En marzo del 1996, mientras era el coordinador general del I Simposio Nacional de Energía Eléctrica conocí al Ing. Bolívar Rodriguez, encargado a la sazón de energías renovables del desaparecido Instituto Dominicano de Tecnología Industrial (INDOTEC). Bolívar fue la primera persona que me habló sobre el potencial de la energía eólica en la República Dominicana. En ese momento y debido al fragor de la acentuada crisis eléctrica que vivíamos, los planteamientos del Ing. Bolívar Rodriguez sobre la energía eólica como alternativa de solución al problema eléctrico me parecieron un tanto utópicos para dar respuesta a las necesidades de generación eléctrica que teníamos.
Tres años después, en el 1999, el National Renewable Energy Laboratory (NREL) con el financiamiento de la Agencia Internacional para el Desarrollo de los Estados Unidos (USAID) presentaba la primera versión del mapa eólico de la República Dominicana. Un mapa eólico realizado con un software desarrollado por NREL usando un Sistema de Información Geográfica (GIS), y cuyos resultados fueron precisados con algunas mediciones anemométricas puntuales realizadas por NRECA y dos (2) ONG’s llamadas Winrock y Reggae financiadas por el Departamento de Energía de Estados Unidos y la USAID. Este mapa fue la primera aproximación que tuvimos para darnos cuenta del potencial eléctrico del viento con el cual cuenta el país. Los resultados indicaron que había vientos suficientes en cantidad y velocidad para instalar alrededor de 10,200 MW de energía eólica. Esta cantidad equivale a más de tres (3) veces el tamaño del actual parque de generación eléctrica del país.
En ese momento (1999), la existencia del mapa eólica en sí mismo era una valiosa herramienta para orientar posibles inversionistas que estuviesen interesados en aprovechar el potencial del viento de la Rep. Dominicana. No obstante, el futuro de la energía eólica lucía algo difuso en un país que necesitaba urgentemente plantas eléctricas de capacidad firme y de rápida integración al sistema para palear las maratónicas tandas de apagones. Además, había iniciado el proceso de reforma del sector eléctrico, y ni siquiera existía una ley general de electricidad que pudiese regular la entrada de nuevas tecnologías como era el caso de la eólica. Adicional a esa realidad estaban los precios del petróleo en los mercados internacionales cuyos niveles eran manejables para nuestra economía, y la tecnología eólica aún no presentaba costos competitivos frente a las alternativas convencionales de generación. Es decir, la combinación de los factores mencionados anteriormente no hacía atractivo en ese momento integrar la energía eólica como parte de la matriz energética nacional.
Un año después (2000), y a pesar de la realidad que imperaba en el momento con relación a los indicadores de precios del petróleo y la factura petrolera que iba en aumento año tras año; conjugado esto con nuestra alta dependencia de los combustibles fósiles tanto para la generación de electricidad (90%) y para el transporte (100%) conllevó a que ciertos legisladores influenciados por profesionales comprometidos con las energías renovables como son Bolívar Rodriguez y los mellizos Doroteo y Porfirio Rodriguez, lograran que en la Ley Tributaria de Hidrocarburos (112-00) se creara un fondo para incentivar el desarrollo de proyectos de energías renovables y eficiencia energética equivalente hoy en día al 5% de los impuestos percibidos por la venta de combustibles en el país. La creación de ese fondo (existente en la ley, pero inexistente en cuanto al propósito para el cual fue creado) fue el hito o punto de partida para acelerar la formulación de una ley exclusiva para incentivar las energías renovables; iniciativa que tenía varios años rodando de gaveta en gaveta entre despachos gubernamentales, el congreso nacional y en la ilusión del trío de los Rodriguez. A pesar de que en el año 2001 se promulgó la ley general de electricidad (125-01), en la misma no se le dio cabida a las energías renovables más bien fueron ignoradas.
Sin embargo, es en el año 2001 que se emprendió un proceso interesante en la Dirección de Energía no Convencional de la otrora Secretaría de Industria y Comercio donde con la cooperación técnica de la Agencia de Cooperación Alemana (GTZ) se crearon las bases de discusión que dieron pie más tarde al primer borrador consensuado de la ley de incentivo a las energías renovables que luego en el año 2007 se convertiría en la ley 57-07.
He narrado todo este proceso para señalar que es doce (12) años más tarde de la publicación del mapa eólico de la R.D.; cuatro (4) años luego de la promulgación de la ley de incentivo a las energías renovables (57-07); y quince (15) años después del momento en que Bolívar Rodriguez en INDOTEC le hablara a un inquieto joven ingeniero eléctrico interesado en buscar soluciones a la crisis eléctrica de su país creando espacios de consenso y debate sobre el tema, pero incrédulo en ese momento en cuanto a que la energía eólica iba a estar inyectando energía al Sistema Eléctrico Nacional Interconectado (SENI).
Precisamente en estos momentos y como resultado de varios años de investigación y desarrollo, y gracias a las inversiones privadas de la Empresa Generadora de Electricidad HAINA (EGE HAINA) y el Consorcio Energético Punta Cana Macao (CEPM) tenemos los primeros parques eólicos del país. Me refiero a Los Cocos I con 25 MW y Quilvio Cabrera con 8 MW, lo que representan 33 MW de potencia para producir electricidad a partir del viento.
Es de gran satisfacción y orgullo para quienes hemos estado involucrados con el tema de las energías renovables desde hace años, poder presenciar la concreción de los primeros parques eólicos de la República Dominicana y en conjunto el más grande del Caribe.
Felicitamos a las empresas EGEHAINA y CEPM por seguir apostando al desarrollo del país, y sobre todo por hacer posible que la energía eólica sea parte de la matriz energética nacional. Por tal razón, podemos decir a viva voz que en Juancho, Pedernales hay vientos que soplan energía.