En el recién iniciado año, distintos medios de comunicación han mostrado nuevos casos de agresiones, violaciones y asesinatos contra niñas y mujeres.
Los referidos casos son tipificados hoy día como “feminicidios”. Este término se derivó del original “femicidio”, acuñado por la escritora inglesa Mary Orlock, a inicios de la década de los 70, y redefinido por la psicóloga y activista social sudafricana Diana Russell, para referirse a un tipo de violencia ejercida de modo específico contra las mujeres.
En las palabras de Russell, los feminicidios constituyen el “asesinato misógino de mujeres cometida por hombres”. Hay dos notas de la definición que quiero destacar.
En primer lugar, se trata de una forrma de violencia diferenciable de otros tipos que puede ejercerce en el contexto de una sociedad, cormo una pelea callejera entre borachos, o un acto de castigo corporal efectuado por un tutor. Se trata de un daño ejercido contra las mujeres por el mero hecho de serlo.
En segundo lugar, se trata de una violencia de odio. Expresa una conducta de agresividad hacia otra persona basada en un prejuicio identitario social, es decir, debido a que el agresor posee una serie de presuposiciones sobre la persona agredida en función de su pertenencia a un grupo social, o su género, en este caso, por ser mujer.
Con el término, Diana Russell intentaba develar un fenómeno oculto en la red de signficados conformada por la cultura. Si percibimos que una mujer es víctima de un “crimen pasional”, lo observaremos como un acontecimiento aislado provocado por un exhabrupto circunstancial, no relacionado con la manera en que operan las instancias de poder dentro de la sociedad, o como un acto “anormal” dentro de la comunidad.
Lo que el término destaca es que los actos violentos llevados a cabo contra las mujeres no son fenómenos “anormales”, sino normativizados por un sistema cultural que naturaliza la violencia de género a partir de la aceptación de la desigualdad social y de unas determinadas relaciones de poder.
Esta importante aclaración conceptual queda desdibujada en la sociedad del espectáculo, donde todo queda convertido en entretenimiento.
Como ha destacado la antropóloga argentina, Rita Segato, la violencia de género se convierte en espéctaculo a través de muchos medios de comunicación, quienes explotan los detalles de un modo morboso. Ciertamente, muchos medios, preocupados más por las ventas que por el problema, se entregan al sensacionalismo. Publican fotos, anécdotas, biografías en torno al asesinato de una mujer, explotando la curiosidad del momento, y luego lo olvidan para dejar espacio a otras nuevas noticias.
Esos mismos medios, no otorgan espacios para los seminarios, debates o artículos que pretenden ir más allá del daño inmediato intentando mostrar el conjunto complejo de factores que inciden en la generación de la violencia de género.
Los medios también son responsables de la violencia cuando omiten o dan la espalda a los expertos que intentan comprenderla y reducirla, y se convierten en ecos de resonancia de los políticos populistas o de las figuras públicas que comunican el mensaje políticamente conveniente para sacar capital político, aunque dicho mensaje no contribuya a la solución efectiva del problema, y en muchos casos, obscurezca su comprensión.
Esto nos lleva al papel pedagógico que deben jugar los medios de comunicación, así como las escuelas, en la difusión de lo que la Dra. Sagato ha denominado la “pedagogía de la crueldad”.