Matar a su pareja nunca será buena decisión del hombre. Tampoco de la mujer, y menos si media el contrato de un pistolero, como ha sugerido en tuíter la viceministra feminista Susana Gautreau, presa de la impotencia provocada por el más reciente caso, hace una semana, en San Pedro de Macorís, donde un empresario de electrodomésticos, Yasmil Fernández, salió a destiempo de la cárcel en que, desde 2017, purgaba pena por agresor y, en medio de una madeja de complicidades, incluidos ministerios públicos, cumplió su promesa de eliminar a tiros a su excompañera  Anibel González, para luego suicidarse con la misa arma, propiedad de un agente antidrogas.

En nada beneficia quitar la vida; sin embargo, la curva de muertes y maltratos representada en la cuestionada categoría “violencia de género”, sigue en ascenso.

Y será así mientras razones de peso sigan subestimadas bajo la otra categoría estructurada para resolverlo todo de un tirón, incluso debilidades sociales que le son ajenas: el machismo.

DETRÁS DEL TELÓN

En el encuadre de ese concepto ocultan variables como la violencia general engendrada por el sistema a través de sus modelos de éxito; enfermedades psiquiátricas de base en él o ella, o en los dos; construcción de odio por parte de activistas despechadas por matrimonios rotos, o simple rechazo al varón por otras causas; desprecio por la familia funcional y auge del libertinaje; oportunismo político, negocios particulares con el problema porque hay recursos de agencias internacionales disponibles para el tema; políticas públicas fallidas, espectacularización mediática de los asesinatos y maltratos con base en la simple contabilidad de casos, y la peor: a causa de la visión tubular y los prejuicios, la exclusión del hombre a la hora de abordar el problema, pese a que es protagonista de cada historia de violencia.

Imposible avanzar con ese nivel de reduccionismo y demonización del varón  en general, al venderlo como enemigo nato de la mujer solo por nacer con pene y testículos. Un ejercicio deshumanizador que apunta a enseñar a la dama a responder con los vicios que al hombre le exigen desaprender.    

VALOR DE LA VIDA

El escándalo mediático creado alrededor del asesinato de Anibel y el suicidio de Yasmil, a final de agosto, solo se explica a partir de su estatus social (clase media alta), la coyuntura política y la demanda de temas conmovedores que rompan con la insoportable monotonía de las “noticias” sobre dimes y diretes de precandidatos en los medios de comunicación.

La escenificación del hecho, presentado como telenovela inédita, se ha prestado para que muchos se desahoguen con discursos plañideros plagados de lamentos, adobados con lágrimas de cebollas, y emitan justificados ataques al tinglado de fiscales que actuó muy lejos de la ética profesional y su condición humana. Hay espacios y aplausos garantizados para todos los que sigan la corriente predominante en el concierto de la opinión pública.      https://www.diariolibre.com/actualidad/sucesos/muere-abogada-tras-segundo-intento-de-asesinato-de-su-expareja-FD13982142.

Pero la realidad es otra, y dista mucho del espectáculo espumoso de ahora. Antes de cumplir un mes en sus tumbas, las víctimas ya no serán atractivas para fines noticiosos y opinativos, a menos que resuciten. Mientras, la violencia seguirá latente, a ratos con picos altos, pero siempre llevándose al cementerio a hombres, mujeres, niños, familias enteras. Solo que muchas de estas tragedias no tendrán mayor impacto porque se trata de “hijos de Machepa” que duelen poco y no dan rating.

Es que, amén del machismo enseñado por el sistema a fuerza de demostración, la sociedad se ha montado en una pendiente donde la vida vale nada y los parámetros para calificar a las buenas personas son el dinero y el lujo.

Los valores de la solidaridad, la honestidad, la honradez, la responsabilidad, la lealtad y la gratitud se quedan en el discurso público,  solo válidos mientras nos ven.

Muchísimas familias se han montado en la onda de “el que nada tiene, nada vale”. Se ha creado una especie de “mercado neoliberal” con todo y su salvajismo. Valen oferta y demanda; todo se compra y se vende, incluso el amor. Ya dicen que si no puede vivir conforme esas reglas, ¡muérase! Ha muerto el amor a la vieja  usanza. El sacrificio por el otro, apenas vive. La violencia es general. 

Si aún le queda duda sobre el generalizado poco aprecio por la vida, mire el caos del tránsito y la horrorosa tasa de morbimortalidad a causa de los siniestros de vehículos. Observe el desparpajo con el uso de armas de fuego y sus consecuencias letales. Y mire cómo matan a los perros.

Aunque Víctor, el despachador del colmado de la esquina de la casa donde vivo, no pierde la esperanza. Solo, agobiado por las deudas, con los ojos llorosos, aconseja:

“La vida es como unas vacaciones que da la muerte, y el día que menos te piensas, ella te baja el bréiker (breaker). Vive, haz el bien, no le dé mente a na, no mates a nadie… Ni te mates”.