la defensiva de la ciudadanía. En Navidad las personas esperan además de la brisita navideña, sentir el espíritu de la Navidad, una serie de rituales que ponen a las personas de buena voluntad en actitud de agradecimiento, deseos de prosperidad y armonía familiar y social, y no un espíritu caótico que alienta el frenesí enajenado del transeúnte, que espera llegar sano y salvo a su casa sin ser asaltado por el fruto de su trabajo.